Viktor Frankl, psiquiatra y escritor, estudioso del comportamiento, nos entrega esta obra que narra las experiencias traumáticas que cristalizaron la idea central de su teoría, la logoterapia y de la dimensión espiritual, exclusiva del ser humano, que responsabiliza a cada quien de su “ser y hacer”.
Antes de comenzar esta reseña quisiera plantearles dos preguntas: ¿Qué valoramos cuando la vida está en juego?, ¿Nos seguimos aferrando a nuestros principios e ideales fraguadas en otra etapa de nuestras vidas?
El texto se divide en dos partes. En primera instancia narra los acontecimientos vividos durante la Segunda Guerra Mundial, en el año 1942, cuando a la edad de 37 años es tomado prisionero y llevado a un campo de concentración nazi. En esta parte del libro el autor no relata los hechos propiamente tales acontecidos durante su reclusión, sino que se enfoca en su experiencia personal y la historia más íntima del campo de concentración, contada desde la mirada de un sobreviviente. Durante el relato de sus vivencias desde el momento en que es tomado como prisionero va plasmando las emociones que afloran y cómo va cambiando su sentido de la vida cuando todo lo que en algún momento tenía como meta ahora en tales condiciones pierde sentido.
Frankl nos da cuenta de las más íntimas emociones que se manifiestan cuando la incertidumbre se adueña de cada momento; la ansiedad que prima ante la selección de aquellos que iban a vivir o a morir, esa ansiedad que se manifestaba en los prisioneros que aún ante las más crudas vivencias se aferraban a la vida. ¿Qué sentimiento subyace cuando bajo el horror de tales experiencias aún la vida tiene un sentido para él?
En una primera instancia Frankl narra su llegada al campo de concentración en Auschwitz y la forma cómo se debían adaptar a misérrimas condiciones para poder seguir vivos. Su llegada al campo significó dejar todas sus pertenencias, incluyendo sus documentos. A partir de ese momento ya no tenía identidad, dejó de tener un nombre, para los nazis sólo era un número, al igual que los demás prisioneros.
Durante el relato nos revela la figura del “capo”, un judío con ciertos privilegios a cambio de ejercer la labor de administrador del campo, refiriendo que muchas veces eran más despiadados que los mismos nazis. Podríamos, sin duda, detenernos a condenar tal acción en contra de sus pares, sin embargo cabe preguntarnos ¿Qué lo mueve a tomar ese rol? Ante esta pregunta no podemos obviar la subjetividad del ser humano, sin desconocer que la libertad y responsabilidad es propia e individual de cada uno en determinadas circunstancias y en relación con sus valores, ante tales condiciones podemos suponer que el gran valor que primaba en él no era otro sino el de la vida misma.
El día a día en el campo no estaba exento de expectativas de salvación, pero tampoco de desesperanzas ante la posibilidad de la muerte. Cuando la vida está en constante amenaza la existencia transcurre poniendo a prueba el contacto con el valor, “por lo general, sólo se mantenían vivos aquellos prisioneros que tras varios años de dar tumbos de campo en campo, habían perdido todos sus escrúpulos en la lucha por la existencia; los que estaban dispuestos a recurrir a cualquier medio, fuera honrado o de otro tipo, incluidos la fuerza bruta, el robo, la traición o lo que fuera con tal de salvarse.” (p. 14). La vida en el campo forzaba a los prisioneros a descender al nivel psicológico más primitivo.
Durante su relato plantea cómo emerge la pérdida de sentido y la apatía que podía observar en los prisioneros; la pérdida del valor de la vida, instalándose el sentimiento de que la vida así ya no es valiosa. La permanente degradación, sufrimiento, tortura a la cual los prisioneros se ven expuestos día tras día, sin duda que hacen que sientan “así ya no quiero vivir”, “la vida así ya no tiene sentido”, más aún cuando no se visualiza un horizonte, ni se proyecta un futuro, se manifiesta el vacío existencial y conllevan a lo que Frankl llamó “neurosis noogena”.1
Los sentimientos y emociones se adormecen como mecanismo de autodefensa para protegerse de no perder la razón y poder seguir existiendo, entendiendo que la única salida es resistir o morir. Ante tales comprensiones el cerebro se bloquea y busca mecanismos de sobrevivencia, por ejemplo el humor: “El humor es otra de las armas con las que el alma lucha por su supervivencia. Es bien sabido que, en la existencia humana, el humor puede proporcionar el distanciamiento necesario para sobreponerse a cualquier situación, aunque no sea más que por unos segundos.” (p.51)
Frankl, uno más de los prisioneros que padecían las sádicas torturas de sus captores, observaba cómo a través del tiempo, la ilusión y el apego a la vida se iban desvaneciendo. Sin embargo, desde su propia experiencia, plantea que cuando todo se ha perdido, el amor es la meta última y más elevada del hombre, por lo que su salvación está en él. Para él aferrarse a la idea que su esposa lo estaría esperando le daba un sentido a su vida. Las conversaciones que tenía con ella (mentalmente) durante su cautiverio, le dieron la fuerza para seguir luchando, “La sentía presente a mi lado, cada vez con más fuerza y tuve la sensación de que sería capaz de tocarla, de que si extendía mi mano cogería la suya. La sensación era terriblemente fuerte; ella estaba allí realmente.” (p. 49)
Viktor Frankl fue liberado, como tantos otros prisioneros, pero ¿qué pasó con las experiencias vividas?, ¿cómo transformaron a esos seres humanos que padecieron juntos, los más crueles tormentos, al punto que frente a la libertad se encontraron ante un estado de “despersonalización”? Tantas veces soñaron con ese momento que ahora les parecía irreal e improbable. La libertad tan soñada era palpable, ya no un sueño que se desvanecía como antes, cuando el silbato para levantarse que los hacía volver a la cruda realidad…
En la segunda parte del libro plasma los fundamentos de su disciplina, la Logoterapia, estableciendo la idea de la búsqueda del sentido. Para Frankl a los seres humanos nos motiva la voluntad del sentido, el deseo de encontrar un fin último, una razón de ser en nuestras vidas. Su dramática experiencia le permite darse cuenta que aún ante las peores condiciones es posible aferrarse a una razón para vivir. Puede ser una tarea inconclusa, un objetivo importante por cumplir o el recuerdo de un ser amado y el deseo inexorable de volverlo a ver. Él se dio cuenta que este último constituía la principal motivación para la sobrevivencia de los prisioneros, declarando que el amor es una de las fuerzas motoras de la vida humana.
Finalmente el doctor Frankl expone en el desarrollo de su teoría la dimensión espiritual que le cabe al individuo en la responsabilidad personal para enfrentar la vida, ¿Qué posición tomo frente a mi vida? Esa toma de posición debe ser auténtica y responsable, acorde a mí mismo, es decir, yo me hago responsable de mis actos. Desde esta mirada, aún en las peores condiciones el ser humano tiene capacidad de elección: “…al hombre se le puede arrebatar todo salvo una cosa, la última de las libertades humanas —la elección de la actitud personal ante un conjunto de circunstancias— para decidir su propio camino.” (p.71)
El libro nos muestra que el sentido no es una meta como fin último, es una forma de vida que implica tomar decisiones desde la libertad de elegir sobre qué es lo valioso para mí en determinadas circunstancias. La vida no siempre se nos presenta como queremos, sin embargo en la libertad de ser, podemos elegir la actitud personal cómo vamos a vivirla, de tal forma que esa experiencia tenga un sentido en nuestra existencia, en ello radica la libertad de vivir una vida plena de sentido.