La ¿sagrada? familia


Estimadas y estimados lectores

¿Qué es, cómo definimos el concepto de familia? Si consideramos a ésta como pieza fundamental de nuestra sociedad, son preguntas tremendamente relevantes; y más aún poder comprender las relaciones que se dan al interior de ésta, y que permiten se mantenga cohesionada.

Según la RAE, familia es un grupo de personas emparentadas entre sí que viven juntas. Y de acuerdo a la definición aportada por la biblioteca del congreso nacional “La familia es un grupo de personas unidas por vínculos de parentesco, ya sea consanguíneo, por matrimonio o adopción que viven juntos por un período indefinido de tiempo. Constituye la unidad básica de la sociedad.” http://www.bcn.cl/ecivica/concefamil/

Sin embargo, somos seres vivos, y como tal, fluimos y cambiamos. Y nos modificamos. Nos transformamos, de igual manera nuestras familias, y lo que entendemos por tal.

Como psicóloga clínica, me ha tocado muchas veces sostener, consolar a mujeres que tras la separación de su pareja dicen: “mi familia se acabó, se destruyó”. Sin embargo yo las miro y les pregunto por sus hijos ¿siguen a su lado? Entonces ¿qué cambió? ¿qué se acabó?

Con la distancia de uno de los dos progenitores, forzosamente la forma de ser padre/madre, se modificará en la cotidiano pues el contexto cambiará y será responsabilidad de ambos que ésta se mantenga en los tiempos que estén juntos y
también en la distancia.

La pareja, como tal, se acaba, obviamente.

Pero, ¿qué ocurre con “la” familia? Yo veo que surgen dos nuevas familias: la nueva que genera la madre con sus hijos y la otra que genera el padre con sus hijos. La definición se mantiene: “grupo de personas emparentadas entre sí que viven juntas”.
¡El desafío mayor para cada uno es cómo construir esta nueva oportunidad que se les presenta!

En Chile están ocurriendo (¡finalmente!) cambios también respecto a este tema. Ahora tenemos el Acuerdo de Unión Civil (AUC). No es matrimonio (aún) pero al menos en lo que respecta a las parejas homosexuales podrán conformar legalmente una familia. También los otros tipos de convivencia afectiva.

Es muy interesante, si lo pensamos, cómo ha sido difícil legislar en nuestro país, respecto a estos temas. Antiguamente los matrimonios eran por conveniencia: política, económica, de imagen, etc. Y todo bien. Todo aceptado, tanto por la iglesia como por las leyes. Hoy en día, que ambos poderes están separados, que la iglesia propugna a todas voces que “el amor es más fuerte”, y que los grandes poderes económicos y políticos (que mayoritariamente gobernaban nuestro país) se guían por el conservadurismo religioso, no logran la coherencia y consecuencia de sus dichos y preceptos, como para que se reconozca el matrimonio igualitario.
Yo me pregunto, y se lo pregunté a una persona mayor, muy católica: ¿no es lo más importante el amor? ¿No se supone que una persona se realiza cuando ama? ¿Por qué entonces es tan relevante su género? No pudo responder.

Otra cosa es lo que ocurre al interior de nuestras familias, de cualquier familia (bi o monoparental, homosexual, etc). Como padres/madres, ante el sólo hecho de aceptar a un hijo (y no abortarlo), también cuando es adoptado- ya estamos tomando una posición, una decisión, y como tal, somos responsables de ello. A los hijos no los educa, acompaña ni acoge el colegio. Al menos no en primera línea. Nosotros los elegimos a cada uno de ellos. Decidimos tenerlos. Decisión no menor, considerando que cada uno de ellos es y será diferente (increíble y misteriosamente diferentes entre sí), lo que representará para sus padres un tremendo y gran desafío: descifrar esas diferencias, y considerarlas, apreciarlas y ser justos con ellas.

Aproximadamente entre los 0 y 11 años tenemos una inmensa y preciosa responsabilidad para con ellos: ayudarlos a reconocerse a través de nuestros ojos, de nuestra mirada. Ellos ya se duelen de sus dificultades, incapacidades, errores, por lo que requieren de nuestra mirada para acercarse a sus potencialidades, a veces inexploradas, desconocidas por ellos. “Tenemos que mirar una vez a nuestros hijos de tal manera, que tomemos conciencia de que en realidad es un milagro, que un niño tenga voluntad propia, aunque esté en contradicción conmigo. Eso es distancia respetuosa: te dejo tu libertad” (Längle). Aproximadamente entre los 11 y 18 (en la actualidad a veces varios años después), requerirán de nuestra presencia sostenida y firme, para que “la gran batalla” de la diferenciación (período en que como padres padecemos sus “te odio”, “déjame solo”, “no te necesito” etc), logre culminar con un/a joven con ideas propias capaz de sostenerlas, una identidad y autoestima adecuada para ser personas de bien, pues si no tiene a nadie enfrente, no puede ejercitarse bien en la auto-evaluación. Una paciente dice: “Lo he vivido en carne propia. Nunca coseché críticas ni elogios. Siempre estuve librada a mí misma. Mientras no tenga a nadie enfrente, tampoco necesito auto-evaluación. No llego a tomarme en serio, si no hay alguien enfrente.” Desde el Análisis Existencial, la 3ª Motivación Fundamental culmina en: “Que yo me permita ser así como soy, frente a mi mismo y frente a ti”.
Por todo esto estar presentes, debe ser tal: ¡ESTAR PRESENTES!

Si como madre/padre tengo cosas no resueltas con mis propios progenitores, delimitaciones, autoestima, miedos, etc., más vale que pida ayuda y las resuelva, pues nuestros hijos no deben pagar por ello.

Queridos lectores. Ser familia – de cualquier tipo- será una linda y tremenda oportunidad en la medida que estemos abiertos a nosotros mismos y a sus miembros. Sólo desde esa apertura entrará la vida, fluyendo, nutriendo y modificándonos. Si por el contrario preferimos conservar lo ya conocido, mantener rígidamente lo establecido, corremos el riesgo de empobrecer hasta la muerte aquella familia que siempre soñamos o anhelamos.

Michèle Croquevielle

Psicóloga Clínica
Postítulo en Análisis Existencial
Supervisora Acreditada
Directora Revista InterAmericana Existencia
Directora ICAE

michele@icae.cl


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N° 13 - 2015