Queridas y queridos lectores:
Parece como si de súbito y sin mucha preparación, nos llegó el otoño. Junto con él, la vivencia del cambio. Pienso que el primer lugar donde sentimos este cambio es en el cuerpo. Concretamente, con esta nueva estación sentimos fácticamente: las mañanas están un poco más heladas, a medio día vuelve el calor, nos desabrigamos, y un poco más tarde nos encontramos abrigándonos de nuevo ante la caída abrupta de la temperatura al llegar la noche. Todo esto puede parecer algo muy obvio, pero es que el cuerpo y su basalidad a veces son tratados como una obviedad. Es algo tan natural, tan “dado”, que la mayor parte de las veces no nos preguntamos por éste, a no ser que caigamos enfermos o tengamos algún tipo de lesión. En este número, hemos querido volver la mirada hacia nuestra corporalidad. Desde distintos ámbitos y motivaciones las autoras muestran la importancia y el significado que tiene la vivencia subjetiva del cuerpo.
¿Cómo es nuestra relación con el cuerpo? ¿Cuál es la dimensión y la importancia que tiene para cada uno de nosotros? Y ¿qué ocurre cuando nuestro cuerpo está impedido, cuando algo falla? Alejandra (“¿Infertilidad? En mi cuerpo, sí; no en mi psique, no en mi espíritu”), nos muestra la dolorosa experiencia de la infertilidad en un cuerpo que se vivencia como “fallado”, “imposibilitado”. El no poder engendrar trae consigo cuestiones que no sólo se relacionan con el ‘traer vida a este mundo’, sino con el poder en sí mismo, con el poder aceptar (o soportar) este cuerpo infértil, este cuerpo que me causa dolor. Por otra parte, se relaciona con una capacidad: la de dar una respuesta propia y personal a esta situación. Ante la “imposibilidad” de ese cuerpo, se erige una “posibilidad”, posibilidad que no está ya mediada por el cuerpo, sino ahora por los afectos, las decisiones y el sentido (ámbito donde ahora puedo ejercer mi libertad personal).
Pero el cuerpo aún tiene relación con otras motivaciones que trascienden lo fáctico. Carolina, en “Desnuda intimidad: Un diamante interior”, manifiesta desde el comienzo de su escritura, la importancia que tiene el cuerpo para la cercanía consigo mismo. En la conexión con el propio cuerpo se nos abre el camino hacia un lugar único, auténtico, un lugar que guarda toda Persona en su más cercana relación propia: la intimidad. Allí, en esa cercanía propia comienzo a distinguir lo que ocurre en mi interior, comienzo a “ganar terreno”, a practicar mi autenticidad y mis “verdades personales”: ¿cómo me siento realmente? ¿Qué significa esta respiración agitada? ¿Cómo siento mi presencia frente a otra persona? ¿Cómo recibo lo que siento de mí y de otros?
Es justamente esta intimidad, esta parte esencial, la que puede estar minada cuando nos ha faltado la mirada de un otro. Una mirada que nos aprecie, pero que también nos mire con justicia, que nos contemple y que pueda reflejarnos como en un espejo, partes de lo que somos, conformando así una imagen propia en la que estamos expuestos interna y externamente. Elisa escribe precisamente sobre esto en “Yo mismo: Contemplación, justicia y aprecio”. Y es que desde el cuerpo accedemos también a una dimensión dialógica, en éste, autoestima, autoimagen y la capacidad de verse a sí y a otro, cobra vida y sentido. Podemos ver entonces cómo un acto de cuidado en el cuerpo, como el maquillaje, que a primera vista nos resulta sencillo, está pleno de coherencia cuando posibilita un dialogo interno y externo.
En la entrevista de este número, Paula Cherres, médico general dedicada al área de salud mental, nos cuenta cómo ha sido el cambio de mirada que ha significado el Análisis Existencial para ella. Personalmente, siento que sus planteamientos ¡son tan importantes para la labor médica! Ver el cuerpo como algo viviente, no en un sentido meramente funcional y no como una máquina o cáscara que “te transporta de aquí para allá”, sino como parte integral de un todo vivo, de un todo con emociones, aprehensiones, temores, alegrías, vivencias personales. Este cambio de mirada radical, deriva en un paso necesario para ver que detrás y junto con el cuerpo hay una persona, y no un simple cuerpo-cosificado.
Conmovedora, en este mismo sentido, me parece la reseña que hace Pamela del libro “Agua fresca en los espejos”, de Vinka Jackson. El cuerpo-cosificado no es algo exclusivo a una práctica médica que pueda dejar atrás a la persona, el cuerpo como cosa es algo que vemos una y otra vez frente a los rechazos, frente a las relaciones sin afectos, frente a la superficialidad, pero sobretodo frente a los abusos. ¿Cómo es la vivencia de alguien que ha sido abusado sexualmente en reiteradas ocasiones? ¿Cómo es que luego de tal experiencia aún surjan ganas, surja vida para “revivir” y “apropiarse” de ese cuerpo-cosa que fue utilizado, transgredido, y sometido en contra de la propia voluntad? Pamela aquí, con su pluma característica que nos transmite cercanía y profundidad, nos muestra en esta reseña por qué vale la pena mirar en este libro, en estos temas, y en estos dolores.
Constanza Iturriaga B.
Licenciada en Filosofía
Estudiante de Magíster en Análisis Existencial.
constiturriaga@gmail.com