Por Carolina Erber.
Me pregunto ¿qué es la intimidad para mí?, mientras cierro los ojos y respiro. Observo mi sentir, mis pensamientos, mi cuerpo, los latidos de mi corazón, percibo el ambiente, me detengo y me encuentro conmigo. Surge en mí el sentimiento que adentro (muy adentro mío) están pasando cosas a una velocidad que soy incapaz de describir, de esas cosas profundas, revolucionarias, de esas cosas que son parte de mi intimidad, de mi interioridad.
Según el Diccionario de la Real Academia Española (RAE), el concepto intimidad es la zona espiritual íntima (lo más interior o interna) y reservada de una persona. Etimológicamente proviene del latín Intĭmus, que viene de la conjunción del vocablo latino “inti” (interior) y del vocablo de origen europeo “mus” que expone el carácter surperlativo.
Tan importante es la intimidad que está incluso consagrada en la mayoría de las constituciones actuales que protegen el derecho a la vida privada o a la intimidad como la inviolabilidad del domicilio, correspondencia, o más intrínsecamente relacionada con la religión, vida sexual, el honor y la propia imagen.
Desde el Análisis Existencial, la intimidad es el lugar del encuentro del yo con la persona (yo conmigo mismo), ese lugar en donde yo me acojo y me hago cargo de mí. Para esto se necesita una actitud de brazos abiertos, frente a lo que viene del mundo y frente a lo que viene de mí mismo. Me encuentro aquí en este espacio como persona, donde aparece mi autenticidad, ese Yo genuino. En ese encuentro con mi intimidad, percibo mi cuerpo.
Personalmente, el cuerpo ocupa un valor fundamental en el que me encuentro con mi intimidad, con mis sentimientos, con la persona que habita en mí. Desde Allí, puedo realmente vivenciar, sentir lo propio y permitírmelo. Me pasa que puedo experimentarme en mi cuerpo cuando me detengo en la respiración (en la mía y en la de otros), porque actúa como un indicador de que algo anda mal o bien.
Para lograr estar en sincronía y conexión con la intimidad, con lo más profundo de la persona, se requiere de tiempo, cercanía y relación consigo mismo y con los otros. Se trata de acercarse a la vida, a los movimientos, pensamientos y sentimientos que van surgiendo, a través de un contacto sentido donde me tomo tiempo y se genera un espacio para los sentimientos.
Recuerdo que hace un par de años dejé de escucharme. No había relación, ni tiempo, ni menos cercanía conmigo misma y mi cuerpo. Estaba estresada, lo que repercutió en una hernia cervical. Cuando logré sentirla pude percibirme en mi intimidad y acogerme en el dolor para continuar un camino hacia la recuperación. Al regresar a mi “casa interior”, comencé una práctica constante de yoga y respiración consciente. Pude reconocer mi vitalidad, el flujo en el latir de mi corazón, la respiración y la vida. Hoy cada vez que preveo enfrentar una situación cotidiana difícil para mí, me concentro en la respiración, me tomo el tiempo y espacio suficiente para percibirme en mi experiencia corpórea y en mi conversación interior.
Sin embargo, llegar al encuentro con el cuerpo, llegar a construir la propia intimidad requiere también de tiempo, de conocerse, de relacionarse consigo mismo y con aquello que el cuerpo te va mostrando. Y es que la intimidad va ligada también a la responsabilidad de hacerse cargo de uno mismo, de protegerse, cuidarse, y de finalmente entregar una respuesta personal. Difícil y a la vez apasionante tarea.
En ocasiones para mí no ha sido terreno fácil construir la intimidad, sobre todo cuando se trata de poner un límite respecto de expresar mi propia interioridad y mi sentir. Aquí surge el pudor que desde el AE es la protección al polo más íntimo y al polo público de la persona, porque como persona soy vulnerable. Cuando emerge el pudor puedo proteger mi intimidad, porque es mía, me pertenece y conserva la dignidad y consideración de la persona.
En mi experiencia personal, está siendo un trabajo muy bello construir la casa interna, desde mi conexión cotidiana con el cuerpo. No sólo cuando practico yoga, sino también en situaciones diarias donde me tomo el tiempo y el espacio para preguntarme ¿Cómo se siente mi cuerpo en este lugar, con esta persona, en esta situación?, ¿Cómo me siento en él?, ¿Me siento protegida?, ¿Siento algún dolor?, ¿Me siento en confianza conmigo mismo y con el otro?, ¿Siento la fuerza del corazón, la sangre tibia en mí?, preguntas que me han ido orientando para no perderme de lo propio y sentir que la casa interior está en orden.
En la medida que he ido valorando mi interioridad, mi intuición y observando la interacción de mi cuerpo conmigo y con la vida, estoy pudiendo relacionarme de mejor manera con el mundo a partir de la persona que emerge en mí. La intimidad posee diferentes formas de manifestarse, sin embargo, como señala el AE me parece que lo central está en salir al encuentro consigo con una confiada apertura para así poder dejarse ser.
Aquí vuelvo a detenerme en el cuerpo, en el estar consciente y presente con todo aquello que voy experimentando. Inhalar y exhalar profundamente, dejar que entre vida. Construir un espacio interno lo suficientemente cálido para estar conmigo, en el dolor, en la angustia, en la alegría, en la pena, en el arrepentimiento y el perdón. Porque ahí, justo ahí, es cuando estoy conmigo y soy persona.
Creo que la intimidad del ser es un tesoro personal tan grande, un diamante interior que posee misteriosos caminos para el conocimiento y crecimiento personal. Que en la medida que me relaciono con ella desde el genuino sentir, puedo descubrirme auténticamente en lo que soy y ver también al otro en lo que el otro es. Requiere como lo mencionaba antes, de responsabilidad porque se trata de algo valioso, se trata finalmente de la vida, que como dice el AE no solo es un regalo sino también una tarea.
Carolina Erber
Periodista, licenciada en Comunicación Social
Alumna de Postítulo en Análisis Existencial
caroerb@gmail.com