El libro Víboras, Putas, Brujas habla de la demonización de la mujer a través de la historia. Es un libro amable y comprensible que sacude con potentes relatos e historias extraídas de investigaciones hechas por el autor a través de las diferentes culturas de la humanidad.
El texto comienza con la historia de Adán y Eva, ya por todos conocida, y se centra principalmente en Eva, la manzana y la serpiente. Si bien hay una culpa compartida por desobedecer al Creador, el mayor castigo se lo lleva ella y de paso todas las mujeres. El autor da cuenta cómo este mito de la creación ha sido “el símbolo más explicito de una perdurable maldición cultural lanzada sobre las mujeres.” (Suazo, 2018, p. 15).
La culpa es un tema que atraviesa todo el libro. Se coloca a la mujer en la posición de pecadora, de incitadora a cometer actos pecaminosos, culpabilizándola de todos los males de la humanidad. En este contexto, el autor señala cómo el Génesis es uno de los textos más influyentes, aún en la actualidad, que promueve el poder patriarcal, presentando a la mujer como un ser dependiente y de menor rango, relegándola a una condición de irrefutable inferioridad.
Suazo (2018), refiere: “La culpa es una emoción que, como diría Jung, se experimenta como la pérdida de una entereza o una integridad – un estado previo de plenitud que, juzgamos hemos torcido o traicionado -, lo que trae como consecuencia una no aceptación de lo que somos.”(p. 12). En este contexto, podemos dar cuenta como la culpa ha menoscabado la autoestima de la mujer a través de la historia, arraigando la sensación de un defecto, de una deuda, de una carencia. Se le culpabiliza totalmente de la expulsión del paraíso, perpetuando esta condición en el tiempo, lo cual ha facilitado su subordinación a través de la historia.
En el libro el autor revela cómo la cultura patriarcal occidental ha significado al sexo femenino como “…el espacio de lo fascinante y lo aterrador, de aquello que, aunque se desee, no se puede mirar fijamente, sin correr un riesgo tremendo incluso mortal.” (Suazo, 2018, p. 56). Esta condición del sexo femenino como algo que debe esconderse, ha sido perpetuado por la jerarquía eclesiástica, a través de la imagen de María, “…una mujer todopoderosa, pero castrada.”(Suazo, 2018 p. 83), condicionando un modelo femenino de pureza y castidad en el Medioevo.
A través de las páginas, encontramos referencia a la figura del matrimonio y de cómo esta ha sido institucionalizada como una forma de dominio del cuerpo y alma de la mujer, llegando a considerarse un modo de domesticación, en donde se le considera “…el objeto que se conquista o bien un objeto disponible para la violación, pero nunca jamás dueña de sus propios actos, de su propio cuerpo y tanto menos de su propia vida” (Suazo, 2018, p.39). Esta condición de objetivización, ha perdurado a través de los mitos, haciendo eco en los oídos de las mujeres, significando su existencia en cuanto a haber sido creadas para ser un objeto de compañía y culpables del sufrimiento de la humanidad. Sin embargo, no todas las mujeres se han sometido en los diferentes orígenes mitológicos. En la historia han surgido quienes se han revelado a la subordinación. En la cultura judeo-cristiana aparece Lilith, la primera mujer, cuya existencia omitió el Génesis por tratarse de una insurrecta fémina que se niega a ser sometida a la voluntad de Adán, lo cual la lleva a ser castigada con el destierro. O Baubo, en la cultura greco-latina, la diosa impúdica que exhibe sus genitales riéndose, y con este gesto “…nos enseña una forma típicamente femenina de espiritualidad, en que la obscenidad no aparece separada de lo sagrado y en que la risa de las mujeres y sus cuerpos aparecen revestidos de poderes muy especiales, relacionados con los ciclos de vida-muerte-renacimiento.” (Suazo, 2018, p. 69). Y aún mas contemporánea y local, la Quintrala,[1] demonizada por no cumplir el estereotipo de la doncella pura, casta y devota, sino mas bien la imagen de una mujer potente, independiente y emancipada, muy diferente a la concepción tradicional de las mujeres de la época.
[1] Catalina de los Ríos y Lisperguer, más conocida como «La Quintrala», fue una aristócrata y terrateniente chilena de la época colonial, famosa por su belleza y, según la leyenda, la crueldad con la que trataba a sus sirvientes.
A través del tiempo los relatos se transforman en mitos, creencias que de tanto escuchar ya no se cuestionan. Haber significado a la mujer desde esta mirada: denostada, vilipendiada, la ha llevado a una pérdida del Yo, generando una sensación de no tenerse a sí misma, generándole sentimientos de insatisfacción, dudas y cuestionamientos sobre sí misma. No todas se atrevieron a ser Lilith, Baubo o la Quintrala, y las que lo hicieron fueron catalogadas de víboras, putas y brujas, siendo perseguidas y/o asesinadas.
El libro nos abre a la comprensión de cómo se ha significado a la mujer a través del tiempo y, por tanto, desde esa mirada externa, cómo se ha significado a sí misma. Sin lugar a dudas la concepción patriarcal imperante por siglos no ha tratado a la mujer con Consideración, Aprecio y Trato Justo, las tres condiciones fundamentales de la existencia para la formación de la Autoestima. Denostándola, objetivándola y privándola de su libertad de poder ser ella misma ante su propia mirada y la mirada de los otros. Como consecuencia de ello qué posibilidades tuvo de delimitarse, si ante los ojos de los demás no pudo ser autentica ni tomar una posición y sintonizar consigo misma.
Este libro me interpela y me hace cuestionarme en cuanto a mi propia forma de conducirme como mujer, a cuánto mito ha estado arraigado en mí y desde dónde me he conducido. Sin duda soy afortunada de vivir en esta época. Hoy las mujeres hemos tomado posición, los movimientos feministas han aparecido e instalado en la sociedad para exigir igualdad y equidad de género, hoy avanzamos hacia la libertad de poder ser nosotras mismas.