Ética y moral en el ámbito laboral


Recientemente la opinión pública en nuestro país se ha visto remecida por noticias relacionadas con hechos que protagonizan empresarios y connotadas figuras públicas y que afectan a la sociedad en su conjunto, ya que a simple vista parecen reñidos con la ética y la moral. Esto se ve diferente a lo que tenemos incorporado como delitos “normales” o comunes en la sociedad: noticias de robos, asaltos y fraudes, perpetrados por sujetos que consideramos como antisociales y marginales del sistema, o sea, delincuentes habituales, que como tal, hacen lo que la sociedad espera que hagan y de los que procura protegerse.

Sin embargo, cuando educadores, religiosos y padres abusan de quienes deben proteger, cuando altas autoridades de los tres poderes del Estado se ven involucradas en actos de corrupción y cuando poderosas figuras del ámbito privado y político aparecen sobornando a las anteriores y generando grandes fraudes a las arcas fiscales, la sociedad se muestra indefensa y las instituciones, consideradas pilares de la estructura social, se debilitan notoriamente.

Ciertas voces de autoridades civiles y religiosas nos dicen que se trata de actos aislados, que no somos una sociedad corrupta, ni que lo son sus instituciones, procurando generar un clima de tranquilidad y estabilidad, lo que sin duda es importante. Pero cabe preguntarse ¿cuán aislados son esos actos?,  ¿Qué hace posible que se generen en una sociedad moralmente sana? Y si no fuesen tan aislados ¿estaríamos ante una crisis ética y moral de nuestra sociedad?

Con el fin de acercarnos a una comprensión de este tema, partiremos conceptualizando lo que entendemos por ética y moral desde la óptica analítico-existencial y trasladándolas después al individuo, entendido como célula de la sociedad.

¿A qué nos referimos cuando hablamos de ética y a qué cuando hablamos de moral? 

Podemos decir que hay dos voces internas que nos ayudan a regular nuestra conducta, y a hacernos responsables de los efectos que éstas producen en los otros y en el entorno en general.

La primera es esa voz que hemos internalizado del entorno más cercano (medios de socialización tales como familia, escuela, iglesia, barrio, etc.);  diferentes contextos sociales en que nos movemos con algún sentido de pertenencia y que tiene un carácter normativo y adaptativo. Esa voz interna corresponde a lo que en psicología se suele llamar el Superyó. Esa voz nos dice: “si quieres formar parte de este grupo social, debes comportarte así y no asá”, es decir prescribe y proscribe modos de comportamiento. A veces ese grupo social nos dicta explícitamente cuáles son esas pautas generales de conducta: “Si quieres desempeñarte en nuestras actividades, éstos son nuestros códigos de comportamiento”. Aquí entran, por ejemplo los códigos éticos de los colegios profesionales. Nuestro superyó los hace propios y los completa en aquellos aspectos que no están explícitos. Otro ejemplo de esos mandatos superyóicos son los mandamientos cristianos, muchos de ellos ampliados en las leyes civiles que, además, señalan las sanciones en caso de que no se cumplan. Todo lo anterior demarca el ámbito de la ética.

En el ámbito laboral, según el rol de los participantes, podemos hablar de una ética empresarial, una ética gerencial y administrativa, una ética comercial, una ética profesional y en particular una ética para cada profesión, una ética sindical. De acuerdo al poder que les dé su posición en la organización y en la sociedad, la ética busca regular ese poder para que se emplee en beneficio de los otros y evite situaciones de abuso. Los pares suelen ser importantes agentes reguladores de la ética (como los colegios profesionales). Pero, no siempre las faltas éticas constituyen un delito, por eso esa regulación no puede quedar sólo en el ámbito de la justicia.

Moral

La otra voz interna, de carácter más íntimo que la anterior, es la que denominamos Conciencia Moral. No generaliza como la otra (siempre o nunca, para todos o para ninguno), sino que responde a lo que para mí es correcto en cada situación concreta. Cuando respondo acorde a lo que me señala, me siento en paz, duermo tranquilo. Tiene un carácter personal. Éste es el ámbito de la moral.

Por lo general, ética y moral van de la mano, pero a veces se distancian. A modo de ejemplo, mentir o robar son siempre éticamente reprobables, pero si mi conciencia me dice que al hacerlo puedo evitar un gran daño o salvar una vida, son moralmente adecuados para esa situación particular.

Desde el alcance que estamos dando aquí a estos términos, debemos aclarar que a veces se invierten los significados. Por ejemplo, cuando se habla de “moral cristiana”, por referirse a la conducta que deben seguir todos los fieles de esa creencia para considerarse tales, en rigor se trata de la “ética cristiana”. La moral, al seguir la voz de la conciencia individual, no admite apellidos generalizadores.

Crisis moral y ética

¿Cuándo decae la moral? Cuando dejamos de escuchar y seguir lo que nos indica nuestra conciencia. Cuando seguimos nuestra conciencia sentimos paz, como indicaba antes, pero cuando no la seguimos sentimos culpa. La principal psicopatología en que el individuo se vuelve sordo a la conciencia y, por ende, también a la culpa, es la psicopatía (Trastorno de Personalidad Disocial o Antisocial) y en menor grado en otros trastornos de personalidad del sí mismo (ciertas formas de narcisismo, entre otros). La conciencia moral está siempre presente en la persona, en el sujeto sano. Su pérdida es un síntoma de una patología psíquica.

Cuando está ausente la conciencia moral, la conducta ética sólo tiene un carácter funcional. Aquí se trata de parecer ético antes que serlo, ya que falta el filtro interno de la conciencia, sin el cual el discurso superyóico pasa a ser una vestimenta externa, superficial, aparente.

Si consideramos que un individuo sin una conducta moral, por no escuchar su conciencia moral, está psíquicamente enfermo, también podemos inferir que una sociedad cuya estructura ética está resquebrajada, es una sociedad enferma o con síntomas patológicos. Por eso nos parece que las señales que estamos recibiendo son altamente preocupantes. Fromm en su libro “Psicoanálisis de la sociedad contemporánea” concluye que estamos en una sociedad enferma y muchos de los síntomas que él analiza en profundidad se han ido acentuando notoriamente desde su escritura a la fecha.

Desde una mirada existencial un sujeto sano es aquel que tiene la libertad de tomar la vida en sus manos para conducirla hacia una existencia plena, uno de cuyos pilares fundamentales es que sea plena de sentido. Y sentido es la acción más valiosa en cada situación. El valor de la acción con sentido está puesto en el mundo. El sentido de mi actuar como psicólogo está en el servicio beneficioso que presto a otros y no en mi desarrollo personal; eso puede ser un beneficio por añadidura.

Una sociedad orientada al consumo como objetivo de vida, como fin en sí mismo, es una sociedad que ha perdido la brújula del sentido. Buscar poseer (cualquier cosa, bien material o intelectual, poder sobre otros, etc.) es un falso sentido. No está dirigido hacia un beneficio del mundo, sino hacia un afán propio. El medio es convertido en un fin. Y cuando eso no conoce límites, aparece la voracidad de los adictos que no disfrutan del proceso, sino, se afanan sólo por el resultado final: tenerlo todo para sí y en el menor tiempo posible.

Lo anterior promueve el desarrollo de trastornos de personalidad del Sí mismo, que llenan su vacío de sí con posesiones, con poder sobre otros. El narcisista que se dice: “yo soy lo que tengo”. O el antisocial que usa su poder para abusar de los demás con el objetivo de poseer lo que ambiciona. Y ya vimos que esos trastornos nublan la conciencia moral, cimiento de la moral, y también de la ética, fundamentos esenciales de la vida en sociedad. Lamentablemente en una sociedad con los valores trastocados o pervertidos por la pérdida de sentido, esas personalidades enfermas aparecen muchas veces en altos puestos de la sociedad: empresas, cargos políticos, organizaciones religiosas y académicas. También en marginados a los que la sociedad no les ha dado oportunidades y cuya única forma de llegar pronto a poseer los bienes de consumo ambicionados, respecto a los que la sociedad les dice “si no los tienes no eres nadie”, es a través de delito y del crimen.

Pero esto no se reduce a esas esferas; también entre los individuos comunes, los que no estamos ni en las cumbres del poder ni en la marginalidad del sistema, vemos conductas poco éticas. Si en la carretera hay un atascamiento de tránsito, no faltan los que buscan adelantar a todos conduciendo por la berma. Y no se trata del que falta a la ética por el mandato moral de salvar al padre que sufre un infarto, sino sólo del que lo hace porque puede. Como el hacker que contamina miles de computadores o paraliza grandes sistemas: sólo porque puede.

¿Solución?

Por lo general una crisis no se resuelve por un cambio homogéneo (por ejemplo a partir de nuevas leyes y normas); contrariamente intentos de solución mediante el homogenizar y sobre normar conduce a las sociedades a una crisis. Pero, una crisis ofrece la oportunidad de un salto, de una transformación radical a otra etapa. Eso se inicia en focos específicos, personas que toman conciencia y hacen cambios en sí mismos, lo que se extiende a pequeños grupos y así paulatinamente, hasta ir abarcando a sectores cada vez más amplios de la sociedad, para extenderse a su conjunto, después de vencer las resistencias de los sectores más renuentes.

Apelo aquí a la conciencia moral individual. A ver en mí lo que critico y veo magnificado a nivel social, y procurar cambiarlo. A tener el coraje de ser un laboratorio de exploración y experimentación de una mejor sociedad humana.

Gabriel Traverso

Psicólogo Clínico, supervisor acreditado
Director Académico de ICAE

g.traverso@gmail.com

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N° 12 - 2015
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