Introducción
Los humanos son seres sociales, por tanto, es imprescindible hablar de aquellos lazos que los unen afectivamente, que los sumergen en la cultura y que permiten su subsistencia y desarrollo ulterior. Estos lazos son los vínculos, aquellos “nudos” que los arraigan a la vida y les dan un sentido para atravesar toda crisis.
De especial atención resulta el vínculo madre-hijo, o más bien, bebé y quien cumpla la función materna. Sin duda, el hecho de contar con ese sostén, incluso antes del nacimiento, es de vital importancia para la estructuración de la dimensión psíquica de toda persona.
Durante el embarazo, el nacimiento de su bebé y el puerperio, la mujer sufre grandes cambios a nivel corporal y hormonal, por ende, es sumamente necesario que se preste atención a la salud psíquica materna, y se favorezca el proceso de vinculación con su bebé. Los primeros momentos juntos (mamá-bebé), servirán para conocerse y adaptarse el uno al otro. El entorno debe brindar el cobijo y sostén necesario para que dicho encuentro se produzca.
Un vínculo temprano saludable, dará generalmente, origen a un psiquismo sano, y promoverá con mayor facilidad la posterior autonomía del niño o de la niña. En este sentido, desde la mirada existencial se le asigna un lugar de relevancia a la aceptación por parte de los padres de este/a niño/a, considerándolo un acto de libertad, de toma de posición. Este “sentirme aceptado por otro” permite el despliegue de la confianza fundamental, y, por tanto, repercute en cada una de las Motivaciones Fundamentales de la Existencia. Por el contrario, si lo que está presente es el rechazo, queda una huella de dolor anímico, de falta de respaldo existencial e inseguridad.
A lo largo de este trabajo se buscará ahondar en la importancia de los vínculos tempranos, a la vez que se hará un acercamiento acerca de los mismos desde una perspectiva existencial.
Vínculo…una palabra que dice mucho
La palabra vínculo, que proviene del latín vincŭlum, hace referencia a una unión, relación o atadura de una persona o cosa con otra. Es decir, que dos personas u objetos vinculados están, de cierto modo, unidos, emparentados o atados, ya sea de forma física o simbólica (Pérez Porto y Merino, 2010). Blaustein (2020) refiere que es una “ligadura estable constituida por, y constituyente de, los sujetos que lo conforman y que les otorga un sentimiento de pertenencia al mismo”.
Por consiguiente, contemplando que en este “lazo” se pone en juego lo afectivo, se puede pensar al vínculo afectivo como la relación entre dos personas con carácter de unión y perpetuidad en el amor. He aquí la importancia y el peso de esta palabra, que invita a repensar las relaciones, viendo a ese otro desde otro lugar, ese otro que ‘me’ necesita y al cual ‘necesito’, alojándolo para poder “ser-siendo” y descubrir que el encuentro que se forma no es un “en” sino, más bien un “entre”.
Vínculo madre-hijo
Los vínculos tempranos, tienen funciones de gran importancia como asegurar y garantizar la supervivencia mediante la satisfacción de las necesidades primarias y actuar como base y fuente de seguridad en la cual apoyarse. Éstos servirán de base para el establecimiento de vínculos futuros. Pero, además, cumplen un papel primordial en la salud mental de la persona, considerando de suma relevancia que éstos sean satisfactorios, es decir, sólidos, estables y duraderos.
De importancia fundamental es el vínculo afectivo madre – hijo, ya que en él cada uno define y da sentido a la vida del otro. Durante el proceso, que va desde el momento en que se planifica -en el mejor de los casos- tener un bebé, pasando por el embarazo, el nacimiento hasta el puerperio; la mujer ha sufrido grandes cambios a nivel hormonal, corporal y psicológico. Se prepara, anticipa, conjetura sobre lo que puede llegar a pasar. Atraviesa miedos, ansiedades, inseguridades, alegrías, frustraciones, etc. que inciden en cómo ella abordará el encuentro con ese bebé, que, aunque lo sienta en su ser, es desconocido para ella, y al que deberá adaptarse y acostumbrarse, aprendiendo sobre la marcha.
El posparto inmediato es una etapa muy importante para la formación del vínculo madre-hijo. Es un período “sensible”, en el cual la madre es receptiva, en el que se produce una sincronía entre el lenguaje materno, cadencioso y los movimientos del niño (Pinto Lazo, 2001 citado en Lalli, 2006). Esto permite afianzar la relación única e irrepetible entre la mamá y su bebé, es decir, que este vínculo que se va desarrollando entre ellos, debe ser entendido como una continuación y crecimiento del que se formó durante la gestación (Orsini, 2009). Es en este momento, donde se recomienda dejar a los papás con su bebé en un espacio privado, para favorecer la interacción.
A su vez, el bebé aprende a esperar la presencia de su madre y a disfrutar de su primera relación interpersonal. Cuanto más estrecho, profundo y mutuamente satisfactorio sea el primer contacto madre-hijo, más fácil y natural resultará para ambos la progresiva autonomía posterior. El pecho materno es un lugar de encuentro protector y seguro que aporta al bebé gran parte de la confianza en sí mismo y en el mundo externo, lo que favorece una mayor independencia futura. Si bien es necesario que en un principio pase por una etapa de dependencia simbiótica, gradualmente se dará paso a una independencia del vínculo.
Desde la mirada existencial
Libertad y responsabilidad: dos caras de una misma moneda
La libertad humana es una potencia constantemente actualizada por medio de la conciencia y la decisión. Esta libertad es finita, posee límites, ya que el hombre se encuentra condicionado por lo biológico, lo psicológico y lo social. Ante todo esto ha de dar respuesta, volviéndose así un ser responsable. Este dar respuesta ante los condicionamientos no involucra liberarse de ellos sino asumir una actitud frente a, en la búsqueda hacia un sentido que enriquezca la vida, a pesar de. El factor relevante subyace en la actitud de la persona frente a su circunstancia vital en su aquí y ahora. De aquí que la libertad y la responsabilidad son dos caras de una misma moneda (Frankl, 2002 citado en Salomón, 2017).
Precisamente la responsabilidad ha de ser en el aquí y ahora de una situación concreta para una persona concreta (Frankl, 2004 citado en Salomón, 2017), en este caso, de los padres hacia su bebé. La libertad se actualiza en el presente para enfrentarse a lo que está ocurriendo.
Desde lo propiamente analítico-existencial es importante tener en cuenta la visión antropológica que tiene esa mujer-madre de sí misma. Cómo están sus tres dimensiones: la dimensión biológica, la psíquica y la espiritual o noética que constituye la dimensión específicamente humana. La aceptación por parte de los padres, especialmente de la madre es un acto de libertad, una toma de posición.
La importancia de “ser aceptado”
Profundizando en las Motivaciones Fundamentales de la Existencia, planteadas por Alfried Längle (2002), captamos la importancia de ser recibido y aceptado por otro. Es en la psiquis donde se “almacenarán” las experiencias típicas del ser en el mundo. Se considera que las primeras experiencias vinculares dejan una huella que se proyectará en la vida de cada uno con singular fuerza.
El contacto físico entre la madre y el niño es muy importante, permite al bebé sentirse ‘uno’ con su madre y le proporciona el enriquecimiento en profundidad del vínculo que, más tarde, usará como modelo de futuras relaciones. Si el niño se siente amado y aceptado incondicionalmente, se irán afirmando en él los fundamentos del valor de su propia vida y del sentido de su existencia. Si, por el contrario, aparece el rechazo, cuanto más intenso sea, tiene consecuencias más penosas y dolorosas, para el vínculo en general y para el niño en particular. La carencia afectiva inicial, deja una huella de dolor anímico, de falta de respaldo existencial e inseguridad.
Puede ocurrir que surjan circunstancias en las que la madre se vea “desafectivizada” con respecto a su hijo. Ante situaciones como esas lo indicado es brindarle apoyo, ayuda, contención, sostén para que vaya conociendo, comprendiendo y corrigiendo lo que, a través del rechazo u otras actitudes negativas, se puede generar en ese bebé. La madre puede tardar en comprender y asimilar este nuevo rol y la necesidad de adaptarse a esta persona pequeñita que depende de ella las 24 horas; apareciendo sensaciones de soledad, tristeza, falta de confianza, junto con ternura, amor y alegría. Por ello, es fundamental, que se sienta acompañada y comprendida en todo este tiempo.
La aceptación es un acto de libertad, una toma de posición, frente al hijo que se ha engendrado y se ha traído al mundo. Es sumamente importante encontrar cobijo y amparo dentro de las relaciones humanas, ser recibido y aceptado por otro. Es la base sobre la que se construirá la confianza fundamental, se descubrirá la propia vida como valor fundamental, la persona sentirá que puede ser ella misma, que le es permitido ser como es y que es bueno que exista, que su vida tiene un sentido.
Primera Gran Crisis de Sentido
Castellá (2006) postula que los seres humanos somos portadores de una doble herencia: una genética, transmitida por los genes y una cultural, que se transfiere especialmente a través de la madre. En su dimensión biológica, el ser humano se encuentra determinado por su herencia genética. En su dimensión psíquica se encuentra fuertemente condicionado por su herencia cultural. Por su dimensión espiritual, es un ser libre y responsable que adhiere a un mundo de valores.
Además, postula que hay una primera gran crisis de sentido, que acontece en el nacimiento del niño, momento en el que se produce la separación de la madre. A partir de allí, comienza a crecer como existencia individual. Supera este “trauma de nacimiento” adquiriendo la “confianza básica” en la vida. En este momento, es esencial la función materna, ya que será la que sostendrá al niño en su crecimiento (Castellá, 2006).
En un principio, el sentido de la vida de un niño, surge básicamente desde la dimensión biológica, ya que inicialmente necesita que otras personas satisfagan sus necesidades vitales. A medida que se desarrolla y madura, aprenderá a caminar y comer solo, entre otras cosas. Gradualmente irá tomando la existencia en sus propias manos.
En esta primera etapa el Sentido de vida es confiar en la vida, entregarse a ella. Se podría decir, que el niño mama el sentido de vida de sus padres, lo aprehende y lo lleva consigo. Si, por el contrario, el niño toma el “sinsentido de la vida”, es esperable que se vuelva apático, triste, depresivo. Es sustancial entonces que los padres estén convencidos y no duden de su tarea como tal, así crearán un clima psico-espiritual adecuado y necesario. Lo que va posibilitando tener confianza en sí mismo y, por ende, en sus propias posibilidades.
Conclusión
Es importante destacar el lugar fundamental que ocupan los vínculos afectivos tempranos saludables, ya que éstos sientan las bases para procesos vinculares futuros, proveen sostén y promueven el desarrollo de la confianza fundamental, la cual permite el desempeño en el mundo adulto de manera autónoma. Por el contrario, si estos vínculos se muestran deficientes o patológicos, pueden desencadenar en la persona ciertas conductas como apatía, excesiva dependencia, depresión, dolor anímico, inseguridad, etc.
Una de las labores dentro del mundo de la psicología, debe ser fomentar que los vínculos tempranos, en especial el de madre-hijo, o quien haga las veces de esa función materna, se desarrolle con plenitud proporcionando herramientas y construyendo saberes junto a la persona y/o familia que precise una intervención. La efectividad del accionar vendrá de la mano de un trabajo en equipo interdisciplinario que permita actuar del modo adecuado (prevención, diagnóstico, intervención) y cuyo fin sea que las personas involucradas adquieran noción sobre la importancia de dichos vínculos para la salud psíquica de ese bebé.
Referencias bibliográficas:
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