Desde niño reconocí en mí algo que me hacía diferente a los demás niños del barrio y la escuela. No sabía cómo nombrar eso que sentía y veía: desde mi sensibilidad y delicadeza, hasta mi forma de hablar, caminar, reír o comer. Me gustaba lo que surgía de mi interior pero también me daba miedo. A mi alrededor las personas me rechazban y señalaban por aquello que en mí se iba revelando. Entonces empecé a mostrar y exprerar mis emociones a medias. No me permitía ser completamente yo. Empezaron a gustarme los chicos desde muy temprana edad. Experimentaba gozo al sentir mi corazón palpitar por otro niño pero al mismo tiempo sentía culpa pues intuía que eso no era bien visto. Me sentía muy confundido. Pronto descubrí que eso se llamaba homosexualidad.
La mirada externa.
Fuí creciendo con temor, vergüenza y culpa. No me atrevía a compartir mi angustia con mis padres pues sentía que podrían repudiarme, golpearme y dejar de quererme. Preferí ocultarlo y reprimirlo. Me sentía vulnerable y solo. Recurría a la lectura y al baile como escape para expresar mi sensibilidad. Fui creciendo callado e introvertido, con una parte de mí vacía y apagada. Mi forma de ser diferente se castigaba con desprecio y agresión. El rechazo y las burlas formaban parte de mi rutina. La homofobia se mostraba con toda su crudeza.
En la adolescencia empecé a cuestionarme como sería mi vida si decidiera dejar surgir mi homosexualidad, pero el pensar las consecuencias me asustó y seguí escondiéndola. Fue difícil no poder contarle a nadie las dudas que rondaban en mi cabeza en todo momento. Para el mundo exterior un hombre gay era una especie de payaso que, por ser afeminado, no merecía más que risas e insultos. También se decía que un hombre gay era un sinvergüenza que había elegido ser así por perversión, por algún trauma de la infancia o por el simple placer de molestar a los demás. Nunca escuche un comentario favorable hacia el tema. ¿Cómo podría querer vivirme como alguien al que mucha gente odiara y lastimara?. “Seguro se van a dar cuenta que soy gay y me van a rechazar”. Era mejor estar en “un closet”. Era mejor aprender a vivir sintiéndome menos que los demás, sin derecho a un buen trato, a una amistad sin prejuicios y, mucho menos, al amor de un hombre. La mirada externa predominaba sobre mi propia mirada, extinguiendo mi voz y debilitando mi autoestima.
La mirada interna.
La sensación de estarme perdiendo a mí mismo me dio la fuerza para tomar la decisión de salir de mi país. Dejé Panamá y me fui a estudiar a México. Allí me formé en Psicología y Tanatología. Fui descubriendo mi mundo interno y el aprecio por mi persona. Adquirí herramientas que me ayudaron a desarrollarme en el campo del acompañamiento terapéutico. Me encantaba acompañar a otros. Le daba sentido a mi vida.
El distanciarme del mundo en donde crecí me ayudó a darme cuenta de que me hacía falta algo: abrazar con todas mis fuerzas mi orientación sexual. Era una materia pendiente en mi itinerario espiritual. Una parte mía que reclamaba mi atención. Comprendí que el espacio presente era propicio para mi crecimiento. Entré a la formación en Análisis Existencial. Empecé a develar qué persona era yo y qué persona quería ser en el futuro, a partir de lo vivido en el pasado. “¿Quién soy?, ¿Quién quiero ser?”.
Con estos cuestionamientos, decidí iniciar un proceso terapéutico de Análisis Existencial Personal. Así pude emprender el camino hacia un encuentro profundo conmigo mismo. Fue un proceso de autodescubrimiento, de aceptación de mi persona y mi orientación sexo-afectiva. Recuerdo que en el trabajo terapéutico pudimos profundizar en el tema de la autoestima y el permitirse ser uno mismo, fue un trabajo profundo que me ayudo a reconstruir una importante parte de mi vida. La autocomprensión, comprenderme mejor a mí mismo como integración de mi biografía. Y enfrentarme a lo doloroso, no procesado y tomar acciones para propiciar la transformación. Esto cambió mi vida. Me atreví a trascender los fantasmas del pasado referentes al bulling y a la sensación de amenaza constante por ser yo. Todo ese movimiento de mi mundo interno me invitó a la reflexión y me cuestioné: “¿Y si lo digo?, ¿Y si salgo del closet?”
Al contactar mi mirada interna, elegí reconstruirme de manera positiva y aprender a quererme por quién soy. Supe que era bueno ser yo. Perdonando la ignorancia y el maltrato de los otros y perdonándome a mí mismo por no haber impedido aquel maltrato. Comprendí que el problema no es la homosexualidad, sino la homofobia.
El permitirse ser uno mismo.
Tratarme con justicia, consideración y aprecio, tomarme en cuenta, escucharme y tomar postura ante el rechazo y la homofobia, fueron algunas tareas que el Análisis Existencial me propuso en el camino hacia el encuentro conmigo mismo. Poder transformar mi homofobia internalizada en auto-aceptación fue como llegar a un puerto seguro.
Recuperé la capacidad de escuchar a mi voz interna, fuerte y clara, sin prejuicios. Tomé conciencia de que mi autoestima no sólo depende del afuera, sino también del adentro. Este camino personal de auto-conocimiento me ayudó a acomodar partes rotas de mí que se fueron integrando. Recobré a ese niño y a ese adolescente perdido y abandonado. El “sí” a mí mismo fue como un grito que surgió desde lo más profundo de mi ser, de lo callado, de lo no vivido, del dolor de no ser visto. Pude reconocer que mi existencia es únicamente mi responsabilidad. Empecé a amarme y a dejarme ser yo: Un hombre homosexual con ganas de descubrirse a sí mismo. Esto resultó fascinante, enriquecedor y saludable.
La relación con mi familia se fue haciendo más profunda y sincera. El dejarme ver en mi completitud, ha propiciado que nuestros encuentros sean cercanos y sin máscaras. He encontrado un apoyo invaluable que me sostiene. Igualmente importante ha sido construir lazos fuertes de amistad que me permiten ser quién soy. Estas relaciones han develado la forma en la que hoy me miro, con fidelidad y liviandad en el alma, al dejar ser lo que verdaderamente surge de mí.
Ser un hombre gay es tener derecho a disfrutar de mi vida, darme permiso de ser quien soy, amar intensamente mi homosexualidad, con naturalidad y gratitud. He aprendido a tomar la vida como me fue dada, y a cuidarla. Reconozco que mi orientación sexo afectiva es una parte de mí, valiosa e importante. El abrazarla me hace retomar mi existencia con alegría y emprender nuevos senderos llenos de experiencias enriquecedoras. Ahora mis ganas de vivir se manifiestan con la potencia de un mar profundo, lleno de esperanza y diversidad.
Este camino ha sido un gran viaje de fortaleza interior y una fuente inagotable de amor y respeto hacia mí mismo. Ha valido la pena tomarme de la mano. Hoy me siento cómodo tras haber aceptado mi homosexualidad y trascendido la adversidad de la homofobia. Vivo con paz, libertad y dignidad, una vida auténtica y con sentido.
“Me vivencio como valioso cuando mi existir y mi actuar resuenan en mi”.
Alfried Längle