Modos de vivir el trabajo: ¿Una obligación o un gusto?


Muchas asociaciones al ámbito laboral tienen que ver con las influencias culturales y educacionales en las que una persona crece. Por ejemplo, en occidente, ha habido una gran influencia que ha visto el desarrollo del trabajo como una consecuencia de otra cosa: “Te ganarás el pan con el sudor de tu frente / parirás con dolor”. En el sentido de lo que se plantea en la biblia, este modo de trabajar (y de parir), era un castigo de Dios por no haberle obedecido, y por haber comido del fruto prohibido del árbol del conocimiento. El trabajo, en este contexto, es visto como un castigo… Era un deber, una obligación, un sacrificio impuesto donde no había espacio de desarrollo personal, ni de sentido existencial. Eran las consecuencias del pecado original.

            Por suerte para mí, tuve la oportunidad de ir integrando dentro de mí otras voces, voces mucho más propias que me conectaron con el verdadero sentido – siempre personal- de mi quehacer laboral. La primera de estas nuevas experiencias, fue haber estudiado Filosofía. Mi paso por la universidad fue maravilloso y significó algo bueno para mí en varios aspectos: era la primera vez que cumplía con una obligación y la disfrutaba al mismo tiempo. Recuerdo ciertos días de haber pasado horas y horas en la universidad, y al terminar mi sensación era de estar realmente volcada en aquello, haciendo algo que me hacía sentir alineada, conectada. Contenta. Sentía que esas clases y mi carrera eran algo importante. La segunda de estas experiencias, fue la dificultad con la que me encontré al empezar ejercer como docente. Una cosa era ejercer mi carrera “a puertas cerradas”, estudiar, leer, comentar en clases, hacer pruebas. Otra cosa era estar delante de un curso entero, a cargo de los distintos particulares que surgen desde los estudiantes, y desde la institución misma en donde uno se desempeña. ¡Tantas aristas!, ¡Tantas responsabilidades y cosas en consideración! Por otra parte, también surgía entonces mi propia incertidumbre… “¿Seré buena? ¿Me la puedo? ¿Me entenderán?”. La primera vez que hice clases tuve que confrontar muchos de esos temores, y también de aquello que había internalizado y que no era propio.

            Me tomó tiempo, y también práctica, darme cuenta que en realidad mi trabajo sí me gustaba, lo que no me gustaba eran las ideas que yo tenía asociadas al trabajo, expectativas que me hacían sentir cansada, insegura y preocupada. En realidad, incluso disfrutaba mucho al hacer clases, pero mis expectativas (y la de otros) sobre lo que tenía que ser mi desempeño laboral según parámetros externos, me atemorizaba. Y es que volviendo al tema del “trabajo sacrificado”, de acuerdo a la tradición cultural en la que estamos insertos (y en la que yo crecí), la recompensa (“el pan de cada día”) es la meta. El producto de ese sacrificio. El sentido de lo cotidiano, el goce, el amor por el camino y no por la meta, no estaba incorporado en este modo de pensar. Creo que fue sólo en mi proceso de auto-experiencia individual, donde me di cuenta de estas cosas que me impedían apropiarme de mi espacio laboral. Eran cosas que daba tan por sentadas, y que no me cuestionaba: “la recompensa del trabajo es el dinero; el dinero es un medio para otras cosas; el sacrificio vale la pena por la meta”. Y de alguna manera eso también vale, eso también tiene su espacio. Pero no puede tener TODO el espacio. Al mismo tiempo que fui viendo estas cosas, fui teniendo más trabajo. Ya eran varias carreras y muchos alumnos a quienes tenía que responder. Me fui dando cuenta no sólo que “toleraba” mi trabajo, si no que me “gustaba” mi trabajo, y con el tiempo me di cuenta que no era un mero gustar… Yo amaba-amo mi trabajo. El modo en que los alumnos generan un contacto humano, pasando de ser un número a un Nombre Propio, destacándose por una u otra cosa sobre los demás (y ese destacarse no tiene que ver con rendimiento académico, si no con la singularidad de su ser Persona). El modo en que abren sus historias y sus puntos de vistas al hacer ensayos. O el acercamiento que tienen cuando están frente a un problema, tanteando terreno entre la formalidad y la expresión del problema personal que los acongoja. No tiene sólo que ver con lo que enseño en clases. Es la dinámica que creamos juntos (el grupo y yo), cuando estamos en relación académica, y la relación personal-individual que se da con muchos de ellos. Es también adecuarse, “surfear”, en las distintas aguas que reflejan los distintos grupos a los que he hecho clases.

            Siento también la importancia, en este proceso de apropiarse del trabajo, de lo que llamo paciencia. Hoy siento el espacio laboral como algo propio, y por lo tanto, en él me siento plena. Me siento yo. Pasé de sentir el desagrado y la inseguridad a sentirme a gusto en él, entregando algo que siento como personal. Es un modo de acceder al mundo; ya no encerrada entre libros, sino entregando algo en el que considero al otro, y en el que quiero acceder a otros. En este intercambio también me abro a otros, y dejo que impregnen en mí su propia huella. Pero aún a pesar de esto, hay cosas que requieren de tiempo. Por una parte, el tiempo de seguir consolidando una carrera, ganar estabilidad y dinamismo; por otra, el tiempo para conocer y para abrirme: a cada situación, grupo, persona, y trabajo, cada uno es distinto, y para apropiarme de mi espacio laboral, requiero de ese tiempo de adecuación, visión, y acción. Cuando las cosas no se ven bien, tener paciencia me ha ayudado. No siempre todo tiene sentido y se siente bien, pero cuando he tenido paciencia y he seguido trabajando, las cosas finalmente se distienden. Muchas veces recuerdo haber estado agotada, entre mi casa, mis hijos, mi trabajo y mis estudios. Sin embargo hay una cosa que me sostiene, y que me sostiene a lo largo de todos esos “esfuerzos”… Y es tan, pero tan simple: Me gusta lo que hago. Disfruto lo que hago. Desde el tema que elijo para mi tesis, como la materia que debo pasar por “obligación”. En todos estos ámbitos observo, miro: “¿Qué, de todo esto que es mi responsabilidad -y qué ¡debo hacer!- me gusta?”. Y aún en las labores tediosas (como corregir pruebas), puedo tomarme un momento y responder “Bueno, me gusta tal cosa”. Sé que no en todo ámbito podemos conectarnos con el “Gustar”, pero sí creo que en cada cosa podemos conectarnos con el “Valor”.

Cuando tenemos tantas responsabilidades, y no podemos ver el sentido, y la vida parece la realización de un deber tras otro, entonces tomarme ese tiempo del que hablaba antes, me ayuda; ese momento de detenerme y preguntar: ¿Pero por qué estoy haciendo esto?, ¿Qué de todo esto, me atrae? Porque al fin y al cabo, aunque no sea evidente a primera vista, si dedico mi vida entera, y gran parte de mi tiempo a algo, entonces aquello debe tener alguna fuerza para mí, para nosotros. Algún valor con el cual podríamos reconectar, y así apropiarnos de aquello, darle sentido a aquello.

            Una vez más pienso en lo importante que es “vivenciar”. El vivenciar es la experiencia vivida, es diferente a un mero pasar. En estricto rigor nunca dejamos de vivenciar, pero sí de tomar en serio dichas vivencias.  Yo recuerdo haber tenido esta sensación, cuando me mencionaban los “contras” de estudiar filosofía, de estar muy conectada con algo esencial. Cuando tuve a mi segundo hijo, pensé (y aún hoy a veces se me pasa por la cabeza) “quizás es cierto que esta carrera es complicada, quizás debería cambiar de área”, y casi lo hice. Pienso que son consideraciones válidas cuando una es madre, pero también confío en que el trabajo que sea que uno hace, si lo hace con conexión, con determinación y “cariño” (¡sí, qué importante que es el cariño a lo que uno hace!), finalmente el trabajo se “abre”. Deja de ser un “trabajo”, o más bien, de ser “trabajoso”, para pasar a ser algo así como una vocación, como una dedicación. Como algo de lo cual uno se siente responsable, pero porque a su vez, quiere sentirse responsable, quiere sentirse llamado y responder a ese llamado. Por ahora no cambiaría mi trabajo más que en frecuencia y en diversidad, pero puedo comprender que esta dedicación no tiene sólo que ver con el gusto por lo que uno hace. Si no por el intentar encontrar el valor a aquel trabajo, dignificar aquel quehacer. Ya sea un medio para llegar a otra cosa, o ya sea valioso en sí mismo, siempre ese trabajo tendrá un valor asociado con el que nos podremos reencontrar y/o re-encantar; y aunque luego pueda cambiar, tendrá también un particular y personal Sentido.

Constanza Iturriaga

Licenciada en Filosofía
Diplomado en Análisis Existencial

constiturriaga@gmail.com

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N° 12 - 2015
Trabajo - Work