Siempre supe que mi vida necesitaba un espacio de servicio, era cómo si algo me empujara por dentro a buscar la manera de ayudar, pero nunca me imaginé que terminaría en las Urgencias Médicas. Llegué ahí invitada por una amiga y mi pasión fue inmediata: Amor a primera vista. Había encontrado algo que, al hacerme absoluto sentido, acomodaba algo en mi existencia.
Desde entonces soy Paramédico y aprendí, de manera un tanto empírica, a lidiar con la presión, el estrés y el miedo. Lo que me movía por dentro, que hoy entiendo como “esa existencia que también significa estar entregado” Längle (2006) era mucho más fuerte que cualquiera de esos tres factores ya que, efectivamente, para mí entrega es pasión. Justo eso fue lo que encontré en esta tarea donde uno da lo mejor de sí. Cuando sentí que la vida me puso justo donde más podía dar, fue imposible negarme. Es ahí donde todo cobró un nuevo sentido, porque pude comenzar a vivirme desde el servicio, desde los retos, desde una auto-observación, con admiración y sorpresa de mí misma. Fue descubrir una parte en mí, una fuerza, un humanismo que jamás pensé tener y que me colocaba en un nuevo lugar.
¿Qué significa ser Paramédico?
Los Paramédicos somos miembros del Servicio Médico de Urgencias (SMU), entrenados para proporcionar atención médica pre-hospitalaria. Somos la piedra angular del SMU Y tenemos la extraordinaria oportunidad de aliviar el sufrimiento humano y proporcionar cuidados que salven la vida. Debe sernos fácil tener contacto con diversos tipos de personas, debemos saber trabajar en equipo y dar órdenes e instrucciones claras y concisas, además de tener una excelente condición física y emocional para poder ayudar a otros en situaciones extremas. Nuestras principales responsabilidades son: Velar por nuestra propia seguridad y la de nuestros compañeros, proporcionar una atención integral al paciente y poder entregar un reporte lo más exacto posible para que los médicos prosigan su trabajo desde ahí.
Es por todo esto que la conciencia de nuestro trabajo debe ser lo más clara posible en cuanto al alcance de nuestra fuerza interna y nuestras capacidades para hacerlo bien, como también respecto a nuestras propias limitaciones. En nuestra formación nos enseñan, en la medida de lo posible, a “bloquear” nuestras emociones para poder tomar decisiones rápidas y certeras pues cada minuto puede significar la vida o la muerte del paciente. Aprendemos a no pensar en lo que esa persona está viviendo.
Al llegar a algún lugar, debemos ser capaces de hacer una evaluación instantánea y precisa de la escena; si hay materiales tóxicos, si existe algún peligro como gasolina o gas, si hay que poner señalamientos o proteger la escena con la misma ambulancia, y lo más importante, debemos de tener conciencia, en todo momento, de donde está cada uno de nuestros compañeros. Todos somos responsables de todos, por igual.
¿Cómo descubrí mis limitaciones?
Recuerdo la primera vez que me tocó atender a una persona a la que habían golpeado, maltratado y abusado de manera salvaje: Eran las 2 a.m. cuando nos llamaron. Llegamos a un hotel a encontrarnos con un joven de 21 años, pequeño, trasvesti, con la cara hinchada por los golpes recibidos, a quien le habían arrancado partes del cuello cabelludo al arrastrarlo por el piso, lo habían golpeado con la tapa del asiento del WC fracturándole la nariz, lo habían “picado” cientos de veces por todo el cuerpo con una pluma o algún objeto de punta y le habían introducido diferentes objetos por el ano. La escena a la que me enfrenté parecía la de una película de terror. Esa fue la primera vez que yo me encontraba con la maldad humana a esa escala.
Me pregunté: ¿Cómo alguien puede hacerle esto a otro Ser Humano? ¿Qué tuvo que haber vivido la persona que hizo esto para actuar así? ¿Cómo puede vivir consigo mismo? El encuentro con este nivel de crueldad me cimbró, me afectó y me obligó a salir de la habitación cuando ya mis compañeros estaban atendiendo al muchacho. Salí a vomitar, tuve que hacerlo, no podía quedarme con eso. Reacomodé mi impresión y mi miedo frente a lo que acababa de ver y regresé a dar lo mejor de mí.
Comprendí que lo que yo pudiera hacer físicamente por ese joven era mucho, pero lo que podía hacer por él como Ser Humano, era mucho más. Era verlo como una persona digna de respeto y del mejor trato. En ese corto trayecto hacia el hospital podía tratar de devolverle su dignidad y un poco de esperanza y confianza en el Otro. Así que le pedí que me contara de donde venía, que me hablara de él y de su familia. Intenté hacerlo sentir comprendido, apoyado y aceptado tal y como él era. Traté hacerle ver que lo que le había pasado no era normal, que no “se lo merecía”. Recuerdo haberle dicho que lo admiraba por la forma como luchaba por ganarse la vida y por querer darle a su madre una vida mejor. Me dejé a mí misma sentir compasión y comprensión por un ser humano que estaba viviendo, tal vez, el momento más difícil y doloroso de su vida.
En otra ocasión, atendimos a un adolescente que conducía un auto deportivo, único sobreviviente de un accidente en el que fallecieron sus dos compañeros. Lo subimos a la ambulancia con masa encefálica expuesta y una situación biológicamente muy descompensada y difícil, lo que indicaba que su fin era sólo cuestión de horas. En el trayecto al hospital, imaginé lo que sus padres sentirían cuando esa madrugada recibieran la llamada para informarles lo sucedido. En unos minutos más sus vidas cambiarían para siempre. Pensé en lo que se siente saber por anticipado que a unas personas se les va a voltear todo su mundo. Uno quisiera decirles que disfruten sus últimos momentos de paz. Y me enojé con el chico adolescente por cortar su vida de esa manera, por una imprudencia causada por alcohol. Y me dolieron sus padres y me dolió su vida y los planes que ya no serían.
Me di cuenta de que lo único que podía hacer por ese joven era acompañarlo a vivir esos últimos momentos con respeto y comprensión: Hablándole, aún sabiendo que no era escuchada, diciéndole que todos estábamos luchando por él en esa ambulancia, que él era importante para nosotros y que queríamos hacer todo lo que estuviera en nuestras manos porque su vida valía mucho para nosotros y para su familia. Llegamos al Hospital y lo entregamos en Urgencias al Protocolo de Reanimación Cardiopulmonar.
Con estos dos casos enfrenté el No-Poder como una liberación: En el primero me di cuenta de que no puedo con la maldad a esa escala y que no quiero poder. Eso me liberó. En el segundo, me percaté de que tampoco puedo con las vidas jóvenes cortadas de tajo, con todo lo que dejan de vivir, con todo lo que tenían por delante que ya no será. Tomé clara conciencia de mis valores: Respeto, Responsabilidad, Amor, Compasión. Y vi claramente los límites de mi Ser. No quiero nunca vivir el No Respeto, la No Responsabilidad, el No Amor, y la No Compasión.
Soportarle la mirada a la crisis es no empeñarme en resolverla cuando ya no tiene arreglo. “Aceptar y dejar ser esa circunstancia tal como se presenta me abre también un acceso a mi propio ser, ya que el poder comienza con el dejar” (Längle 2006) Puedo vivir con eso sin perder el piso, pues tengo suficiente sostén. Eso me permite dejar un espacio para lo otro, para la vivencia tal como es.
¿Qué es lo más valioso?
Cuando llegaron las Urgencias a mi vida yo me encontraba en una situación anímicamente muy difícil, con una autoestima muy golpeada por un problema familiar, con un auto-concepto muy disminuido por la culpa y las malas decisiones tomadas en el pasado. El poder volcarme en una pasión que ayudaba a otros me llevó a poder reconstruirme. Primero desde la fuerza, desde el “Yo puedo y además quiero poder con esto”, y después desde una autoconcepción que fue cambiando para bien y que finalmente me llevó a buscar otros caminos como la Logoterapia y el Análisis Existencial.
Así sigo realizando la construcción de mi propia persona: Un ser humano que vive desde una hermosa aprobación interna, con amor y compasión por los demás, con mayor conciencia, y en un permanente proceso de crecimiento que me permite acompañar a otros con mi propio ser en el mundo.
BIBLIOGRAFIA
Längle, A. (2006), Manual Análisis Existencial (Logoterapia) “El requisito fundamental de la existencia: El poder-ser en el mundo”. GLE Internacional.