Por Norma Fumei
Licenciada en Trabajo Social, ejerce en la Corporación de Asistencia Judicial y en ONG Forja Mundos en el ámbito de la prevención, reintegración y reparación social de personas que han cometido delitos. Este artículo aborda el acompañamiento que hacen en la ONG a estas personas. La motivación para escribir este texto es mostrar que todos somos capaces de hacer daño bajo determinadas condiciones psicológicas y sociales. Aceptar esto permite el abordaje de la delincuencia desde una mirada comprensiva, no solo punitiva.
La experiencia humana de haber dañado a otro, es universal. Todos tenemos la vivencia de, en algún momento o varios de nuestras vidas, haber actuado pasando a llevar a alguien: tratar mal a un hijo, ser injusto con un ser querido, mentir, ser desleal o infiel, en fin, son tantas las formas que puede adquirir esta experiencia.
¿Qué sentimos cuando esto pasa?, vergüenza, dolor, arrepentimiento, muchos son los sentimientos que esto genera, se produce una herida, hay una sensación de pérdida de equilibrio, que se puede volver a recuperar o no, dependiendo de lo que hagamos frente a la situación.
Teniendo presente este tipo de vivencia y sus implicancias, podemos preguntarnos ¿Qué puede sentir una persona cuando mata, viola o roba? En mi experiencia de acompañamiento, he podido ver, claramente, que se trata de estos mismos sentimientos. Acordes a su gravedad, estos son tan fuertes, que se tornan casi imposibles de soportar, quedando solo un mínimo espacio de reacción, donde surgen actitudes como no mirarlos (tampoco es fácil dejar que se asomen). ¿Qué hacer entonces?, si sabemos que estas reacciones son formas de expresión del dolor humano, de la imposibilidad de haber visto al otro, a quien se está dañando, y que son producto de que quien comete el daño, tampoco fue alguna vez visto y considerado en su valor de ser persona.
Surge entonces la necesidad de hacer un tránsito, un camino, con quienes han cometido delitos, que manifiestan, directa o indirectamente, la necesidad de hablar del mal causado; que “necesitan” de otro ser humano que los mire como tal, que en ese proceso pueda dar espacio, sostén y protección, para obtener un piso suficiente que permita hablar de lo que hicieron; para sentirse sostenido -incluso cobijado- cuando se torna insoportable una experiencia así en su biografía.
Los contenidos y formas de proceder en el AE ante actos de arrepentimiento por haber dañado a otros, me permiten comprender la relevancia de no abandonarlos, de aceptarlos y tomar en serio sus necesidades, como actitudes existenciales. Esto permite que salga a la luz aquello que se encuentra en la oscuridad, que surja el poder personal, para ser capaz de tomar esa experiencia, ayudándoles a sostenerla ante la propia mirada, comprender la situación, juzgarla, tomar posición para decidir cómo proceder.
Por largo tiempo atendí a una persona recluida y condenada por el delito de violaciones reiteradas. Fue difícil para él hablar de aquello, él sentía que no podía evitarlo, porque se sentía invadido por la sensación de que algo “se apoderaba de si” cuando cometía las violaciones. Fueron muchas sesiones de yo “estar ahí” ofreciendo sostén para que se tomara el coraje de mirar sus delitos. Recuerdo una vez en que este interno se pudo conectar con algo muy profundo de su persona y fue capaz de ponerse en el lugar de una de sus víctimas:
“Yo la amenacé con un cuchillo, le dije que la iba a matar” y luego reflexiona detenidamente “pero yo no quería matarla”. Pausa larga y silencio, el interno llorando me mira y me dice: “pero ella no sabía que yo no lo iba a hacer.”
Este pequeño atisbo fue insoportable para él, un acercamiento al dolor que causó en sus víctimas. En este camino solo pudo llegar hasta ahí, quizás mantenerse en eso habría resultado en un suicidio.
Cuando hacemos este acompañamiento, sin abandono, sin prejuzgar al otro, -lo que no significa que no emitamos un juicio respecto al acto- con la firme convicción de que somos responsables frente a lo que hacemos, podemos ver cómo se abre un mundo desconocido, oculto tras la evidencia de los hechos, donde aparecen los dolores y sufrimientos de ese ser humano que fue capaz de hacer daño. Se me hace evidente la necesidad de proveer, en la práctica frente a aquellas vivencias, las condiciones que no estuvieron presentes para el buen desarrollo de la persona. He percibido que así puede llegar a aparecer lo libre en el ser humano, lo personal, que se hace responsable, que puede mirarse, ver y buscar lo valioso de si mismo.
Personalmente, desde esta mirada y en este modo de proceder, la acción de reparación cobra sentido y surge con toda su fuerza sanadora. A lo largo de mi trayectoria laboral he visto y conocido a internos que expresan la necesidad de hacer algo respecto de las personas a quienes dañaron, ejemplos como los siguientes nos ilustran esta necesidad:
Un interno que cometió un homicidio, necesitaba pedir perdón a los familiares de la víctima, el desasosiego interno no le permitía estar en paz. Sabía que ese gesto, no le iba a devolver la vida a quien mató, pero sentía que lo único digno de hacer era “dar la cara”.
Una persona que sale de la cárcel después de haber estado más de 20 años preso, cuando llega a su población, decide ocuparse de los niños que están en la calle, mientras los padres de esos niños, consumen drogas, él trata de cobijarlos, darles atención y cariño.
No se trata de una justicia material, pero sí de acciones muy concretas; un acto humano, personal, necesario, en la dirección de recuperar el equilibrio perdido no solo en el “victimario”, sino, también en la “víctima”. El caso de una interna recluida en la cárcel de mujeres, refleja esto: ella había sido abusada por su padre y sólo necesitaba de él, que reconociera la situación de abuso, ese sólo acto, le permitiría cicatrizar su herida. O el caso del interno condenado por violaciones, que al sentir que la situación se tornaba insoportable, acudió donde un profesor, junto con confesar su acto le dijo que se suicidaría; el profesor lo escuchó y le dijo “lo único decente que puedes hacer por las víctimas es entregarte a la justicia, y te advierto que vas a perder todo lo que tienes, a tu familia, a tu pareja y a tu hijo”. El interno tomó la decisión de entregarse, asumió el riesgo de poder perder todo lo que consideraba valioso, enfrentó la verdad y la vergüenza, no solo frente a la sociedad, a las víctimas, sino, también frente a los suyos, como frente a sí mismo. Actualmente cumple una pena de cadena perpetua.
La necesidad de reparación, que surge de quien ha dañado, puede ser el inicio o el resultado de este proceso, indistintamente del momento en que surja, constituye uno de los elementos que nos indica que estamos bien encaminados en nuestra acción profesional, pues en este acto, se hace presente y se manifiesta la persona, en su libertad y responsabilidad.
Cuando pensé en el nombre de este artículo, rememoré la película “Hombre Muerto Caminando”, que describe bien este proceso. Recordé la escena final en que el condenado a muerte, que espera en una celda su ejecución, habla antes con la religiosa que lo acompañó durante su reclusión, quien le afirma: “la verdad nos hace libres”. ¿A qué verdad se refieren las palabras de la religiosa? Yo intuyo que a la verdad interior, que consiste en poder alcanzar una comprensión de si mismo, de los actos cometidos, que me sana, me conecta con lo que soy, en mi actualidad, con mi historia y biografía, y con lo que puedo llegar a ser, con mi potencialidad.
Norma Fumei Añazco
Licenciada en Trabajo Social PUC
Directora de Proyectos ONG Forja Mundos
nfumei@hotmail.com