¡Cuánto dolor golpea a nuestro país! ¡Cuánto sufrimiento físico y psíquico! ¡Cuánta angustia, sufrimiento, injusticia, desesperanza. Lo triste y dramático, es que no son sentimientos que emergen en estas semanas de convulsión social…sino a lo largo de décadas de inequidad. Es sólo que ahora, del murmullo al que fuimos sordos, emerge el grito:¡ESCÚCHAME!
Y Chile escuchó. Chile DESPERTÓ
Psíquicamente, si no se es considerado o la persona no se percibe visto por un otro, como reacción de sobrevivencia, disponemos de mecanismos protectores muy potentes. De tal manera que cuando este sufrimiento llega a su límite, la IRA acude en su auxilio para protegerlo. También el Odio, la Rabia, el Vandalismo, dependiendo de qué es lo que está en juego: si es la sobrevida Concreta, o si es un Valor, o si no se ve un Sentido, respectivamente.
La Ira, provoca al otro, lo zamarrea, le grita: ¡Mírame! No pretende destruirlo. Sólo que el otro/a lo vea, lo tome en cuenta. Busca ser considerado por el otro, tratado con justicia, ser apreciado.
Mi país, Chile, así como varios en latinoamérica, lleva muchas décadas de lamentable transformación socio-política-económica, corriendo tras un paradigma de feroz individualismo. Las consecuencias psíquicas que veo en mis pacientes son soledad, desconfianza, inseguridad, sinsentido. Inexistencia de redes socio-comunitarias (¿recuerdan la eliminación de sindicatos?), vecinales, incluso familiares. Esta transformación que ha implicado que cada uno se preocupe por sí mismo/a, ha permeado no sólo la economía, sino también la educación, la cultura, la salud, el medioambiente, etc. Psicológicamente nos hace mirar al otro, a los otros, ya no como parte de una comunidad, sino desconfiadamente, como mi competencia, o sólo desde su valor funcional (“¿para qué me puedes ser útil?”). Egoísmo, desconfianza, individualismo, soledad, es lo que ha producido en nuestra sociedad. Y una tremenda debacle a nivel de salud mental (con los costos-país asociados): trastornos de ansiedad, depresión, narcisismo y vacío existencial, entre otros.
Un cambio requiere de una “política de estado” que traspase todos los estamentos: Políticas públicas, que se inicien en las bases de la educación: terminar con la competitividad para dar paso al desarrollo de competencias, que pueden ser individuales o compartidas. Educación (que todos y todas tengamos las mismas oportunidades educacionales y que éstas no dependan del poder adquisitivo que dispone el niño o joven); salud de calidad y garantizada para todos, incluida la salud mental; una economía que priorice el bien común, por sobre el enriquecimiento desvergonzado de algunos; cultura, como parte de un objetivo de desarrollo espiritual de los ciudadanos; medioambiente, etc
Pero también requerimos de cambios individuales. Greta con su llamado de atención al medioambiente, y desde sus posibilidades, aunó multitudinarias voces. Y también cada uno de nosotros puede hacer ese giro y pasar de mirarse el “propio ombligo” hacia mirar a su comunidad más próxima (que incluye también a la naturaleza tan sobreexplotada y sólo apreciada en su valor funcional). Bien común, eso que ocurre a mi lado, a mi vecino, al amigo de mis hijos, a quien me ayuda en casa. Bien común que se advierte (o no) al subir las escaleras mecánicas (dejar el lado izquierdo desocupado, para quienes quieran subir caminando); no ocupar las bermas para adelantar a los otros en las carreteras; saludar al vecino cuando me lo encuentro en la calle, o en los ascensores; aportar un porcentaje de mis impuestos para un fondo que ayude, apoye a los más frágiles de nuestra sociedad, etc. Un mirada más solidaria, más comunitaria, nos lleva a construirnos como sociedad que cuenta con los demás para su bien-estar. Yo puedo contar con ustedes y ustedes pueden contar conmigo.
La solidaridad es un valor que debe ser reforzado con la razón y la firme voluntad de justicia por el bien común. No es suficiente la capacidad de comprender o sentir compasión por el dolor ajeno. Es necesario poner en acción ese sentimiento y concretarlo en hechos que aminoren el sufrimiento del otro. Comprender que nuestro existir ocurre en un doble intercambio: yo y mi mundo propio, y yo y el mundo que me rodea, es decir que si bien mi vida no puede ser sin mí, no debe tratarse sólo de mí, como nos recuerda Alfried Längle. Ya sólo considerando esto, y haciendo de este principio una forma de concebir la existencia, compartiéndolo en todos los ámbitos de nuestra vida (escuelas, trabajo, amistades, familia, etc), en acciones concretas, ya es un gran paso, pues aparece el otro -hasta ahora invisibilizado- ante mi campo visual.