Por Mauricio Rodríguez
Pensar en los años finales de nuestra vida, no me resulta lejano.Se trata de una realidad cercana con la que convivo día a día en mi trabajo. En este acercamiento a la adultez mayor, he sido tocado en numerosas ocasiones por quienes viven esta experiencia y por lo que he podido escuchar de sus familias.
Tal vez, la mayoría de nosotros ha tenido la oportunidad de ver a cercanos llegar a la vejez, y también verlos partir. Si se trata de un ser querido, y hemos asistido su funeral, podemos encontrarnos con los personajes que le acompañaron en su vida, y si nos animamos, podemos conversar y conocer más sobre su historia de vida, sus aventuras, sus penurias y recovecos íntimos de la existencia del que acaba de partir.
A medida que avanzamos en la trayectoria de nuestras vidas, vemos cómo nuestro cuerpo cambia, también nuestras emociones, y cogniciones, tal como los árboles mutan en el correr de las estaciones del año, o como la víbora cambia de piel. Vamos mutando en el ciclo de la vida.
El paso de los años se hace presente lentamente, en pequeños detalles corporales y subjetivos. Arrugas por aquí y por allá, canas, calvicie en algunos casos, percepciones subjetivas de pérdida de memoria, cansancio, dolores articulares y musculares. En pocas palabras: “la máquina empieza a mostrar desgaste”.Ocurre un proceso de pérdida natural y paulatina de competencias, habilidades y fuerzas. Una experiencia de envejecimiento, que tarde o temprano nos confronta con la soledad, duelos, asuntos pendientes, o en ocasiones, con grados de demencia y psicosis.
Como jóvenes la percepción del tiempo es lenta, la vejez nos resulta lejana. Salvo por ocurrencias que nos han obligado a hacer una pausa en nuestraloca carrera en la vida, llegaremos a la adultez mayor un día, sin tener muy claro en qué momento pasó. La jubilación -que de jóvenes puede ser un anhelo- de pronto se hace realidad.
En la vejez es tiempo de jubilar. Se trata de una pérdida de labores habituales, pero también ofrece a nuestra existencia el paso a un período anhelado de descanso. Dependiendo de la actitud existencial, la persona puede ubicarse más cerca del sentimiento de pérdida, o bien, abrirse al ofrecimiento que se le aparece. En este último caso, actúa decididamente en un espacio, tomándose el tiempo para ampliar la percepción sobre si mismo, sobre el mundo, se acerca a valores y explora sus gustos, se permite vivir con concordancia propia, dado que ya no tiene los apremios del pasado. Ante la suerte de tener nietos, se permite hacer lo que como padre o madre no hizo. Esa es una imagen atípica frente a lo que se muestra culturalmente como la “jubilación”. Una concepción que la instala como una aventura y no como el fin de la vida, donde ya no resta nada por hacer. Una posibilidad de re-vivir la existencia.
En su valor positivo, veo en el envejecimiento una forma de retomar las riendas de la propia vida, una oportunidad de reorientación y transformación.Nos hace conscientes de que ya hemos sobrepasado la mitad de una vida, y de que, si todo va bien, ya sólo quedan 10, 20, 30 o 40 años más de vida ¿No son acaso estos muchos años por vivir aún?
Una auspiciosa panorámica, me recuerda que “jubilación” viene de “júbilo”, o sea, gritar de alegría ante el cese de mi vida laboral. Pero este júbilo solo es posible cuandohevivido con arte y creado una buena vida –ahí puedo continuar con ella-. Contrariamente, ante la amenaza de la pérdida de estatus asociado al rol o al nivel de ingresos, adviene la angustia de la total aniquilación. Un panorama así, poco amigable,me puede hacer pensar: “así no podrá vivir, no me queda más que seguir trabajando”.
Pero no siempre estamos obligados a trabajar solo para evitar sucumbir. Frente al actuar reactivo, podemos decidir libremente, guiados por motivaciones, continuar activos en el trabajo para vivir de buen modo, porque con esos ingresos puedo compartirlos con los nuestros, me ayudan mantener el seguro de salud, o puedo hacer cosas que en el pasado no me permití, como evitar que el deterioro del cuerpo provoque un descalabro familiar. O trabajar, simplemente por el gusto de hacerlo, prestar servicios sin recibir un paga a cambio, porque se intuye un sentido autotrascendente.
La jubilación se acompaña del retiro; una serie de renuncias que la persona quiere o debe realizar: de las funciones y roles en la sociedad activa, despedida paulatina de actividades placenteras impedidas por flaquezas físicas; también de posibilidades que hubiese querido realizar en el pasado, y no se pudo por falta de coraje.
En el proceso de envejecerse percibecomo el mundo cambia junto a mí, experimento la partida de seres queridos, un mundo en constante devenir, que me confronta a pérdidas y duelos permanentes. Se aprecia que los valores culturales cambian, mientras que otros permanecen. Se experimenta la caída de certezas que antes actuaban como sostén. Esa es una realidad. Entonces, la puerta está abierta, hay una invitación a la reinvención, pero ¿Quiero?, ¿Me gusta vivir así?, ¿Cómo puedo vivir en estas condiciones?
Como hemos visto, llegar a la vejez, la jubilación o el retiro, constituye una fuerza movilizadorasin dirección, que orienta a mirar en retrospectiva y a evaluar un pasado. Según la orientación que se le dé, puede constituir un riesgo, cuando surge amenazantela vivencia de angustia, de falta de tiempo, tristeza, vacuidad o falta de sentido. Pero también, puede ser sentida como pura posibilidad, porque aún con la pérdida, se visualiza un futuro para ser-en-el-mundo.
En mi convivencia con la experiencia de los adultos mayores, habitualmente me sumerjo en este ejercicio de pensarme como joven en la vejez y en la muerte. Y resulta paradójico, que al preguntarme por el futuro: ¿Cómo me veo en mi vejez?, ¿Cómo me gustaría que fuese?, ¿Qué necesitaría en ese momento?, ¿Qué querría hacer antes de morir?, en este sobrevuelo prospectivo sobre la cualidad en mi propia vejez, soy retrotraído, una y otra vez, a mi actualidad ¿Y por qué no lo he hecho aún? Se me ofrece asíel desafío de vivir con consentimiento en mi presente, de significar hoy, mediante acciones, mi existencia. Re-vivir mi existencia.
De este modo, tanto quienes ya son mayores, como quienes solo lo imaginamos, con apertura, podemos distinguir la permanencia de una fuerza creadora, la relativización del paso del tiempo, la oportunidad de re-nacer.
Al compartir con adultos mayores, podremos sorprendernoscon su capacidad de jugar y reír como niños, como si una carga se hubiese desvanecido, con su vitalidad y esperanza de cambiar el mundo, con la sabiduría del hombre trabajador, con la templanza del que creó una familia.
No obstante, en cada encuentro, recibo la experiencia de una biografía en que se me revelan los vaivenes de una existencia. Particularmente, un anciano me dio cuenta de cómo entre las penurias y alegrías de su vida, logró sobrevivir, enfrentar la vida y alcanzar nuevas alturas. El detalle escabroso de las amenazas que enfrentó, la resistencia que aplicó para no sucumbir, y el dolor vivenciado,resuenan aun hoy en él. Asus 75 años, puedo intuir cómo su vida pide más tiempo. Manifiesta deseos de trabajar, para salir de la vida que vive, con los pocos pesos que recibe como pensión. Aún mantiene sus capacidades: tiene la energía y las ganas, sabe lo que les propio, lo que necesita concretamente, y se percibe con un futuro, en el que tiene mucho que aportar.
Lamentablemente, evalúo que como sociedad no estamos preparados para concebir al adulto mayor activo, más allá de un taller de baile, lo que es bueno, pero no suficiente. Lo más común que escuchó este amigo anciano en su búsqueda de trabajo fue “vaya a descansar”, “ya está muy viejo”, “en ningún lado lo van a recibir”. Ese olvido de la entrega que el hizo en vida, conmueve mi propia percepción de lo que es ser persona, ser humano, y pertenecer a la comunidad. Me duele su pérdida, la discriminación vivida, su ser dejado de lado…como si todo terminara antes de tiempo, y ya no hubiese espacio en el mundo para esa persona. En el polo positivo de su experiencia, valoro sus ganas y perseverancia en una búsqueda constante, porque siente que aún puede, porque aún vive.
Pienso en mi vejez, así como he sufrido al presenciar la muerte de mis seres queridos, se que a otros les tocará ver mi partida. Al imaginar mi propia vejez, pienso en mi morir: ¿Quiénes estarán junto a mí, en mi último minuto?, ¿Asistirán a mi funeral?,¿Partiré con el sentimiento de una misión cumplida? En última instancia, al morir ¿Estaré yo cerca de mí? En mi propia partida, espero viajar acompañado de quienes se mantienen en mí, pero también acompañado cálidamente pormí mismo, en este final de partida hacia el misterio en la muerte.
En esta reflexión, intuyo que algo valioso se abre ante mi mirada en la vejez. En la superficie o en lo profundo, tocar este momento de la vida -¡viva, se ha sobrevivido a los 60 años!- me confronta con toda la fuerza de la realidad, con sus alegrías e infortunios. Al fin y al cabo, se trata de una última oportunidad de aceptar la realidad, acercarse y disfrutar de lo valioso, de encontrarse a sí mismo, de darle un sentido a la propia vida
En este nuevo año que comienza con la expectativa eufórica del verano, hago una invitación al acercamiento a nuestros abuelos, a nuestros ancianos, y muy especialmente a nuestra propia vejez, y con actitud abierta, dejar que fluyan imágenes, recuerdos y sensaciones.
Mauricio Rodríguez Segura
Psicólogo
Alumno de Postítulo en Análisis Existencial
auroorodriguez@gmail.com