Una crisis me muestra que cuento conmigo


Filosofía sufí: “un hombre que nunca ha visto el agua/ es arrojado a ella con los ojos vendados y siente su tacto./ Al quitarse la venda, sabe lo que es el agua./ Hasta entonces solo la conocía por sus efectos”.

Antes de nada, me gustaría explicar algunos aspectos distintivos sobre  la naturaleza de la angustia y sus gradientes. ¿Y por qué referirnos a la angustia? Pues porque ésta se manifiesta, de una u otra manera, en toda experiencia de crisis. El miedo, una de las manifestaciones más humanas, refiere y conlleva  un peligro claramente reconocible, que por ende será considerado como una amenaza. Además conlleva reacciones corporales asociadas como taquicardia, sudoración, dificultad respiratoria, disnea, sensación de vértigo, temblores, eventualmente náuseas, dolores en el bajo vientre, acaloramiento y ataques de frío.[1]  A diferencia de la vivencia de susto y de la vivencia de horror (ambos derivados de la angustia), la vivencia de miedo nos permite reconocer el objeto al que se teme; y por ende, no nos toma de sorpresa como sucede con las vivencias de susto (shock) y  horror. En otras palabras, cuando tengo miedo, tengo la posibilidad de protegerme y considerar una diversidad de acciones a modo de mantener la calma y, familiarizarme con la situación de amenaza.


[1]Längle, A. (1992/02). Formas de Aparición de la Angustia. Texto de Formación Psicopatología Post-título en Psicoterapia desde el enfoque de Análisis Existencial.


El horror, en cambio, es una vivencia de palabras mayores, emerge por una falta de comprensión y me sobrecoge el desconcierto ante algo ajeno cuya existencia se consideraba imposible. Se destruye la confianza ante lo que ES fuera de mi existencia, eso que me horroriza está allí y es real, existe y yo creía hasta hoy que no era posible que así sea. Pierdo la con-fianza (con fe) en el SER, aquello que lo inunda todo, que es inasible, anónimo, implacable y que nos “toca” a todos y a todas las cosas. No es infrecuente que al horror se reaccione con pánico lo que se define como la angustia de ser tomado repentinamente y sorpresivamente por un torbellino de movimientos sin dirección, lo que produce una intensa angustia, la misma angustia que aparece ante la muerte.

Me puedo imaginar mientras escribo que alguno de nosotros vamos identificando cuáles de estos estados de angustia nos van tomando o nos están sucediendo. Estados que al estar viviendo un confinamiento ya de doce semanas o más, nos son cercanos. Como por ejemplo, la experiencia de miedo a mí me surgió cuando se declaró pandemia global y la vi inminente pues llegó a mi puerta, a mi comuna, a mi ciudad/país; el horror cuando me informaron que distintos países fueron sobrepasados ante el crecimiento exponencial de contagios colapsando efectivamente los sistemas de salud pública ; y el pánico o susto cuando tomé conciencia de haber estado junto a una persona contagiada, o estar ya contagiada y que en absoluta soledad tengo que hacerme cargo de mi enfermedad, prácticamente hasta que crea y sienta que ya empiezo a asfixiarme, entonces tendría el “permiso” para gritar y pedir socorro a algún especialista.

Ahora, cuando ya cruzamos las 12 semanas de confinamiento, la gran mayoría de nosotros estamos padeciendo una pesadumbre y aflicción desde ya con el tedio de la rutina, la estrechez para movilizarnos, cambios de ritmos y una nueva vivencia de la temporalidad; contingencias que nos hacen vulnerables y que intentamos soslayar en medio del desasosiego, toda vez que nos perdernos en “pertrechos digitales” (J.M.Valle) como buscando mitigar nuestra angustia existencial a la base. Me parece que estas sensaciones y experiencias nos hacen eco, las podemos reconocer ahora, de cerca, en casa, con los nuestros y al lado, en nuestra comunidad. Y un poco más allá.

También podríamos agregar que a pesar de reconocer que los estados de miedo, susto y horror, nos tocan fuertemente y nos dejan suspendidos resonando, provocan en nosotros reacciones inmediatas de protección que se expresan en nuestra resistencia a negar la realidad de lo que está pasando, o a restarle importancia a lo que viene o podría pasar a futuro; nos resistimos a abrirnos completamente de manera que evitamos involucrarnos en el devenir, propio de la experiencia de angustia, entonces sigilosamente abrimos nuestra puerta interior, pero lo hacemos parcialmente. Es muy frecuente, en este estado de las cosas, que tan sólo estemos alojando un espacio exclusivamente dentro de nosotros, nuestra cabeza, con suerte nuestra corporalidad; no, nuestra totalidad (mismidad). Hasta aquí, podríamos aventurarnos a decir que hemos sorteado el encuentro con el sí mismo(a), todavía éste lo hacemos a medias desde la cabeza y corporalidad. Por ejemplo, nos ponemos a leer, conversamos por teléfono, nos ponemos activamente a hacer tareas domésticas, inventamos otras recreativas (jugar con nuestra mascota, entrenarla, bañarla, etc), algunas con sentido artístico (pintamos, construimos, inventamos mascarillas, jardineamos, etc).

Pasaran días, hasta que la vida y su realidad pacientemente esperarán a que  me despoje de mis fantasmas que conlleva mi miedo, apañarán mi  esforzado trabajo interior, al aguaite hasta que alcance el conocimiento de lo que me está pasando, darme cuenta de sus implicancias, reunir coraje para mirar la realidad y hacerle frente, la tenacidad para tolerarla, así, hasta soltar y entregarme con humildad a la tarea de mi persona (como totalidad) de  percibir en concreto: “esto es  realmente lo que está pasando y pasando-me, y esto parece ser por mucho tiempo, me urge encontrar la forma de serenarme y priorizar mi vida desde otra mirada y con otra actitud”. Aquí la angustia me sobrecoge: me siento en crisis;  y, mi diálogo interno se inicia, en medio de accidentados intentos de fluir y asirme a un feliz hallazgo capaz de darme tregua, al menos por un tiempo hasta la próxima montaña rusa de la angustia.

La vivencia de la crisis y su aceptación

Ante una pandemia y sus implicancias para nuestra vida cotidiana, nuestra familia, vida laboral y sobrevivencia, es natural que el miedo se haga presente como una emoción que nos protege y advierte el peligro: el advenimiento de una crisis[2]. Podemos sufrir crisis por diversos motivos, unos pueden ser adversos y amenazantes para nuestra integridad, otros pueden ser atractivos, gratos, pero igual afectar nuestro statu quo.  En todo caso, una crisis nos desafía a movilizarnos, despojarnos de la comodidad habitual, nos convoca a vivenciar una especie de vértigo ante lo desconocido y a la vez ante lo que se pierde; nos provoca inseguridad, ante lo que aún estoy por descubrir en mí y mi mundo de relaciones. Hasta este momento, la experiencia es aterradora y profundamente remecedora, tanto así que se altera completamente la vivencia temporal de la experiencia, pudiendo llegar hasta perder la noción del tiempo. Esta vivencia sigue su curso, absolutamente interior y personal “estoy yo conmigo”, hasta alcanzar un punto de cadencia, donde tiene lugar, la caída libre, desde el hálito de angustia inicial hasta la realidad cruda, dura y concreta que nos muestra un abanico de escenarios de vida y nos desafía a mirarlos con atención, coraje y determinación como posibilidades y oportunidades. Esta caída sobreviene después de la experiencia de entregarnos a nosotros mismos, en medio de la angustiosa vivencia de hacer frente al miedo y acoger la experiencia (mi persona percibe la realidad).


[2]  Längle, A. (2020) . Webinar: Existential Challenges during a Pandemic .https://www.mindbodypassport.com/webinar-challenges-during-a-pandemic.Crisis: espacio en el devenir existencial que se me aproxima y me advierte un cambio trascendente para mi vida, pues sugiere vías, escenarios, posibilidades que esperan por mi escogencia o que se imponen (advienen simplemente).


En este punto, la sensación de estar en peligro se desvanece y da paso a una inherente confianza fundamental, aquella que se concreta en dejar-ser mi persona y sus manifestaciones y dejar ser lo dado; vivencia que conlleva una natural paradoja: dejo ser lo que se da y a la vez soy sostenido; fenómeno que curiosamente me da vigor, seguridad, permitiendo así que fluya un entregarse  humildemente a lo dado, a lo que viene, haciendo mía esta realidad percibida y su novedad. Allí, emerge la transformación personal, siento que yo puedo, emerge una nueva actitud, orientada a acoger comprensivamente lo luminoso de la experiencia angustiosa, su real valor  para nuestra vida presente, la energía motivadora que hace posible la acción de soportar la presión de las contingencias, de rescatar seguridad y claridad , disponiéndonos al  anhelado estado de calma, quietud, asombro, agrado, sensaciones todas ellas que anuncian que voy logrando un nuevo estado, de aceptación de mi nueva realidad,  primeras sensaciones que anuncian no sólo que la realidad la voy haciendo parte de mi existencia sino que voy internamente ampliando mis horizontes de aceptación.

Mi dialogo interno me moviliza

Los estados dolorosos que conlleva un estado angustioso, en tanto es pujante y se asemeja al horror de la muerte, nos obligan a ceder y abrir aún más compuertas hacia el interior de nuestros afectos, a practicar mi esencial manera de ser dialógica, mirar-me hacia nuestro interior y ver-me, en absoluta soledad “yo con conmigo” (mismidad). Por ejemplo, ya después de 12 semanas de confinamiento nuestras tareas y actividades las hemos organizado, me sostienen y buscamos nuevos espacios propios ya no físicos sino internos como buscando algo inquietamente, ampliamos la mirada hacia adentro y abrimos un dialogo interno, tengo ganas de cocinar y me sorprendo con mis habilidades culinarias que estaban dormidas o empiezo a escribir y me gusta, o recuerdo experiencias  olvidadas completamente y así me voy reencontrando en nuevas conversaciones conmigo misma. Majestuosa apertura de mi ser persona, pero donde lo emocional cobra hegemonía, sumergiéndome en vivencias que van desde el tedio y la desesperación hasta el llanto y la quietud apaciguadora que emerge tras haber vencido las aguas tormentosas de la angustia (capacidades de percepción y aceptación).

Si bien el dolor posee una dinámica que es lejos agradable y calma, y que además cuesta familiarizarse y amigarse con ella, sus frutos son movilizadores, de potencia inimaginable y contienen dirección, la misma que propicia el sostén y la seguridad para tomar decisiones y acciones oportunamente. Es más, aunque esta sucesiva cadena de reacciones ante el miedo, el susto y el horror, cada una conlleva inevitable sufrimiento de indefensión tanto físico como psíquico, viene a ser el tránsito necesario y suficiente que me da sostén, pero además un espacio propio/interno para elaborar la experiencia, cruzar el punto crítico de cambio (superar la crisis) y alcanzar la preferencia de valor con el consecuente  estado de claridad que conlleva  dirección. En este punto la fuerza de una determinación que se siente en  todo mi ser , actitud resuelta de plasmar acciones que me “hacen bien”; es decir, el dolor que supone aquel tránsito finalmente conlleva confianza en el mundo, trae vida, transformación y por qué no, hasta alegría.  La dinámica de los estados de angustia me lleva a la experiencia vivencial más humana que hay y sin embargo más temida por nosotros, como bien plantea la filosofía existencialista el vivir conlleva la angustia de nuestra existencia que no es más ni menos que la angustia ante la muerte[3]. Mi angustia ante la posibilidad de contagiarme y morir, posibilidad que no es posible saber ni controlar, pude elaborarla (diálogo hacia adentro)  estableciendo relaciones todas con real sentido para mí y para el otro, no sólo con mis familiares, hijos y nietos, sino que con las personas de mi entorno diario, vecinos, amistades, compañeros de trabajo, etc, en el aquí y ahora, cual tejido finamente hilado en instancias amorosas de conversaciones y pequeños actos.


[3] La concepción heideggeriana de la ipseidad refiere el carácter reflexivo del ser humano, íntegramente= ipseidad. Heidegger, ha elaborado una concepción muy distinta del hombre como un ser esencialmente temporal y relacional. Lo que constituye fundamentalmente el Ser del hombre no es, por tanto, la presencia de un nudo invariable de la personalidad, sino, por el contrario, el conjunto de las relaciones que anuda con el mundo y con los otros que, a cambio lo definen.http://www.scielo.org.co/pdf/unph/v32n64/v32n64a17.pdf


Valorando ahora el lado luminoso de la angustia, sus efectos una vez elaborada, en nuestro diario vivir, recordemos los hermosos ejemplos de vida recibidos en y desde el confinamiento, que hemos ido acogiendo desde nuestra inquietud espiritual y emocional estabilizadoras, que van más allá de lo meramente racional y práctico. Tales han sido la diversidad de obras de arte a través de las redes sociales, como cantos, duos, ballet, composiciones de  orquestas y coros,  sinfonías de confinamiento de distintas regiones locales y del mundo; clases magistrales de académicos, profesores, formadores; trabajadores en línea y fuera de línea, en primera y última línea, dirigiendo tareas de equipo, líderes de opinión y líderes de ollas comunes, terapias en línea, juegos divertidos, charlas, humor, consejos  para alimentarse rico y entretenido, labores recreativas en casa y tantas otras experiencias  que ilustran estilos de adaptación a la nueva forma de vida y convivencia. No cabe duda que cada una de estas obras preparadas durante este confinamiento necesariamente atravesaron distintos estados emocionales hasta confluir en potentes mensajes y obras trascendentes, propias del espíritu humano; instancias todas donde la razón y la emoción cual humildes siervos se ponen al servicio de nuestra dimensión espiritual (nous), como bien reiteraba quien fue fundador  y creador austriaco del método científico Logoterapia, Dr.  V. Frankl. [4]


[4] Frankl, V. (1974). La presencia ignorada de Dios: Psicoterapia y religión; Barcelona. Ed. Herder S.L.


Podemos apreciar, entonces que toda crisis me moviliza hacia adentro, promoviendo un dialogo interno; y, hacia fuera, propiciando acciones de protección que van deviniendo en acciones con sentido y un personal significado hacia el mundo. Como quiera o no, soltamos situaciones, hábitos, cosas, relaciones, experiencias, ciertas valoraciones, e integramos otras nuevas; en definitiva el proceso me lleva no sólo a aceptar otros escenarios de vida, sino que hasta puedo gustar lo vivido. Podríamos resumir que primero me resisto a lo que viene, luego acepto y más tarde hasta puedo llegar a descubrir que me agrada lo descubierto y aprendido con motivo de la crisis.

¿La crisis es para todos igual?

Por cierto que no, pues toda crisis es absolutamente personal, subjetiva y posee su propia historia. Lo común es la vivencia dolorosa y amenazante. La crisis, para unos será personal, familiar o laboral, o acaso todas juntas. Para quienes están delicados de salud la crisis se enfocará más en su cuerpo, como organismo vulnerable y frágil que está en riesgo real de enfermar y posiblemente vivirán la angustia del riesgo de morirse; para otros el tormento puede asentarse en la falta de ingresos, de trabajo, de sobrevivencia básica y real; habrán otras personas que estén sufriendo de manera fantasiosa, pero igual padeciendo por sus propias aprehensiones, miedos e hipocondrías. Por otro lado, la familia puede ser la crisis, se agudizan los conflictos de relaciones; los espacios estrechos junto al tedio del día a día, provocan explosiones inusitadas de emociones. Para otros, la familia está alejada y me obliga a afrontar mi propia soledad, a valorar mi autonomía y autosuficiencia. O acaso, son mis hijos los más afectados por la realidad a medias comprendida y sus fantasías que en conjunto exacerban su actividad, gritos y demandas imprescindibles de atención personalizada de mamá y papá. Es un cúmulo inagotable de tensiones, impensado, que antes no imaginé, ni imaginamos, vivir alguna vez.

Amén de los estados críticos referidos, también hay que mencionar que en esta pandemia hay personas que pueden estar viviendo de otra manera lo que para muchos es una crisis. Personas que la viven desde una plataforma de tranquilidad, gracias a sus necesidades básicas cubiertas y  sus  relaciones familiares relativamente estables, tienen la disposición de experimentar la crisis como un desafío, un cambio, una nueva experiencia de vida. Personas que viven la situación como una oportunidad para plasmar nuevas vías de trabajo, formas de relacionarse, de recrearse, de ocuparse de sí mismos y de abrir nuevos espacios, ritmos y tiempos de crecimiento y desenvolvimiento personal; incluso algunas personas que detuvieron con este obligado confinamiento diversos compromisos laborales y no laborales, revalorando hoy su estado, su tiempo personal y familiar.

Pero no por ello, dejan de vivir miedo y angustia, claramente porque esta pandemia tan sólo ha puesto en relieve un trasfondo, el natural miedo que implica la incertidumbre de existir, de saber que la muerte esta al acecho y que nos puede arrebatar nuestra vida, LA VIDA, en cualquier momento.

¿Cuál será el valor,  en definitiva, de experimentar una crisis?

Mis cercanos son también muy importantes

Hechas las distinciones sobre la forma de vivir crisis ante la pandemia, quiero subrayar que ésta tiene un cauce, donde las personas, los otros afectivamente cerca de mí son muy importantes y las más de las veces son imprescindibles para mi bienestar y desarrollo, además del gran sostén que significa contar conmigo mismo (mismidad). Cuando damos o recibimos afecto, inclusive por intermedio de nuestros “pertrechos tecnológicos”[5] , la experiencia de miedo se “suspende” , se distrae por momentos, y es que desde la bondad la conversación se hace diálogo, nos pone en sintonía con nosotros mismos, con aquel espacio interior , con mi mismidad, y su impacto es como una suerte de nutriente del que a posteriori voy a echar mano, una vez transitado el plano vivificante de dar-me  a otras personas o situaciones, en paralelo a dar-me a mí mismo. Lo valioso en esta crisis es cultivar una relación cercana con los demás y conmigo; real y esencial. Y lo más maravilloso es dejarse tocar por lo fundamental de mi ser, aquello que está ahí para sostener mi propio vacío, mi angustia de no-poder ser, el Fundamento del Ser.[6]


[5] Valle, José Miguel. (2020) . Artículo En el dialogo no hay vencedores ni vencidos. Articulo La bondad convierte al diálogo en un verdadero diálogo. Espacio Suma NO Cero.España. https://espaciosumanocero.blogspot.com/

[6] Längle, A.  (2013). ¿Espiritualidad en la Psicoterapia? En S. Längle y G. Traverso (eds). Vivir la propia vida. Santiago, Chile. Editorial Mandrágora.


Mi miedo y su dinámica amorosa

También quisiera realzar la paradojal dinámica de la experiencia de sentir miedo, susto u horror, que a la base conlleva angustia, por una lado es impulsora de movimiento, nos motiva hacia una acción y por otra, en la fase de desenlace, nos acoge (cual madre amorosa) coronándonos con la savia que obtenemos de la experiencia misma de angustia. Esta segunda actividad interior es asombrosamente posible, pues al transitar la actividad de dar-nos (entregarse en definitiva a uno mismo) nos estamos desplazando desde el desamor hacia el amor y, en esta nueva posición, es otro el cantar o la vivencia del miedo; logramos asirla, mirarla y hasta saborearla a tiempo de ir comprendiéndola y venciéndola hasta la próxima estación de nuestra existencia. Su gran valor es la sabiduría que nos regala y que se plasma en obra, creación, acciones todas de valor, pasando por un sufrimiento tolerable y hasta amigable.

Mi confianza: tiempo y espacios propios

Mi tiempo y espacio se expanden, puedo ocuparme de mí internamente, de aquello inacabado en mí, cultivar lo que me da seguridad, lo real en mí, lo que es, lo que puedo, mi pensar, mi respirar, lo que me gusta comer y no me gusta, ordeno mis espacios, mis cosas y veo que tengo techo; desarrollo pues la confianza en mis realidades, en todo lo que puedo hacer y ser (o no puedo). Abordo tanto el espacio externo a mí, como interno a mí. Desde el estado de sentir coraje, la confianza emerge pues como un puente entre mi experimentar interno y el desafío allá en el exterior; y, entonces puedo ver lo que está dado y no dado, lo real y lo que asimilo a mi libre manera de ser y hacer frente a la crisis. Me dejo ser y acojo lo dado, integrando la experiencia.

Cuento conmigo

Ante la angustia, el valor de abrazarse a uno mismo y mejor aún si este “abrazarme a mí mismo” pasa por otra persona que acoge (exterior), tiene lugar gracias al fenómeno de dar-nos, nos regocijamos en el abrazo del amor y es en este punto que la experiencia de miedo pareciera desvanecerse. Dinámica que, en parte, es evidente para nuestra percepción y sensación, pero a la vez es imperceptible como experiencia, fluye y hace su trayecto de manera silenciosa pero afable, también amable y enriquecedora. Quiero distinguir y desearía transmitir lo maravilloso de nuestra naturaleza humana, la dinámica interactiva[7] de nuestro organismo bio-psíquico, cómo se articula y resuelve casi por sí mismo las experiencias críticas y el flujo emocional que lo acompaña. Es un aprendizaje constante que, sin duda, nos da una suerte de determinación y seguridad para mirar lo real de la experiencia dolorosa, soportarla y finalmente aceptarla, pasando inevitablemente por el vértigo sufriente hasta hacer nuestra una nueva realidad y el avatar propio que conlleva.


[7] Varela, F. (1996). Ética y Acción. Santiago de Chile. Editorial Dolmen. Concepto de en-acción: se refiere al ámbito interno del sujeto donde tiene lugar una forma de interactuar con el mundo, organizando el conocimiento dentro de fenómenos superiores como la conciencia y la naturaleza del yo, con una relevancia que no tiene constancia empírica para un observador externo. La conceptualización del conocimiento en-activo nace en la ciencia de la biología.


Me veo y acaricio detalles

La pandemia y su estado de crisis, poseen el valor de volver mi mirada hacia mí mismo, de alumbrarme hacia adentro, de mostrarme más de la realidad, no sólo hacia fuera sino hacia mi persona, me invita a cuidarme, sentirme, darme gustos, ser amoroso(a), a cultivar una vida interior. Su gran valor es enseñarme a lidiar con la inseguridad de base, precisando lo concreto que me angustia, es añadir más realidad a mi vida, me lleva a darme cuenta de un futuro no determinado, por el contrario abierto, donde puedo hacer giros y concretar algo bueno para mí. La pandemia y sus crisis me llevan a  ejercitar  cómo integrar dolores, pérdidas, problemas no elaborados, lo nuevo que voy armando y develando, en un contexto de realidad.

Me protege

Cuando la angustia me sobrepasa, es también un valor pues me protege. La angustia puede sobrepasarme y entonces “se apropia” de mi espacio interior, me inmoviliza y no soy capaz de abordarla como para vivenciar aquellos matices que me lleven hacia la acción de dar y/o recibir amor. La huida, la paralización y el activismo como mecanismos de agitación para reducir la angustia asociada al miedo, no son más que formas  básicas de reacción cuyo objetivo es protegerme, cuidar mi integridad yoica y estabilizarme, como señal de “estar al límite”. Pero este es un primer movimiento o impulso, pues un segundo es filtrar su ímpetu y conducirlo hacia la reflexión, “subirnos al balcón” y observar qué valor conlleva y así familiarizarnos con su desazón. Más tarde vendrá su comprensión y aceptación y su feliz desenlace en acciones  con sentido. Acciones que previamente implicaron acogerme y aceptarme, un cambio de actitud de mi parte, hacia adentro y hacia fuera, una mirada distinta de la situación que me despertó miedo, susto o angustia.

Mayor conciencia de mi finitud                                  

Finalmente, al cabo de haber vivido las experiencias de crisis, me voy a dar cuenta que lo acontecido me trajo a la vida, me devolvió la confianza en la vida, me regaló espacios y tiempo, casi mágicos, para reconocer mis capacidades y afectos, como valiosos mecanismos de soporte. El espacio y el tiempo me permitió acoger mi cuerpo, tomar atención a mi respiración, sus ritmos, mi temperatura, mis sensaciones de libertad, los alimentos y ejercicios físicos que me hacen bien y, así sucesivamente, el confinamiento y las crisis que conlleva, me recuerda lo que está a la base y diariamente en mi vida, la realidad de mi existencia. Ella está presente, al aguaite, esperando que la mire con mayor conciencia, ya que no es nada nuevo pues cada noche al cerrar mis ojos efímeramente lo hago, desprendiéndome del trajín del día a día. La existencia es un desafío, me pregunta y espera mi  respuesta, me acompaña y de vez en vez me recuerda mi fragilidad.


Bibliografía

Frankl, V. (1974). La presencia ignorada de Dios: Psicoterapia y religión; Barcelona. Ed. Herder S.L.

Längle, A. (2020) . Webinar: Existential Challenges during a Pandemic .https://www.mindbodypassport.com/webinar-challenges-during-a-pandemic.Crisis: espacio en el devenir existencial que se me aproxima y me advierte un cambio trascendente para mi vida, pues sugiere vías, escenarios, posibilidades que esperan por mi escogencia o que se imponen (advienen simplemente).

Längle, A.  (2013). ¿Espiritualidad en la Psicoterapia? En S. Längle y G. Traverso (eds). Vivir la propia vida. Santiago, Chile. Editorial Mandrágora.

Längle,A.  (1992/02) .Formas de Aparición de la Angustia; Instituto. Texto de Formación Psicopatología Post-titulo en Psicoterapia desde el enfoque de Análisis Existencial.

Valle, José Miguel. (2020) . Artículo En el dialogo no hay vencedores ni vencidos. Articulo La bondad convierte al diálogo en un verdadero diálogo. Espacio Suma NO Cero.España. https://espaciosumanocero.blogspot.com/

Varela, F. (1996). Ética y Acción. Santiago de Chile. Editorial Dolmen.

Elvira Aguilar Leyton

Psicologa Clínica
Santiago, Chile


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Nº 30 - 2020