Por Michèle Croquevielle
“¡Mamá, estoy lateada (aburrida)!”, exclamación clásica y temida por los padres, especialmente, durante las vacaciones. Las vacaciones pueden ser un merecido premio para todos nosotros, pero también una fuente de problemas y disgustos. Especialmente si hay niños pequeños, aunque no únicamente.
Pero ¿qué es el aburrimiento?, ¿Un sustantivo o un adjetivo? Pero, ¿qué nos señala a nivel psíquico? ¿Es un pensamiento? ¿Es un sentimiento?
Existencialmente el aburrimiento puede ser comprendido como un sufrimiento del Ser. Este Ser que es único e irrepetible. Este Ser que a cada minuto puede develarse diferente. Este Ser que es pura potencia, pura posibilidad repentinamente se ve imposibilitado, coartado, atado de manos para poder manifestarse. Y por eso sufre. Cuando un niño dice que está aburrido (y muchas veces nosotros como padres herederos y transmisores de frases insólitas, como: “los tontos no más se aburren”,o “no tienes derecho a aburrirte con tantos juguetes”) en realidad es un niño que sufre. Sufre este Ser que no encuentra una salida a la expresión de su esencialidad.
Basta con que nosotros le abramos una ventana creativa, y solitos se encaminan a su expresión única e incomparable (invención de historias, teatralizaciones, construcciones artísticas, creaciones peculiares).
Y nosotros los adultos, ¿padecemos también, a veces de aquello? Claro, y si nos detenemos en nosotros mismos a “sentir lo que sentimos” cuando estamos aburridos, notaremos que no es algo grato, que nos incomoda, que nos estrecha. No nos hace bien.Sufrimos.
En el “Hacer se devela el Ser”, nos transmite un filósofo existencial, y en el aburrimiento este Ser sufre por no poder develarse, desplegarse. Cuando cocinamos, escribimos, cantamos, ejecutamos un trabajo, jugamos, etc. lo realizamos personalmente desde el lugar que conocemos, de la forma que sabemos hacer. Y esa forma va impregnada de nosotros, de nuestro estilo. Längle una vez me dijo: de las Motivaciones Fundamentales he escrito mucho, es verdad, pero como tú lo hagas nadie lo ha hecho (y si no lo haces, quedará sin haber sido escrito). Si observamos a dos niños jugar con el mismo objeto, podremos ver esas diferencias, singularidades. Cada uno le imprime su propio sello, su propia Persona en aquello que realiza. ¡Y es fantástico descubrir aquello!
Por lo mismo, cuando no consigo “poner mi sello” en algo, mi Persona sufre; no se puede realizar. Recién cuando mi decisión se concreta en una Acción, solo ahí mi ser Persona aparece en su plenitud. Ahí me ven los demás y me veo yo a mi misma. Aparece mi sello. Lo mío propio. Mi forma.
¿Y qué ha faltado entonces, para que ello ocurra? Probablemente alguna(s) de las preguntas fundamentales: ¿Qué es posible para mí hacer en este momento? Y luego, ¿Qué me gustaría hacer? Para llegar a otra gran pregunta ¿Qué me permitiría yo hacer en este momento? Y finalmente aterrizar (o volar) hacia la pregunta final:¿Qué Hacer tendría sentido para mí, en este momento?
Pero para que estas autointerpelaciones tengan buen asidero, requiero de apertura. Y como en el aburrimiento generalmente de eso no hay, entonces una mirada, una invitación externa me puede ayudar. ¡Bendito diálogo existencial, que también en estas situaciones se nos manifiesta como gran apoyo para nosotros! El otro que me conoce, que me ha visto, que ha atestiguado alguna de mis dimensiones pues la ha visto aparecer con anterioridad, me regala su mirada. Pero no es cualquier regalo, cualquier posibilidad. Me devuelve, me ofrece una mirada de mi mismo porque me ha visto expandida, expandido.
Por lo anterior, el aburrimiento se nos ofrece como una invitación a mirarnos con detenimiento, a indagar dónde no me veo, qué se me está escapando, y/o ayudar al otro a reencontrarse con su Ser. Ahí es donde la madre, el padre, el colega, la amiga nos puede ayudar, señalándonos o invitándonos a mirar donde antes no pudimos/supimos: el camino a la realización, la manifestación de mi Persona, el camino por donde mi Ser pueda extender sus alas y manifestarse en toda su grandeza y peculiaridad.
Michèle Croquevielle
Psicóloga Clínica
Directora y docente ICAE
michele@icae.cl