Ayotzinapa: energía femenina para conjurar el miedo

Ayotzinapa: feminine energy to conjure fear.


Ayotzinapa es el nombre de la localidad del Estado de Guerrero en la que desaparecieron 43 jóvenes normalistas el pasado 26 de septiembre en México. Entre historias, versiones, investigaciones y poca transparencia sobre los hechos, vivo con dolor la pérdida de estas vidas que se esfumaron frente a la brutalidad de quienes se pelean por pedazos de poder en la guerra del narco.

Ayotzinapa ha sido una lección muy dura para un país quebrantado por la corrupción y la impunidad. Al mismo tiempo, para quienes miramos todavía con esperanza el futuro, es una oportunidad de encontrar algo valioso que surge como resultado de una sociedad que no quiere quedarse callada frente a la tragedia y que habla con un lenguaje distinto y solidario.

Este lenguaje, marca con contundencia lo que el Análisis Existencial podría verse como diferencias entre lo femenino y lo masculino. No se trata más de una respuesta de la sociedad orientada al uso de la fuerza, la violencia o el poder desde lo masculino, sino una nueva forma que recibe las diferencias y las acoge. En la cotidianeidad actual, lo femenino se impone a través del diálogo que se ha creado entre distintos sectores de la población que antes no se conocían o se ignoraban.

Femenino y masculino no se contraponen, se modulan. Lo anterior, da como resultado no una exclusión de la capacidad de los ciudadanos de hacer uso de su poder, sino la utilización de esta fuerza orientada al valor que puede ser vivenciado gracias a la escucha de las necesidades del otro. No podemos responder con la misma violencia y de manera reactiva, debemos abrir espacios de diálogo de los que surjan verdaderas soluciones en las que la persona recupera su dignidad a través de ser reconocida en su forma única de ser.

He sido testigo de las marchas que han acompañado a los padres de los normalistas. Entre los hechos que más me conmovieron hay una que tenía a la cabeza a un grupo de padres con sus pequeños hijos en carreolas, quienes caminaban a paso firme con un mensaje que parecía decir que estos niños no eran en nada distintos a los que ahora faltaban en otras familias.

Las marchas, en muchos casos han tenido el carácter de una procesión que acompaña con dolor la pérdida de vidas bajo el argumento del absurdo que no es otra cosa que el miedo que pretende avasallar lo diferente con base en la imposición de la fuerza. El Análisis Existencial realiza ya una diferencia entre la acción decidida y aprobada personalmente frente a lo que sucede y la reacción violenta y ciega al valor que ofrece la realidad y que se repite cada vez que una amenaza a lo establecido se detecta en el horizonte.

Ayotzinapa ha despertado en muchos la capacidad (netamente de lo femenino) de sentir dolor por el otro, el que trae su pena cargando. Mirar las fotos de los 43 jóvenes, impresas de sus credenciales que han circulado por las redes sociales o que se encuentran pegadas en lugares públicos, es una forma de cercanía con esos rostros que nos hablan de lo que ya no podrá ser.

No es una cercanía agradable, es doliente y llena de realidad. Pero frente a este horror han desaparecido diferencias marcadas en nuestra sociedad entre los centros citadinos y las comunidades indígenas más remotas y sometidas con mayor crudeza a la violencia. Ahí están esos hombres y mujeres que sufren. “Somos Ayotzinapa”, es la consigna que pretende acoger la demanda de justicia de esas familias, pero que además nos plantea el reto de acoger también los sentimientos que naturalmente surgen de un hecho tan deplorable e inhumano, porque sí, todos somos Ayotzinapa.

Esta capacidad para recibir el dolor del otro y sentirlo, requiere de la apertura de la persona, de su posibilidad para vincularse al otro porque le toca, le conmueve, porque le alude y porque puede vivenciar su propia emocionalidad y llevarla hasta el terreno de una respuesta valiosa y personal.

El planteamiento antropológico del Análisis Existencial subraya la capacidad dialógica de la persona y en este caso en particular, ante los lamentos llenos de desesperación de las víctimas a las que no dejamos de mirar, queda de manifiesto que el diálogo interno es fuente fecunda de solidaridad.

Frente a las voces que se alzan a favor de una solución más radical y violenta, frente a las voces que pugnan por el enfrentamiento con la autoridad y la disolución de las instituciones, se levanta la energía de lo femenino que se manifiesta como arte puro que se encuentra en las calles, en las voces de jóvenes que se expresan de la única forma que pueden hacerlo para conjurar el miedo.

Ha sido evidente la búsqueda de justicia por medios distintos a la fuerza bruta, a la confrontación. No se trata de imponer, se trata de lograr un verdadero cambio que encuentre caminos distintos en los que sea fácil identificar al otro en sus necesidades. Es la fuerza de lo masculino dialogando con las posibilidades creativas de lo femenino.

Ahora mismo, mientras escribo estas líneas, siento vergüenza de mi país y de los caminos que ha tomado. Aún así me entrego a la acogida que han dado a nuestro dolor en otros países del mundo y confío en la fuerza que esta solidaridad ha tenido para ponernos en el ojo de otras naciones que buscan que las voces de los normalistas y su terror ante su destino sean escuchadas. Siento consuelo de mirar sus rostros puestos a la luz en otros lares, me siento más segura del cobijo que nos otorgan con su atención a lo que sucede.

La sociedad indígena mexicana conoce la figura del tequio o trabajo comunal que es la aportación que se realiza de manera voluntaria en beneficio de todos. Los hechos de Ayotzinapa han sido a una invitación directa a retomar ese fundamento y aportar de manera voluntaria para la solución del conflicto. Somos testigos de un gran tequio que se manifiesta en las concentraciones masivas para expresar el dolor y el desconcierto.

Desde la propuesta analítico existencial, esta experiencia comunitaria subraya la libertad de la persona y la posibilidades de respuesta a las que tiene acceso y que reflejan en la realidad lo que somos. Por esta razón, cobra especial importancia mirar que al poner en el mundo el trabajo conjunto de quienes participan creativa y libremente en la solución de estos conflictos, se cierran las puertas de entrada a reacciones violentas, ya que el poder, ante los ojos del mundo, es incapaz de sobrevivir si aplasta la fuerza de la inclusión.

El camino unívoco de lo masculino ha traído consecuencias funestas para muchas sociedades ya que plantea una lógica del guerrero, rígida, basada en el poder y en la aplicación de la fuerza violenta. Bajo esta mirada, sólo unos cuantos pueden tener acceso a la toma de decisiones; la autoridad que se les confiere les da el poder de suspender el diálogo y aplastar a los disidentes.

El camino de lo femenino por otra parte, no es el más sencillo, implica tocar la vivencia muchas veces amenazante de la vulnerabilidad frente al otro, de la fragilidad de la vida, de las emociones que desconciertan o arrebatan. Sin embargo, conduce a la calidez de la cercanía que permite la flexibilidad inclusiva en una sociedad que clama por justicia.

El Análisis Existencial propone mirar a la realidad y caminar hacia una aceptación de la misma que permita a la persona decidir y actuar. Frente a conflictos como el de Ayotzinapa y con el tema que nos ocupa, esta perspectiva abre el panorama a enfrentar las cosas desde la calidez, la cercanía, la solidaridad de lo femenino con la fuerza de la acción, lo logros y los objetivos de los masculino.

Desde mi visión, la propuesta analítico existencial confía en la posibilidad de la persona de transformar la historia, no con grandes aspavientos o acciones particularmente notorias, sino con el trabajo constante de la toma de decisiones en las que pueda mirarse y reconocerse, con lo femenino y lo masculino incluido.

Alfried Längle dijo alguna vez: “Nuestro trabajo es hacer brillar a la persona”. Con sus muchas lecturas, esta frase ahora me toca hondo, porque los 43 jóvenes desaparecidos brillan constantemente porque nos atrevemos a mirarlos, no sólo a ellos, sino a los cientos de víctimas de la violencia. Brilla su estela, la que dejaron como testimonio de su vida, no como héroes, sino como un recordatorio de lo bella que es la existencia de una persona y lo frágil ante la ceguera del poder.

Me entrego ahora a la confianza de que todo esto puede cambiar.

Silvia Gómez

Licenciada en Periodismo
Formación en Análisis Existencial en GLE México- IMAE

itze.gomez@gmail.com

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Mujer - Women
N° 11 - 2015
Nº 37 – 2023