Por Gabriel Traverso
Ética y moral, como también superyó y conciencia, son conceptos que suelen confundirse. La idea de este artículo es desarrollarlos y distinguirlos, desde la perspectiva del Análisis Existencial.
El destacado biólogo chileno Francisco Varela decía que el sistema inmunológico era más que un sistema defensivo del organismo. Lo consideraba como un representante del yo a nivel somático, ya que puede reconocerse en lo propio y diferenciarse de lo que le es ajeno. A partir de ese reconocerse puede asumir el rol de protección de lo propio y combatir lo ajeno, cuando éste puede ser amenazante. Por otro lado, el psicólogo austríaco Alfried Längle dice que las reacciones de coping (psicodinámicas) equivalen a un sistema inmunológico psíquico ya que tienen la función de protegernos de las amenazas desde la dimensión psíquica. Extrapolando la visión de Varela, podríamos decir que ese “sistema inmunológico psíquico” sería un representante del yo a nivel psíquico.
Por otra parte, la conciencia es esa voz interna que nos dice “esto te corresponde a ti y aquello no te es propio, aléjate de aquello y quédate con esto”. Por eso podríamos decir que la conciencia sería un sistema inmunológico personal o espiritual, que busca reconocernos en lo que nos representa como persona y diferenciarnos de lo que nos resulta ajeno o impropio. Sería el representante del yo a nivel personal/espiritual. Es lo que me dice en mí lo que es correcto hacer, porque corresponde a mi persona. Es el sentimiento intuitivo que jerarquiza los valores en cada situación de la vida y que lleva a la persona a decidir lo que es bueno hacer en esa situación.
En tanto el superyó viene a ser el yo público, que corresponde a pautas y representaciones valóricas internalizadas desde el exterior, que tienen la función de regular la convivencia del individuo con la sociedad controlando su comportamiento. Este superyó es cognitivo; manda desde el ámbito de las ideas. Por lo mismo suele ser comandado desde las ideologías. Además es generalista (siempre o nunca) y no situacional, como la conciencia. Por ejemplo, los diez mandamientos bíblicos son superyoicos. Ellos demarcan una ética para los que siguen las religiones inspiradas en la biblia. Podríamos decir que la ética, en general, se constituye por pautas superyoicas que buscan ser internalizadas para que los individuos y organizaciones sociales puedan funcionar adecuadamente en la sociedad según sus roles. Así, por ejemplo, los códigos éticos de las diversas profesiones pretenden que los respectivos profesionales se comporten del modo adecuado para que el objetivo de la profesión se cumpla sin generar daños evitables a quienes sirve.
La conducta moral, por su parte, es la que sigue la voz de la conciencia. Esa voz que en cada situación nos dice “eso es bueno para tu persona y para lo que es valioso para ti, incluido tu entorno, tu mundo”. Y lo que nos dice puede coincidir o no con algún mandato superyoico. No siempre lo moral va de la mano de lo ético. Como la conciencia es personal, lo que nos señale para una determinada situación puede diferir de lo que le señale a otro en una situación similar. A modo de ejemplo, supongamos que dos mujeres católicas –por lo tanto bajo el mismo mandato superyoico de que el aborto es un asesinato y por lo tanto algo terminantemente prohibido– quedan embarazadas por situaciones de violación. Ambas sienten en un inicio un gran rechazo a esta situación de embarazo no deseado y, menos aún, planificado, no sólo por el origen violento del mismo, sino porque por su situación de vida (laboral, familiar y social) tener ese hijo les resulta muy amenazante. A pesar de ello, una de ellas comienza a sentir, debido a la vida que se está engendrando en ella, un fuerte impulso maternal a tener ese hijo a pesar de todos los costos que tendrá que asumir. Sin embargo, la segunda mantiene su rechazo y a pesar de que para ella tiene un fuerte costo ético, decide abortar, en concordancia con lo que le dice la conciencia. Ambas actúan en conciencia. Y actuar en conciencia es un requisito para hacerlo con aprobación y consentimiento personal.
No es difícil distinguir entre el relator superyoico interno y la voz de la conciencia. El primero tiene un tono paternal, de autoridad, de maestro, de juez, de predicador y a veces nos puede sonar incluso amenazante (hasta con las penas del infierno), si no obedecemos, si no nos sometemos al mandato. No nos da razones; el mandato es la razón, es la ley, que siempre debe ser cumplida, a como dé lugar. La responsabilidad de la consecuencia de la acción es, en última instancia, del mandato, del mandante. Nosotros somos meros ejecutores.
La conciencia, en cambio, nos habla en forma comprensiva, orientadora, en tono maternal, no nos amenaza, pero nos ayuda a intuir los costos y beneficios de nuestra decisión a través de sentimientos y vivencias, traspasándonos la responsabilidad de nuestra acción, en consecuencia con la libertad que nos reconoce.
Necesitamos del superyó –y de la ética que representa– para vivir en sociedad. Sin embargo, sin la conciencia, la expresión más genuina de nuestra persona se perdería. No viviríamos con autenticidad. Podemos concebir una sociedad formada por puros robots, programados con superyós superlativos, y podría ser altamente funcional y eficiente. Sólo que no sería humana. La conciencia no es programable.
Gabriel Traverso
Psicólogo Clínico
Director Académico ICAE
gabriel@icae.cl