Diagnóstico en la psicoterapia: ¿Para qué?(1)

Diagnosis in Psychotherapy: ¿What for? (1)



[1] La conceptualización analítico-existencial de este artículo está íntegramente fundada en Längle (2005), quien a su vez toma de base los resultados del proyecto publicado por Luss, Freitag, Längle A, Tutsch, Längle S y Görtz (1999). También se puede consultar la versión más abreviada de Längle (2008).

Introducción

Hace unos pocos días atrás, en el marco del 4º Congreso Internacional de Investigación en Psicoterapia Gestalt, me tocó moderar una mesa redonda sobre “Encuentro entre lo clínico y la investigación”. Al final de las presentaciones de los panelistas, les hice la pregunta sobre qué relevancia tenía para ellos el diagnóstico clínico y las terapias específicas relacionadas con éste, versus las terapias inespecíficas en su ausencia, en el diálogo entre lo clínico y la investigación. Tres panelistas (de Italia, de Australia y de Alemania, todos muy reconocidos como investigadores en Terapia Gestalt) recogieron muy positivamente la pregunta extendiéndose bastante para fundamentar su apoyo al diagnóstico. Sólo una panelista (de México) se manifestó contraria al diagnóstico. Ella dijo que el diagnóstico la predisponía a ver sesgadamente al paciente y sus temas, y que ella prefería hablar de hipótesis. Más abajo me refiero a este tema.

Sólo un par de semanas antes participé en un debate, dentro del programa del 2º Congreso Mundial de Terapias Existenciales, que buscaba responder a la pregunta si la medicación y las técnicas diagnósticas son incompatibles con las terapias existenciales. Parte de mi respuesta está incluida en este artículo. Debo confesar que el solo hecho de que en un congreso de este tipo se plantease esa pregunta, me llamó la atención. Sin embargo, después de un par de días en ese espacio, me percaté que algunas escuelas, bajo el nombre de terapia existencial, se refieren a ciertas formas de consultoría (o counseling) que sólo hacen intervenciones inespecíficas, centradas en la resolución del problema específico que entrampa al consultante. Para ello no requieren diagnóstico. Pero tampoco buscan sanar trastornos psíquicos mayores. Respecto a la parte de la medicación, no me referiré en este trabajo, pero en el debate dije que para mí era un deber ético dar a conocer al paciente los posibles tratamientos médicos (farmacológicos) que pueden ayudar a aliviar sus síntomas que le producen sufrimiento, además del tratamiento psicoterapéutico, como asimismo acoger a pacientes que vienen tratados con medicamentos por médicos psiquiatras.

A partir de los dos párrafos previos me pareció de interés dar algunos argumentos para enfatizar en la importancia del diagnóstico en la psicoterapia. En particular, me estaré refiriendo principalmente al enfoque analítico-existencial, sin embargo, una buena parte de la fundamentación es ampliable a otros modelos psicoterapéuticos. Tengo colegas muy apreciados que consideran que el diagnóstico no es compatible con un enfoque fenomenológico o que es poner una etiqueta que no permitiría contactarse con la singularidad de la persona y, por lo tanto, dificultaría un auténtico encuentro personal. Respecto a la primera objeción, diría que ninguna psicoterapia, en rigor, es 100% fenomenológica, como tampoco la relación terapeuta-paciente es puro encuentro, en el sentido buberiano.

Sin embargo, debo recordar que la puerta de entrada de toda fenomenología es la percepción; una clara y completa percepción. Si observo que un paciente nuevo, cuando entra a la consulta, pisa de un cierto modo que me permite reconocer con claridad que padece de pie plano, hago un diagnóstico. Eso en nada debiese interferir con un auténtico encuentro personal. Lo mismo si es un diagnóstico a nivel psíquico, en vez de somático. Si el paciente me dice que lo han desvinculado de los últimos trabajos por llegar embriagado o por ausencias reiteradas por haber consumido demasiado alcohol, y que por el mismo motivo su esposa y familia se han alejado de él, ¿cuál es el problema de diagnosticar una adicción al alcohol? Otra cosa es tratar de comprender qué lo lleva a ese consumo y cuáles son los sufrimientos personales que eso le provoca. Se trata entonces de diferenciar el “tú” (persona) con lo “tuyo”. Lo tuyo es que bebes demasiado (diagnóstico), y ¿dónde estás tú con eso? ¿Soy menos humanista por ponerle un nombre a lo evidente?

En cuanto a la segunda objeción, referida a que la “etiqueta” del diagnóstico impediría el contacto con lo único y singular de la persona que tenemos ante nosotros, la visión tridimensional del ser humano que ofrece el Análisis Existencial nos muestra que, tal como el diagnóstico médico se refiere a la dimensión somática, el diagnóstico psicoterapéutico se enfoca en la dimensión psíquica, por tanto no hay etiqueta alguna que se interponga entre el terapeuta y la persona del paciente, que está en la dimensión personal-espiritual.

Una dificultad frecuente para la aceptación del diagnosticar es pensar que un diagnóstico psíquico debe corresponder a alguno de los indicados por los manuales psiquiátricos, como los DSM o los CIE. Tiempo atrás, amigos gestaltistas el único diagnóstico que permitían, cuando no había una respuesta sana del individuo, era decir que había una solución neurótica. Hablaban de neurosis en un sentido genérico, sin ningún apellido. Pero, por otro lado, yo escuchaba que decían que tal paciente introyectaba, que el otro proyectaba y que el tercero hacía confluencia, por lo cual no llegaban a lograr un contacto pleno para consumar la experiencia. Es decir, estaban haciendo diagnósticos procesales, sin darle ese nombre. O bien, que en tal o cual paciente, aparecía una determinada polaridad en la que sólo se permitían el polo X y no accedían al polo Y opuesto, con lo cual estaban haciendo un diagnóstico estructural, sin expresarlo así. En realidad, hacían diagnósticos específicos, desde su propia teoría Gestalt, y no de manual, lo que les ayudaba a dar una dirección específica al tratamiento psicoterapéutico.

Diagnóstico vs. Hipótesis

Algunos modelos terapéuticos prefieren usar el término ‘hipótesis’ y no ‘diagnóstico’ (especialmente entre humanistas y sistémicos). ¿Cuál es la diferencia entre ambos conceptos? Diagnóstico es un concepto clínico que busca reconocer una patología. Hipótesis,[2] en cambio, es un concepto científico que presupone una determinada relación entre variables y que debe ser confirmada a través de una investigación. El filósofo alemán Wilhelm Dilthey (1953), hace ya más de cien años, diferenciaba entre psicologías explicativas y psicologías descriptivas. Las primeras eran para él las que tomaban el método de las ciencias naturales, basado en hipótesis y en la causalidad. Dilthey cuestionó la validez de tal traspaso metodológico. Por un lado, en las ciencias naturales, las hipótesis son formulaciones matemáticas que las mediciones, para las que se disponen de instrumentos precisos, pueden claramente confirmar o desechar. Eso no se da en las ciencias sociales o humanas (Geisteswissenschaften, literalmente: ciencias del espíritu), por lo que las hipótesis nunca terminan de confirmarse o desecharse del todo. Por otro parte, y eso es central, en el mundo de la naturaleza las partes son lo dado, y las relaciones entre esas partes deben ser descubiertas y son sujeto de hipótesis. Sin embargo, en las ciencias humanas, las relaciones son lo dado y las partes son meros constructos. Las psicologías explicativas, en tanto, asumen los constructos como lo dado y construyen hipótesis sobre las relaciones entre ellos. Eso, para Dilthey, las invalida. En cambio, las psicologías descriptivas (posteriormente designadas por Jaspers (1996), como ‘comprensivas’), investigan para conocer los textos de lo dado, en su contexto, lo relacional. Sus metodologías son cualitativas, en especial, fenomenológicas.


[2] En el sentido más amplio, según Dilthey (op. cit.), todo razonamiento que trata de completar inductivamente un conjunto de experiencias debe designarse, en principio, como hipótesis. En ese caso se trata de un supuesto, si tengo consciencia de que es sólo un supuesto. De cualquier modo, tal supuesto o hipótesis, aún no es un diagnóstico propiamente. En el mejor de los casos podríamos hablar de un pre-diagnóstico, o de una hipótesis diagnóstica, o de un diagnóstico no verificado.

El concepto de diagnóstico, en tanto, corresponde primordialmente[3] al ámbito clínico. Cuando hay alguna enfermedad, a nivel psíquico o somático, se requiere de terapia, que significa tratamiento de una patología. Identificar una patología es el tema del diagnóstico. Una psicoterapia es el tratamiento de una psicopatología. Para saber qué psicopatología estamos tratando debemos tener un psicodiagnóstico. Cuáles son las categorías diagnósticas, por otra parte, dependerá de cómo entendemos la enfermedad psíquica. Las diferentes teorías psicológicas tienen distintas comprensiones al respecto. Los principales manuales diagnósticos (DSM y CIE) provienen de una visión médica y con el foco puesto en el tratamiento psiquiátrico y farmacológico antes que psicoterapéutico, centrado en síntomas para la clasificación.


[3] El término diagnóstico proviene del griego y significa hacer distinciones, discernir. Eso se aplica también en otros ámbitos. Por ejemplo, cuando algo no funciona bien y requiere ser reparado (una máquina, reloj, televisor o cualquier artefacto), se necesita previamente de un diagnóstico, para discernir qué impide el buen funcionamiento, saber si puede repararse, cómo hacerlo y a qué costo. Igualmente cuando algo no anda bien en una organización (finanzas, ventas, administración, producción, etc.) se precisa de un buen diagnóstico para proyectar una adecuada intervención correctiva.

Un diagnóstico busca comprender de qué sufre el paciente, qué se devela como un problema doliente en la conversación terapéutica, y poder referirlo a la propia teoría para darle una luz que facilite su tratamiento terapéutico.

Para el Análisis Existencial (AE) el tema central es el ser-persona-en-el-mundo ––y persona, para Frankl (1987 y 2006), es lo libre en el ser humano, quien “es in-condicionado sólo en cuanto es espíritu” (1987, p.137)–– así la tarea es ayudar a posicionar al ser humano ante la elección que le emerge en cada situación de su existencia. La esencia de ser persona es dialógica, lo que la lleva a un intercambio permanente consigo mismo y el mundo. Es así como en AE entendemos por enfermedad cuando uno hace, o deja de hacer, con alguna regularidad algo que realmente no quiere, es decir, cuando la voluntad, o la capacidad de decidir y actuar libremente, está afectada. Cuando el diálogo consigo mismo y el mundo se ve interrumpido, cuando su esencia dialógica no puede ser realizada. Percibir en qué ámbitos de la existencia ocurre eso, nos lleva al diagnóstico, que lo podemos entender como el proceso de reconocer y llegar a comprender el trastorno, incluyendo el momento en que aparece, su frecuencia, estructura y las particularidades propias y específicas que presenta en el individuo en concreto.

¿Qué hay detrás de que una persona no pueda hacer lo que quiere o no pueda evitar hacer lo que no quiere? ¿Qué impide que pueda tomar libremente decisiones o llevar a la práctica lo que ha decidido? Y, por último, ¿que no pueda vivir la vida que quisiera vivir? Evidentemente puede haber muchísimos distintos motivos para ello. Cuatro ejemplos:

  1. Si se siente fuertemente amenazada si hace lo que quiere, la angustia o el temor la inhabilitará.
  2. Si pérdidas importantes que ha vivido, sin terminar de elaborarlas, le hacen sentir que acercarse a lo valioso de la vida le producirá sufrimientos demasiado grandes, la llevarán a una resignación pasiva y no buscará vivir nuevos valores.
  3. Si no ha logrado diferenciarse de sus padres y vive según las expectativas de ellos, incluso si ya están muertos, por no poder reconocerse en lo propio.
  4. Si en su vida no se siente posicionado en un contexto valioso, que tenga una proyección hacia un futuro significativo en valor y sentido.

zPodríamos decir que los cuatro ejemplos corresponden a categorías estructurales diferentes, que requieren tratamientos terapéuticos distintos.

Diagnósticos desde la propia teoría

Para poder configurarse como un ser-en-el mundo, el ser humano se relaciona con cuatro condiciones fundamentales de la existencia humana: 1) aseguramiento de la existencia, 2) experiencia de la vida como un valor sentido, 3) autoestima o valor de ser persona, 4) significación de la existencia como plena, en su contexto interactivo.

Desde la teoría analítico-existencial los tres ejemplos se enmarcan en la 1ª, 2ª, 3ª y 4ª de las condiciones anteriores, respectivamente. Clasificarlos de esa forma es un tipo de diagnóstico, en este caso, estructural.

Quedémonos en el primer ejemplo. ¿Qué dimensiones humanas, desde la antropología de Frankl (1987), se muestran afectadas? Él hablaba de tres: la somática, la psíquica y la noética (o personal/espiritual). Supongamos que la angustia ante la amenaza de vivir y hacer lo propio es tan intensa, que tiene una fuerte repercusión somática, que se expresa en contracciones musculares crónicas y otros síntomas (lumbagos, intestino irritable, cefaleas, insomnio). En la dimensión psíquica aparecen reacciones psicodinámicas de evitación y parálisis. Y a nivel personal o espiritual, aparece una falta de libertad y de posicionamiento. Si bien la dimensión psíquica parece ser la que está primariamente afectada, desde un diagnóstico antropológico, lo que requiere de un tratamiento psicoterapéutico, el daño en el plano somático puede ser lo suficientemente importante como para aconsejar una interconsulta médica

En el mismo ejemplo, asumamos que desde el diálogo se hace evidente que el sentimiento de amenaza se relaciona más con una asociación biográfica que desde una genuina percepción de la situación actual, entonces la emoción primaria, que predispone a reacciones de evitación y parálisis, impide comprender la situación real y, con ello, tomar una adecuada toma de posición. Ello nos lleva a un diagnóstico procesal, que nos señala un rumbo para próximas intervenciones terapéuticas.

Objetivo del diagnóstico

El diagnóstico en AE busca determinar:

  1. si una terapia AE aparece indicada o si es recomendable otro tipo de asistencia;
  2. qué proceso terapéutico elegir y cómo aplicarlo;
  3. a qué recursos del paciente y de su mundo (circundante y compartido) se puede acceder;
  4. qué problemas y riesgos para el paciente, el terapeuta y el trabajo terapéutico pueden esperarse (valor pronóstico);
  5. qué marco y extensión del tratamiento es predecible de modo confiable y realista (temporal y financieramente);
  6. cómo se posibilita una buena correlación con los sistemas diagnósticos psiquiátricos internacionales (DSM y CIE) y una comunicación efectiva con pares, con investigación desde otros enfoques, con el seguro de salud del paciente.

En el punto 1), si un diagnóstico antropológico nos señala que el tema del paciente es primordialmente somático, lo derivaremos al médico especialista o al menos pediremos una interconsulta, como se ejemplifica en la sección anterior.

En los tres ejemplos anteriores, que como vimos corresponden a tres condiciones distintas de la existencia, los procesos terapéuticos que convendría aplicar son diferentes, siguiendo el punto 2).

Evaluar los recursos del paciente y del contexto en que vive y actúa, son una parte relevante del diagnóstico ya que de ello depende lo que está capacitado para hacer en un proceso de sanación.

Poder pronosticar, en alguna medida, lo que pueda ocurrir en el proceso terapéutico, que sea riesgoso o costoso para las partes involucradas, es importante para asumir las correspondientes responsabilidades.

El paciente tiene el derecho de saber, desde un comienzo, la duración aproximada de la terapia y el costo que ésta tendrá, como asimismo el setting, procedimientos y objetivos terapéuticos. Todo ello puede ser visto como un componente ético del diagnóstico.

Por último, el punto 6) nos recuerda que un tratamiento de salud mental no es un hecho aislado entre dos personas y las paredes de la consulta, es también un acto social e igualmente pertenece a la comunidad profesional y científica de la que formamos parte. Cuando un caso es una experiencia que amerita ser conocida por nuestros pares, del mismo enfoque o de otros, la debemos compartir (publicaciones o congresos), para lo cual recurrimos a un lenguaje común. Lo mismo cuando requerimos supervisión o una interconsulta con otros psicoterapeutas o con médicos o psiquiatras en particular. Ese lenguaje común, nos guste o no, es el que ofrecen los sistemas diagnósticos sintomáticos de manuales psiquiátricos como el CIE y el DSM. En esos casos debemos poder encontrar una equivalencia entre los diagnósticos desde la teoría AE y los de dichos manuales.

A continuación, veremos con cierta profundidad el sistema diagnóstico propio de la teoría analítico-existencial tomado, en muchas partes casi textualmente, de Längle (2005).

Un diagnóstico analítico-existencial se lleva a cabo a través de dos esquemas diagnósticos: (a) el metodológico específico desde la comprensión del AE de la psicopatología, la antropología y la existencia humana; y (b) el común a diversas escuelas terapéuticas y psiquiátricas (CIE y DSM).

La secuencia de los pasos del diagnóstico sigue una clasificación esquemática que sirve más al entendimiento de los elementos individuales que componen el diagnóstico analítico-existencial que una sucesión estricta. En la práctica se trata de un proceso homogéneo en el que los pasos individuales a menudo fluyen entre sí.

Ilustración 1. Círculo diagnóstico analítico-existencial: Resumen panorámico de los elementos esenciales que contiene un diagnóstico AE completo (Längle 2005).

1.- La visión tridimensional del ser humano

Este primer paso se refiere a lo que previamente llamamos un diagnóstico antropológico y consiste en localizar en el ámbito somático-psíquico-personal los principales aspectos del trastorno.

En la dimensión somática están los aspectos relacionados con la funcionalidad corporal, y que suelen requerir un tratamiento medicinal.

La dimensión psíquica comprende necesidades, pulsiones, estados anímicos, sentimientos sostenidos (angustiosos o depresivos, p.ej.). Las perturbaciones en este plano llevan a estados de tensión fijos y corresponden al área específica para intervenciones psicoterapéuticas, con sus diversos métodos y técnicas.

El plano psicofísico es una combinación de las dos dimensiones previas y en él podemos distinguir la polaridad entre salud y enfermedad, como se ve en la siguiente ilustración.

Ilustración 2. Las dimensiones antropológicas del ser humano y los polos de tensión, entre los que las dimensiones se ocupan (Längle 1992, 358).

En la dimensión personal (o espiritual o existencial) aparecen el sentido y valor en la vida, y temas como relación personal, justicia, libertad, responsabilidad. Y está en la polaridad entre sentido-pleno y sinsentido. En la vida existencial esta dimensión se despliega entre “plenitud existencial” y “desesperación”. Desde la mirada analítico-existencial la persona no se enferma (por ello en la ilustración la enfermedad sólo se muestra en el plano psico-físico). Las patologías en las dimensiones somática y psíquica, principalmente por las reacciones psicodinámicas fijadas, pueden dificultar el acceso a la dimensión personal, por lo que no se logra una existencia plena. El trabajo terapéutico consiste en facilitar el acceso a la persona, para que ésta pueda tomar (o retomar) posición en su vida.

Frecuentemente, dos o las tres dimensiones están simultáneamente afectadas, lo que puede dificultar ubicar el centro de gravedad del trastorno

2.-El intercambio dialógico entre la persona y la situación

La persona accede a la existencia cuando puede vivir en una apertura interna y externa que le posibilita un intercambio dialógico con la situación actual, según se ilustra a continuación.

Ilustración 3. Representación esquemática del intercambio dialógico entre el individuo y su mundo: el individuo se experimenta interpelado por la situación, a la que da su respuesta (Längle 2005).

A este vivir existencialmente nos referiremos con el neologismo “existencialidad”[5].


[5] En español no hay una traducción para la palabra alemana Existentialität, por ese motivo propongo ese neologismo.

Längle (2005) usa la hermosa metáfora de “respirar espiritualmente”: “Gracias a la existencialidad, el ser humano no sólo se encuentra respirando corporalmente en el mundo, sino también espiritualmente”. Esta respiración espiritual es esencial para la vida existencial, tal como la corporal lo es para la vida del organismo. Necesitamos “inhalar” los contenidos del mundo, en cada situación, internalizarlos, referenciándolos a valores, para asimilarlos y elaborarlos, y después “exhalar” lo propio en la respectiva situación, para modificarla a través de nuestro actuar. Ese intercambio dialógico es el que se representa en la ilustración 3.

Desde una perspectiva diagnóstica, la apertura dialógica puede ser perturbada, incluso interrumpida, en alguna de las tres etapas de la “respiración”: la entrada, el proceso, la salida. Cuando hay bloqueos en alguno de estos pasos, tenemos un caldo de cultivo para la psicopatología, para el empobrecimiento de la existencialidad del individuo. El grado de perturbación de la existencialidad nos da una impresión de la gravedad de la psicopatología.

Nos formamos una idea de la existencialidad del paciente, cuando al inicio de cada sesión le preguntamos: “¿Cómo se encuentra (siente/está) usted?”, que equivale a “¿cómo le va a usted consigo mismo?”, si fenomenológicamente nos abrimos a una escucha y observación atentas a la respuesta.

3.-Lo carencial en el paciente (psicopatología y psicopatogénesis)

La psicopatología, de algún modo, se relaciona con las carencias del paciente para poder emplear adecuadamente sus recursos en lograr una existencia plena. Esa es la fuente de su sufrimiento.

Este paso se refiere al diagnóstico de ese sufrimiento específico y de la trama motivacional que está de fondo. Buscamos comprender su motivo de consulta y así diagnosticar su grado de motivación por la terapia y la comprensión subjetiva que tiene de su trastorno, su origen y desarrollo, y cómo se posiciona ante este (qué sentido tiene para él y cómo lo trata). Asimismo, nos importa aquí conocer las expectativas que tiene el paciente de la terapia.

En síntesis, se busca responder la pregunta: ¿De qué sufre el paciente, desde su mirada subjetiva y también desde la mirada del terapeuta?

También entra en este paso la evaluación profesional de los elementos que constituyen el trastorno y sus orígenes, que lo permiten comprender y explicar. El horizonte comprensivo se va aclarando por medio de un procedimiento fenomenológico e intuitivo. Eso nos lleva a una comprensión de conexiones causales, de contextos y significaciones subjetivas del paciente respecto a su sufrimiento y origen.  De esa forma vamos llegando a la comprensión de la psicopatogénesis, fundamental para una terapia efectiva. Para la comprensión del cuadro patológico se requiere del conocimiento de la psicopatología específica analítico-existencial, apoyándose en una anamnesis apropiada.

4.- Lo carencial en el paciente (psicopatología y psicopatogénesis)

Aquí, la vivencia perturbada, la experiencia de sufrimiento y la conducta patológica del paciente, son referidas a la teoría de la persona y a la teoría de la existencia. Enseguida se precisa reconocer las capacidades subjetivas del paciente para resolver o mejorar, por su propia cuenta, su problemática y con ello mejorar su existencialidad.

En el AE nos focalizamos en primer lugar en los recursos personales del paciente, aunque complementados con sus recursos psíquicos, somáticos, sociales, económicos y profesionales. Por eso reconocemos desde el primer instante las propias capacidades del paciente para superar sus dificultades. Conocer tales recursos y capacidades proporcionan el piso necesario para la terapia analítico-existencial. Un medio que ayuda a ese conocimiento es el análisis de las motivaciones existenciales que ha desarrollado Längle (2002), que ayuda, p.ej., a dar luz sobre las siguientes capacidades del paciente:

  1. La capacidad de aceptar su estado doliente, importante para captar si tiene el suficiente sostén para poder llevar el problema.
  2. La capacidad de relacionarse con los contenidos de valor en su situación de vida, importante para movilizar la propia vitalidad en la valía de la vida.
  3. La capacidad de considerarse a sí mismo y a los otros en su legitimidad (autoestima y aprecio), importante para el trato auténtico con sus sentimientos intuitivos y poder verse con la necesaria auto-distancia.
  4. La capacidad de poder sintonizar con la situación actual y poder así responder y actuar con lo que para él tenga el mayor sentido.

Estas condiciones fundamentales de la existencia aclaran lo sustancial del poder existir y conforman los elementos estructurales del Análisis Existencial.

El Análisis Existencial Personal (Längle 2000) permite percibir capacidades dinámicas conductuales, vistas como variables procesales personales en el modelo:

  1. La capacidad de describir su problema y con ello logrando una determinada distancia de este, gracias al “hablar sobre” el tema. Poder denominar y determinar el problema y sus constituyentes, lo hacen asible y, para el otro, comprensible. Para ello se requieren capacidades cognitivas, que también se van detectando en este paso.
  2. La capacidad ante la emocionalidad, de percibir el surgimiento de sentimientos e impulsos primarios que acompañan la impresión o huella que deja la presentación inicial de la situación. En esto se expresa la forma del trato emocional con los temas que aborda la psicoterapia.
  3. La capacidad de tomar posición ante el problema y el sufrimiento concomitante, que acompaña la capacidad de delimitación y conexión con lo vivenciado.
  4. La capacidad de poder expresar lo más propio, encontrado en la toma de posición, y ponerlo en comunicación.

5.- Análisis de las necesidades

Lo que requiere el paciente ha de ir de la mano con lo que puede, con sus capacidades, ya vistas en el punto anterior. En base a ellas, a las observaciones y a su conocimiento personal, el terapeuta evalúa los requerimientos para mejorar la situación de vida del paciente. A partir de ello, y de la información obtenida de los pasos anteriores, se establece el plan terapéutico. Aquí es importante comprender el eventual predominio del componente sistémico tras el trastorno, p.ej., patologías en el entorno familiar que hacen que el sufrimiento del consultante sea más bien el síntoma de la disfunción de su entorno. Este paso diagnóstico facilita evaluar el pronóstico.

6.-Autoevaluación del terapeuta

En un trabajo fenomenológico, que busca la comprensión de lo que efectivamente vivencia y significa el paciente en relación con lo que le ocurre, el terapeuta debe conocerse muy bien en sus propias competencias y limitaciones. Para conocer y trabajar sus puntos ciegos, requiere de autoexploración asistida y de supervisión con regularidad. Es importante el diagnóstico de la personalidad del terapeuta y así poder comprender cómo se reflejan en él la personalidad, problemas y síntomas del paciente, con el doble propósito de proteger al paciente en una terapia que progrese de modo efectivo, y de autoprotección.

La autoevaluación puede apoyarse tanto en las cuatro motivaciones fundamentales, como en el Análisis Existencial Personal.


Referencias

Dilthey, W. (1953). Introducción a las ciencias del espíritu. México: Fondo de Cultura Económica

Frankl, V. (1987). El hombre doliente. Fundamentos antropológicos de la psicoterapia. Barcelona: Herder

Frankl, V. (2006). La presencia ignorada de Dios: Psicoterapia y religión. Barcelona: Herder

Jaspers K. (1996). Psicopatología General. México: Fondo de Cultura Económica

Längle, A. (1992). Existenzanalyse und Logotherapie. En Pritz A., Petzhold H. (Eds.). Der Krankheitsbegriff in der modernen Psychotherapie. Padernborn: Junfermann, pp. 355-369

Längle, A. (2000) (Ed). Praxis der Personalen Existenzanalyse. Viena: Facultas

Längle, A. (2002). Die Grundmotivationen menschlicher Existenz als Wirkstruktur existenzanalytischer Psychotherapie. Fundamenta Psychiatrika 16, 1, 1-8

Längle, A. (2005). Handhabung und Verwendung der Diagnostik aus Sicht der Existenzanalyse. En Bartuska H., Mehta G., Pawlowsky S. y Wiesnagrotzky S, (Eds.). Psychotherapeutische Diagnostik. Leitlinien für den neuen Standard. Viena: Springer, 85-92

Längle, A. (2008). The Process of Diagnosis in Existential Analysis (EA). En Bartuska H., Mehta G., Pawlowsky S. y Wiesnagrotzky S, (Eds.). Psychotherapeutic Diagnosis. Guidelines for the New Standard. New York: Springer, 83-90. [Trad. Español: El proceso de diagnosticar en el AE. https://www.icae.cl/wpcontent/uploads/2013/06/El_proceso_de_diagnosticar_en_el_Analisis_Existencial.pdf]

Längle, A. (2010). Gefühle – erwachtes Leben. Zur Begründung und Praxis der existenzanalytishen Emotionstheorie. Existenzanalyse 27, 2, 59-71

Luss, K., Freitag, P., Längle, A., Tutsch, L., Längle, S. y Görtz, A. (1999). Diagnostik in Existenzanalyse und Logotherapie. En Laireiter, H. (Ed.). Diagnostik in der Psychotherapie. Viena: Springer

Gabriel Traverso

Psicólogo Clínico, supervisor acreditado
Director Académico de ICAE

g.traverso@gmail.com

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N° 27 - 2019