Por Michèle Croquevielle
Suena el timbre y abro la puerta de mi consulta privada. El sujeto camina a través de un caminito rodeado de plantas, mientras yo lo observo. Hasta que nos miramos y saludamos. Los budistas se saludan namasté – saludo a la divinidad en ti. También los cristianos aluden a que Dios habita en cada uno de nosotros… Alguna vez escuché en una conferencia que cada uno de nosotros está constituido, en nuestro ADN, por polvo de estrellas- constituimos y somos constituidos por el cosmos-… Lo hago pasar, apago mi celular y nos sentamos.
Frente a mí hay una persona que sufre y viene por ayuda.
Para el AE, la Persona, entendida como lo libre, lo auténtico, lo esencial del ser humano, debe estar en el centro de todo encuentro (con mayor razón, en el terapéutico). Cuando alguien acude a mi consulta y me pide ayuda es justamente por no poder acceder a esa dimensión de libertad o autenticidad o esencialidad, desde donde pueda decidir y actuar con sentido. Pero definitivamente existe, le es inherente por el sólo hecho de ser ser-humano. Sólo que está entrampado, atascado y no puede acceder a esa dimensión.
¿Y cómo se expresa esa dificultad? con sufrimiento causado a quienes lo rodean y fundamentalmente a sí mismo, porque su individualidad, su esencialidad, aquello que lo hace inconfundible, incomparable e irrepetible no se puede expresar. Volviendo a mis reflexiones iniciales, es como si la divinidad que está en el paciente, esa totalidad cósmica, no se pudiese desplegar.
Alguien me preguntó una vez, qué técnicas, herramientas usa el AE en sus terapias, a lo que yo respondí, el diálogo. En el diálogo nos encontramos, que etimológicamente es: dia: a través de y logos: sentido, conocimiento. Es decir, a través del Diálogo puedo acceder, comprender, conocer al otro.
Hace muchos años atrás, antes de decidir ser psicóloga, tuve la necesidad de ir a terapia, y me sugirieron ir a la consulta de un psicólogo que en aquella época era “famoso” (escribía columnas en una revista femenina bien conocida). Debo confesar que la experiencia fue muy dolorosa, no por mis temas, sino porque este psicólogo hizo añicos conmigo. Mirando ahora a la distancia, pienso que debe haber sido alguna técnica orientada a quebrarme para luego, estando yo en el suelo, él me recogiese…o algo así.
Ahora, cuando lo recuerdo, me da entre rabia y pena: nadie tenía (ni tiene) el derecho a maltratarme de ese modo. Afortunadamente tuve la lucidez para no regresar a ese lugar. Pero ¿y si no la hubiese tenido? ¿Qué pasa con aquellas personas que se confían plenamente en un terapeuta y lo o la dejan hacer con ellos, lo que éstos estiman conveniente?
El espacio terapéutico es un lugar de encuentro entre dos Personas – en eso somos iguales – en el cual uno (paciente) necesita de la ayuda del otro (terapeuta) – y en eso no somos iguales. En esa intimidad, la dignidad del paciente, lo que corresponde al valor propio del ser (AE) y según Mauricio Bechot es la bondad que resulta del ser mismo de la cosa, debe ser protegida. En ese espacio se trata del paciente y su sufrimiento (y no de las neurosis o dificultades o necesidades del terapeuta, pues para ello está el espacio con su supervisor).
Me gusta recalcar esto pues muchas veces se ha malentendido, especialmente entre colegas que se dicen humanistas, que en la terapia somos 2 iguales ¡no lo somos! Los terapeutas debemos estar volcados hacia el paciente (sin perdernos a nosotros mismos) y el paciente igual: orientado hacia sí mismo.
La ética en la psicoterapia (cuyo referente subjetivo es la Conciencia Moral) -así como en todo quehacer humano- se refleja en los diferentes aspectos que ésta involucra: desde el lugar físico de la misma (que el lugar sea agradable, permita la privacidad, etc.), la puntualidad del terapeuta (“me importas, tienes un lugar reservado sólo para ti”), la prolijidad y seriedad con la que asumo ese encuentro, así como mi preparación y actualización profesional.
Un colega años atrás me dijo: yo respondo mi celular en la consulta…el paciente debe poder tolerar su frustración. (Aquí yo me pregunto: ¿de quién se trata: de la incapacidad del terapeuta de soportar la incógnita de un llamado, o del paciente? Si ese espacio está reservado para éste, entonces le pertenece) Obviamente si tengo un paciente grave, o espero una llamada urgente, puedo avisarle al paciente antes y explicar.
Por otro lado hay “técnicas” supuestamente terapéuticas (juegos de roles, dinámicas grupales) que consisten en enrostrarle los defectos a cada sujeto, y además ¡públicamente! ¿Es necesario para el logro de mis objetivos exponerlo a tal situación? Si reconozco el valor propio del otro, si reconozco aquello sacro o universal en éste, ¿cómo puedo someterlo a más sufrimiento del que trae?
Incluso he presenciado cómo, para supuestamente mejorar la cohesión grupal, el terapeuta – guía del grupo- busca un “chivo expiatorio”, a cuya costa (denostación pública) provoca la defensa grupal del mismo, con el consiguiente logro de su objetivo.
Cuando escribo estos ejemplos (presenciados por mí), nuevamente me aparece el dolor, la rabia. ¿Cómo puede replicarse en un espacio tan sagrado (encuentro con lo sacro, con lo inigualable e irrepetible en el otro), de tanta vulnerabilidad para el paciente (expone confiadamente su sufrimiento), lo que ya hemos visto en la historia de la humanidad: “cualquier medio sirve para alcanzar un fin”? Esa cosificación del otro, donde desaparece su esencialidad, su dignidad, ¡con la sola finalidad de que el terapeuta obtenga el éxito de su objetivo terapéutico!
Cuando el sujeto es convertido en objeto (de experimentación de técnicas, para tener más dinero, más amigos, objeto sexual, incluso objetivos teóricos importantes, etc), es degradado en su dignidad, pues se lo utiliza para fines, lo que conlleva pasarlo por alto en su unicidad, esencialidad.
El Colegio de Psicólogos tiene un código de ética, claro está, y como ciudadanos también tenemos leyes, normas, etc., es decir claramente existen pautas, ordenamientos externos, que hemos suscrito explícita o implícitamente como sociedad, como psicólogos. Es como un superyó que nos regula desde afuera, nos pone un marco, conocido y compartido. Pero…¿y la regulación interna? Porque hemos visto en nuestra sociedad que hay especialistas en buscar los resquicios para burlar la ley, la norma…
La Conciencia Moral es la regulación interna, subjetiva y personal.
¿Quién, qué dice qué es lo correcto? Ella misma como una voz interna. En la conciencia me sitúo en cierto modo como representante de la humanidad conmigo. Lo más personal, lo más íntimo es aquello que todos los seres humanos lo compartirían, si se encontraran en la misma posición que yo. Por eso es que la conciencia me une a la humanidad y me vuelve totalmente ser humano. Como dijo Sartre: “Nada puede ser bueno para nosotros sin serlo para todos”.
Estar presente en mí, con acceso a esa dimensión personal, y no quedarme atrapada en la psicodinámica, en lo meramente reactivo, me permitirá el acceso a mi Conciencia que se refiere en el AE a la propia autenticidad. Ella, mi Persona me indica lo que corresponde a mi ser, esa voz que me dice: eso es correcto, o, eso no se corresponde con tu esencia, con tu autenticidad. Pero esa voz es situacional, es decir no es generalista: soy yo frente a cada situación, y en cada caso, frente a cada paciente, en cada nuevo encuentro. Es como una especie de “renovación de votos” constante, conmigo y con el otro.
Y sí, hay veces que algo me distrae. Otras que reacciono por algo que el paciente me dice. Soy humana, y me suceden cosas a mí también y a veces no he estado totalmente presente, totalmente conectada, volcada hacia el paciente, llegando incluso a hacer una mala intervención. En ocasiones me doy cuenta pues “siento” una incomodidad, mi voz interna que me lo señala, otras me lo dice el propio paciente (“¿sabes?, no me sentí comprendida por ti, la sesión pasada”). Y claro, me doy cuenta que algo mío se me perdió y debo recuperarme, y reencontrarme con el paciente. ¿Por qué? Pues en ese reencuentro, se abre la posibilidad no sólo que yo me reencuentre conmigo y con él, sino que el paciente se reencuentre consigo mismo. No sólo es parte de mi labor, sino que también es parte de la ética en este espacio sagrado.
Michèle Croquevielle
Psicóloga Clínica
Directora Ejecutiva ICAE
michele@icae.cl