“No se nace mujer, se llega a serlo”, afirmó De Beauvoir, para desencializar las atribuciones relativas a lo que una mujer es o debe ser. En la actualidad he conocido mujeres, incluida yo, con el sentimiento de una relación conflictiva con su femineidad. En esta oportunidad me referiré a formas en que algunas se han encontrado a sí mismas viviendo su propia vida, siendo mujeres, en una relación con su versión de femineidad propia y auténtica, aún si se la niega o se toma distancia de lo femenino (1).
Primero, me parece importante aclarar que, en términos generales, no es lo mismo nacer y ser mujer en Chile que en Europa o en algún país en el Oriente. Incluso si nos detenemos a observar en nuestro país de norte a sur, de cordillera a mar, podremos percibir ciertas divergencias (aunque también convergencias…globalización, información). Nacemos y nos desplegamos en medio de espacios que poseen características sociales y culturales que actúan como márgenes normativos para nuestra libertad.
El Análisis Existencial, como disciplina psicoterapéutica busca el desenvolvimiento individual de la persona, en términos de lograr autonomía y proceder auténtico, sin embargo, concibe al ser humano en una relación dialógica indisoluble con su entorno, por tanto éste nunca llega a desarrollarse en forma aislada pues requiere del entorno para su despliegue personal: en lo individual estaría contenido siempre lo colectivo. Así, la célebre frase de Beauvoir cobra sentido, porque independiente del sexo con que nacemos (2) , nos vamos acercando -mediante diversos procesos al crecer en una cultura- a lo que se espera debe ser una mujer y un hombre -como individuos- en un contexto socio-cultural determinado.
He recibido niños y niñas de sus colegios, o bien de hombres y mujeres en el contexto de la adopción, de quienes expertos evaluadores señalan que estarían en una relación conflictiva con su identidad de género, debido a déficits, excesos o inadecuación respecto de su masculinidad o femineidad. Es decir, estas personas no se adecuarían a lo que se espera de ellos en cuanto pertenecen al sexo femenino o masculino. Cuando pienso, sin reflexionar ni intuir, en lo femenino, creo que a muchos se nos vienen las mismas nociones: ternura, sensibilidad, maternidad, cuidado, abnegación, cercanía, calidez, nutriente, fragilidad, delicadeza; en otra dirección: chisme, debilidad, miedo, desprotección; o bien como denigración: afeminidado. Contrariamente, lo masculino lo asocio superficialmente a: virilidad, competitividad, fuerza, poder, seguridad, calle; en la versión negativa aparece: la imposibilidad de hacer más de una cosa a la vez, la insensibilidad; y en la vertiente denigrante: marimacho. ¿Favorecen a la Persona, estas referencias estereotipadas?
Había una pareja de quien se decía que ella no se adecuaba a su identidad ni rol de género, es decir, a lo que ella misma debe pensar de sí, a las actividades que se espera que realice; la llamaré Maura. Maura se sentía angustiada por ser ella en quien se centraba el problema de la pareja y asustada porque no correspondía a lo que se esperaba de ella como mujer. En efecto, es poseedora de un carácter firme y resolutivo, lo que la llevó a crear su propia empresa, donde lidia con muchos hombres bajo su mando; de allí su déficit femenino o exceso de masculinidad. Pienso en muchas mujeres, quizás usted misma como lectora podría sentirse identificada ¿Son por ello menos mujeres, menos femeninas?
Maura definió una femineidad propia de manera comprensiva, aceptó para sí los aspectos masculinos heredados de un padre cercano, admirado y querido; los mismos por los que fue víctima de bulling. Incluso pudo identificar, allí donde todos superficialmente veían masculino, aspectos como un delegar amable, un trato respetuoso, una atención al acontecer del trabajador como persona, una organización democrática y horizontal, un salario justo en su empresa. Junto con ello, como parte de una pareja, se comprendió al interior de la misma, donde su marido generaba menos dinero, sin problematizar que ella asumiera el rol de principal proveedora, puesto que ambos aportes eran valorados. Comprender es, en Análisis Existencial, captar las razones movilizadoras en un contexto determinado, mediante lo cual se hace visible la singularidad de lo libre en el ser humano: la Persona. En este caso, vemos que su Persona pudo permanecer siendo libre. Ella no se hiperfemineizó, sino comprendió su modo de ser-en-el-mundo, se pudo aceptar así como es, jugársela por sí misma, logrando autenticidad, viendo el valor actual y futuro de su ser así, junto a su pareja y al interior de su familia.
En referencia a la infancia, recuerdo la experiencia de una amiga. Nació en una época en que el textil chino no predominaba y la ropa se mandaba a hacer. Un día su madre le mostró un “figurín” y eligió un traje de vaquero. Entre la sonrisa de la costurera y la cara de horror de su madre, a sus cuatro años no entendió, por qué ese traje nunca lo tuvo. Con los años comprendió lo inadecuado de su elección, no era por la violencia de la pistola del vaquero, sino, porque esa ropa no era para una señorita. Hoy, en pleno siglo XXI, pese a la fractura de las rigideces normativas: hombres que van al spa, mujeres que juegan futbol, persisten esos estereotipos respecto de lo femenino y masculino, que en ocasiones encasillan y afligen a nuestro ser-así, que no se adecúa completamente a esas identidades y a esos roles.
En Análisis Existencial entendemos por rol funciones que los seres humanos tenemos en un sistema social –de génesis externa a la persona-. Al tener presente la libertad personal como contraparte a lo dado, estos roles pueden ser asumidos de diversa forma. Para algunos estudiosos sobre estas cuestiones de lo femenino y lo masculino, ellos serían un condicionamiento y determinismo del individuo. El Análisis Existencial no niega esas condiciones de contexto (3) , pero sí reconoce posibilidades de plasticidad, como también la libertad para construir versiones propias ajustadas a la singularidad de la persona y su contexto.
El rol, puede ser actuado a partir de una atribución meramente externa. Entonces, la persona se siente forzada por el sistema a adoptar un rol en una situación. Puede ser sentido como una carga, una imposición, peor cuando es permanentemente así, sin que la persona pueda expresar su aprobación interna, prestándose a satisfacer las expectativas de otros, ya sea por miedo, comodidad, incertidumbre. Pero también, los roles pueden definirse, determinarse y atribuirse internamente, a partir de una identificación con una tarea. Actúo así por mi propia voluntad aceptando el rol: una mujer que concilia en la familia para lograr armonía familiar, porque la moviliza el valor del vínculo con la relación que ha construido con los otros. La consecuencia de un actuar así puede vivenciarse como plenitud existencial, bienestar por coherencia interna, gratitud por la calidad de vida alcanzada, entre muchas otras. Mediante este ejercicio logro autotrascender, no se trata sólo de mí, sino, soy con los otros. Mediante la identificación, en este caso con un rol, cada mujer podría estar en un activo volverse sí misma. Pero como en todo, en un exceso y fijación de la identificación con un rol, hay peligros: mujer que se identifica masivamente con su rol de madre, atada a una identidad inmóvil, rígida, corre el riesgo de la inautenticidad, de la pérdida de lo propio, de quedar en dependencia o fusionado al rol o al otro.
Esta capacidad de ejercer nuestra libertad personal no sucede espontáneamente, nos toca sortear múltiples obstáculos. Retomando mi experiencia personal, me sorprendo cuando algunas personas no comprenden que una mujer no madre como yo trabaje en la adopción. A decir verdad, no debiera sorprenderme tanto, cuando en diversos ámbitos de vida, debo enfrentar cuestionamientos por mi decisión al interior de mi entorno familiar, en mi trabajo, en las visitas al médico, o la curiosa predilección de algunos ámbitos laborales por este hecho de no ser madre.
Desarrollar una identidad propia –siempre dinámica- entendida como el acto de volverse una misma por medio de una identificación sentida subjetivamente, era lo que estaba en juego en mi decisión. Nunca sentí un claro impulso por volverme madre, sin embargo con el bombardeo social, llegué a cuestionármelo cuando atendía al tiempo que marcaba mi reloj biológico, y mi respuesta fue otra vez no. Asumirlo no fue fácil, significaba tomar una posición y defenderla y sostenerme ante la mirada escrutiñadora de los demás. También encontré miradas comprensivas, acogedoras, palabras de apoyo; además fui conociendo a otras mujeres y hombres en la misma posición, como a otras y otros que no lo son porque no pueden. Veo en esto que cada mujer no es igual a otra, pese al marco normativo: no todas pueden ser madres, a no todas les gusta volverse madres, no todas se ven a sí mismas como madres, no para todas es algo bueno llegar a serlo. Sin embargo seguimos siendo mujeres, sí mujeres#madres (4).
No pretendo conducir a pensar en categorizaciones de identidad sobre mí y estas otras personas, porque finalmente cada una es idéntica a sí misma. Personalmente, durante años –desde pequeña- estuve en riña con lo femenino, por las categorizaciones y estereotipias que yo misma construí cognitivamente: “yo no calzo con lo femenino, porque no me gustan los tonos rosa, no me gustaban los cuentos de princesas, no quería ser mamá, me niego a atender a un hombre, la razón conduce a la verdad, me gustan más los deportes que las actividades domésticas, quiero estudiar y realizarme por sobre cualquier cosa, no me llevo bien con los niños…”. Con los obstáculos que encontré en mi desarrollo, como desaprobación, cuestionamiento por mis gustos y decisiones, me fui atrincherando aún más, una suerte de rebeldía, marcando vehementemente los límites; aparentemente vivía mi propia vida, según mi forma, pero internamente no sentía plenitud, sino más bien opresión ¿Qué requería para tener una buena vida?
La Persona, lo libre, no se realiza por sí misma, ella, como lo hablante me habla a mí, a mi Yo. Pero mi Yo –función ejecutora de la Persona- estaba fatigada delimitándose mediante una actitud de negación: me negaba a regir mi vida según mandatos superyoicos introyectados. Con mi atención puesta allí, no podía escuchar mi voz interior. Paradójicamente en vez de acercarme a mí, me alejaba; al delimitarme para ser libre, sólo me encarcelaba.
Negación como oposición no es lo mismo que delimitación, proceso requerido para que surja lo propio. Sólo en la medida en que mi mirada transitó de lo exterior que no quería llegar a ser a mi interioridad, pude ir encontrando lo propio, un lugar, mi lugar, mi femineidad mediante valores en-el-mundo: puedo pensar complejamente y comprender, cocinar con dedicación para el disfrute propio y ajeno, e s c u c h a r d e t e n i d a m e n t e, respetuosamente, receptivamente, responder amorosamente, silenciarme, cuidar a mis cercanos, tomar sin destruir, también puedo dirigir, defender, competir, todo eso y más, siendo yo.
(1) Análogamente, este trabajo se ha repetido con hombres y su masculinidad. Complejamente, como resultado se han dado cruces, es decir, mujeres que junto a su femineidad aceptan sus masculinidades, como hombres que reconocen sus aspectos femeninos.
(2) Sexo es el concepto que se usa para designar a la persona como hombre o mujer. Sin embargo, existen 5 tipos de sexo que el binomio de la heterosexualidad hegemónica hombre mujer no considera: sexo genital, gonadal, reproductor, cromosómico y género. En esta reducción de las posibilidades de la naturaleza, ya se observa como la cultura y sus normas moldean la naturaleza, señalando como anormal a toda persona que no se inserte dentro del binomio construido y aceptado.
(3) Existencial, de hecho, como sentido refiere a la mejor posibilidad de acción según la situación.
(4) Mujer/Madre es un binomio construido cultural respecto del sexo femenino, que equipara, reduce y limita la figura e identidad de la mujer a madre: mujer=madre. En este artículo el signo # se usa para mostrar un ruptura de tal binomio.