Ante el dolor de los demás


por Elisa Broussain.

“Las imágenes han sido denostadas como el medio a través del cual se mira el sufrimiento a distancia. Como si hubiera otra manera de mirar. Pero mirar de cerca –sin la mediación de una imagen- es sólo mirar, de todos modos”.
Susan Sontag* se aboca a ellas en este libro. La autora desarrolla con gran lucidez y pasión, el rol de la fotografía de guerra a lo largo de nuestra historia. Recoge la herencia iconográfica de artistas y sus bosquejos de batallas sucedidas diez siglos atrás puestas a dialogar con las imágenes de la destrucción de las Torres Gemelas, la guerra de los Balcanes, Irak. Distintas razones y autores presenta Sontag para explicar este voyerismo extraño e intermitente. El cuerpo desgarrado de Cristo, imágenes de la explosión atómica multiplicada por Andy Warhol, primeros planos de hombres y niños retratados momentos antes de ser fusilados. Su objetivo está en el intento de desentrañar el efecto que estas imágenes cargadas de sufrimiento, tienen en nosotros.
La fotografía de guerra informa. Denuncia. Desarrolla una memoria histórica con el fin de “nunca más”. Pero, ella misma se ha vuelto también un espectáculo representado por los medios que lo vuelven a su vez un “tema” entretenido y cosmopolita. “La guerra era y aun es la noticia más irresistible y pintoresca (junto con su inestimable sucedáneo, el deporte internacional)”. Museos, diarios, televisores, así se nos acercan los muertos del campo de batalla.
¿Pero qué es lo que realmente nos sucede frente al retrato del horror?
Sontag sostiene que la seguridad de no estar expuesta a esa sangrienta y fatal realidad nos permite sostenerla ante nuestros ojos. Bien, podemos mirarla. Pero de la misma manera en que esta seguridad entrega resistencia, nos insensibiliza en parte. Nos vuelve indiferentes, no se hace parte de nuestra realidad, nos acongoja en algo la conciencia, mientras que el dolor arrasa allá, afuera.
Desde otra perspectiva la autora también profundiza acerca de la compasión como uno de los efectos emocionales del retrato bélico “ la compasión es una emoción inestable. Necesita traducirse en acciones o se marchita”. Digamos que frente a la impotencia de los eventos mundiales “la pasividad embota los sentimientos” y de este modo como ciudadanos entramos en “los estados que se califican como apatía, anestesia moral o emocional (que) están plenos de sentimientos: los de rabia y frustración”. Así vamos “perdiendo nuestra capacidad reactiva”, erosionando como los campos en la guerra “el sentido de la realidad”.
Me detengo. Me lo pregunto a mí. ¿Qué hago yo frente al dolor? ¿Qué hago yo frente a mí propio dolor? Y encuentro una analogía con estas fotografías: lo miro a veces con distancia, intermitentemente, con una impostada seguridad, protegida por no estar ahí. Pero, si me concedo el tiempo y el espacio para contemplarme compasivamente, puedo caer directamente al centro del campo de batalla; al primer plano de las heridas históricas de mis guerras personales.
Este espacio y tiempo surge en el contexto de la psicoterapia. Podría hacerse fácilmente otra analogía entonces entre ésta y la misión de la Cruz roja internacional en la guerra: detectar donde está la herida, detener la hemorragia y coser. Buscar las condiciones adecuadas para la cicatrización. Pero para eso necesito también tomarme en serio y preguntarme qué es lo valioso y doloroso para mí. Actuar.
Podría pensarse que en cada nueva fotografía o secuencia de misiles devastando pueblos, hay un ojo más, un periodista ileso que repite con insistente terquedad, tratando de asir el momento más brutal en que podamos como seres humanos colmarnos y hacer algo frente a lo aterradora que es la guerra, que son los allanamientos a las comunidades mapuches, que son las injusticias laborales en el cotidiano. ¿Podemos percibirlo? Creo que el estilo de vida que nuestra sociedad nos empuja a llevar, impide el ser tocado. Considerar esta situación como normal, puede estar preparando un pozo perfecto a la enajenación.
Queda en nuestras manos decidir entonces cómo miramos. Längle preferiría “ver”. Teniendo la seguridad necesaria de que somos capaces de sostener el dolor como lo postula Sontag: no sólo compadecido por el otro, sino que movilizado a ponerme en contacto con el doliente, en su batalla cotidiana, en la mía y en la nuestra.

Elisa Broussain
Maquilladora profesional
Alumna de Postítulo en Consultoría Existencial
elisabroussain@gmail.com

Elisa Broussain

Psicóloga
Formación en Consultoría en Análisis Existencial (ICAE)

elisabroussain@gmail.com

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Nº 2 - 2013
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