Por Constanza Iturriaga
En el prólogo de este libro, Humberto Maturana nos recuerda sobre lo “poético en el habitar”. Esta expresión, que ligo a la actitud ética, puede resultar un tanto extraña de buenas a primeras, pero en realidad se trata de algo no tan lejano. Desde mi punto de vista, nos acercamos a esto cuando realmente vemos a una persona, o a nosotros mismos. En este Ver, podemos darnos cuenta de cómo a veces un simple acto, común y ordinario, adquiere matices de algo otro, algo que nos parece especial y bello en su llevarse a cabo… En ese sentido eso cotidiano, pasa a ser ciertamente poético. A veces, por ejemplo, puede ocurrir que escribo la lista de supermercado en una hoja cualquiera, y de pronto, veo el lápiz, mi mano, la hoja, la tinta, las formas de las palabras escritas. Y la luz que me rodea. Y ese momento, entonces, pasa a ser algo poético. Además lo que estoy haciendo tiene sentido, no es solamente la imagen de lo que estoy haciendo. Hay un ver que tiene que ver con algo más profundo entonces: Algo dentro de toda esa cotidianidad, resalta, y nos hace ver (o vernos) con ojos distintos lo que comúnmente hacemos… Este libro tiene todo que ver con esto.
El título, “21 Sueños”, hace referencia al emprendimiento de 21 personas, microempresarios independientes que han perseguido un sueño, una idea, o una intuición. Muchos de ellos muestran su quehacer como una respuesta a un sistema “deshumanizante” -falto de ética- donde lo personal ha quedado a un lado. Otros hablan de la importancia de rescatar el oficio que ellos ejercen, y la importancia de dicho oficio para la identidad de nuestro país, y las tradiciones donde se insertan. Gracias a las crónicas y bellísimas fotografías, podemos ver algo de lo que motivó a cada persona, las vidas detrás de los proyectos, las historias que mueven y con-mueven a cada individuo. Con esto, podemos quizás admirar (desde lejos) la unicidad y lo especial de cada Persona.
Lo primero que llamó mi atención en esta lectura, que me absorbió hasta terminarlo, fue una actitud ética: el respeto de los autores para con los entrevistados. Desde el modo en contar su historia hasta las fotografías. Todo esto me pareció no sólo bello, sino respetuoso de un modo en que no acostumbramos a ver: El dejarlos hablar con sus propias palabras, no interpretarlos, mostrarlos en sí mismos, fue algo con lo que contaba al comenzar la lectura. La segunda sorpresa, comenzó pronto, con lo que decían los entrevistados mismos. Por ejemplo, Antonio Naveas, peluquero, 46 años, cuenta cómo fue que llegó a ser un estilista, cuenta sobre sus orígenes, cómo asumió su sexualidad y cómo llegó a amar lo que hace. Hoy es dueño de un lugar privilegiado, sacó a su familia adelante y planea expandirse. Cuando finaliza la entrevista, nos dice “Quiero morir vinculado a la belleza. No quiero que mi vida haya sido en vano. Me gusta lo que hago”. Otro entrevistado, montó un proyecto-escuela de payasos y títeres en Valparaíso. Víctor Quiroga, 46, tuvo la experiencia de ser llamado a hacer el servicio militar en dictadura. A pesar de lo seria de su experiencia, sacó algo en limpio que determinó sus años a seguir: “Entonces asumí una ética de trabajo en la que lo fundamental es reírme (…). ¿Qué será más profundo: la alegría o la tristeza? (…) El payaso a diferencia de un político, no se toma en serio. Es amoroso y frágil, en él desaparece el ego. ¿Su mensaje? Todos somos frágiles”.
Las citas que elegí para esta reseña no son azarosas. A mi parecer no sólo muestra lo esencial de éstas personas, si no del habitar propio de nosotros como seres humanos. Visto así la actitud ética se puede observar en su doble varianza como respeto y tomar en serio: al otro como a sí mismo. Todos somos movidos en mayor o menor medida por cosas. Algunos se sentirán motivados por su trabajo, otros por las relaciones, otras por una vocación espiritual. Cualquiera sea el ámbito en el cual nos sentimos motivados, el llamado tiene siempre algo personal, es algo que nos llama a nosotros (algo que me llama a mí, con nombre y apellido), y sobre lo cual especialmente yo debo, puedo, quiero y me hace sentido dar una respuesta. Manuel Lizana, es un organillero de 62 años que fue criado en una familia de tradición organillera (4 generaciones). Él, sin estudios de música, ni de artesanía, se dio cuenta de la falta que hacía saber de este instrumento. No se trataba sólo de una técnica, sino de una tradición. Vio que sin maestros que enseñen de esto, la tradición organillera (de una rica historia en Europa y América) iba a desaparecer. Nadie ya sabía cómo armarlos en América, sólo un maestro sabía cómo repararlos, pero se lo quiso llevar a la tumba, y murió con este conocimiento. Don Manuel Lizana aún quería saber cómo reparar organillos “Si esto lo hizo un humano, y yo soy un humano, yo también lo puedo hacer” se dijo, y hoy en día no sólo los repara, sino que los confecciona (algo único en el mundo). Ha sido invitado por luthiers de varios lugares del mundo para enseñar su arte, y hasta fue capaz de traducir con ayuda, la “Jardinera” de Violeta Parra en una de sus organillos. “¿Qué hace que un hombre o una mujer tengan la claridad y entereza de saberse con la obligación de mantener algo que si no es por su voluntad, desaparece? La pasión y el amor”. El modo que tuvo este hombre, de ponerse a trabajar en esto, cuando no había cómo aprenderlo es algo que me llena de asombro, empatía y emoción. Hay tantas otras historias que me conmovieron, un Librero Móvil en el desierto, un heladero en el desierto, el Último Yagán que luego de 130 años vio volver los cadáveres de los yaganes llevados a Inglaterra para exposición ambulante por Darwin y Fitz Roy.
Todos ellos, todas estas historias tienen algo que parece venir desde un lugar muy íntimo, auténtico. Probablemente por la apertura y talento de realizadores y entrevistados, pudieron dejarnos ver (como por una ventana) parte tan importante de sus vidas. Un lugar del llamado y la apertura a éste llamado, que al verlo en ellos, nos hace encontrarlo en nosotros mismos (en mi misma), y entonces puedo ver en mi ese mismo habitar poético que existe como posibilidad de ésta existencia. Habitar poético como un acto de ética, porque conlleva una responsabilidad, en el sentido originario de responsabilidad: La posibilidad o deber mío, de dar una respuesta -la conciencia moral como parte interna de la ética- de querer dar una respuesta allí donde el mundo o el otro me interpela.
Constanza Iturriaga
Licenciada en Filosofía
Diplomada en Consultoría Existencial
pyraeitzon@hotmail.com