¿Chile en llamas o Chile me llama?

Is Chile in flames or is Chile calling me (1) ?


Recientemente en la prensa internacional se difundía la información sobre la situación en Chile bajo el título de “Chile en llamas”, relacionándolo con los numerosos incendios provocados que estaban afectando al país, de norte a sur. Podría verse como un síntoma más de la enorme protesta social que se desató explosivamente, como la chispa que enciende un enorme territorio altamente combustible. En ese sentido, además de un síntoma material, la frase puede verse como una metáfora de la manifestación social de la situación.

Síntoma es lo que se manifiesta, es el fenómeno que se muestra. Desde la fenomenología hermenéutica no nos quedamos con la descripción del fenómeno. Buscamos comprender los significados ocultos detrás del fenómeno, lo no visto, lo no evidente. ¿Cuál es el llamado detrás de las llamas? ¿Qué se busca incinerar, simbólicamente, tras tan intensa y estruendosa manifestación? El gobierno, con una increíble miopía, confundió la pequeña chispa (el alza de 3 centavos de dólar en la tarifa del tren subterráneo de Santiago) con el enorme incendio que ha estado arrasando a todo el país (el clamor popular).

Hace 46 años hubo en Chile un cruento golpe de estado, con la colaboración de EE. UU., que se inició con el bombardeo por la fuerza aérea de la casa de gobierno ocupada por el presidente de la República, legítima y democráticamente elegido. Así se inició una despiadada dictadura de 17 años, que instaló un igualmente despiadado modelo económico ideado por Milton Friedman y aplicado por sus entusiastas discípulos, conocidos como los chicago-boys. Chile fue el primer laboratorio de prueba de tal modelo, que sólo podía aplicarse bajo un régimen dictatorial, ya que ninguna población de un país democrático lo hubiese resistido. Al volver la democracia, los sucesivos gobiernos no hicieron reformas profundas al sistema económico, por considerarlo “exitoso”. Hace 46 años el ingreso per capita era aproximadamente de 1.700 dólares. Actualmente es más de diez veces esa cantidad. Con una salvedad: menos del 1% de la población posee más de un tercio de la riqueza del país.[1] Más de la mitad de los chilenos debe vivir con menos de la tercera parte del ingreso per capita. A eso hay que agregar que Chile es un país caro. Los medicamentos cuestan aproximadamente 10 veces más que en España. La inequidad prácticamente en todo ámbito es enorme. Los sueldos de ministros y parlamentarios son cerca de 30 veces el sueldo mínimo y más de 20 veces el ingreso medio del 54% de la población. Se ha mantenido un sistema previsional privado perverso impuesto en la dictadura, elaborado por el hermano del actual presidente, y hoy hay muchísimos adultos mayores con una pensión de aproximadamente 100 dólares mensuales, debiendo pagar arriendos de sus viviendas por hasta 3 o 5 veces más. Las privatizaciones de los bienes del Estado que se hicieron durante la dictadura se han mantenido hasta la fecha. Así los servicios básicos siguen en manos particulares. Poblaciones enteras carecen de agua potable porque renta más cedérselas a los agricultores para sus riegos. El parlamento aprobó una ley para que siete familias fueron los dueños exclusivos de la pesca en toda la costa nacional. Y así sigue. El mercantilismo del modelo de Friedman se conserva en todo ámbito de la economía.

Hace ya seis semanas hubo una enorme explosión en cada uno de los pilares de la existencia de la nación chilena.

En primer lugar, en el poder ser. Poder ser sostenido y protegido, poder ocupar un lugar y tener el espacio necesario para ser y desenvolverse. Poder tener seguridad, estabilidad y los recursos para un bien-estar. De todo eso la gran mayoría ha carecido, por lo que ha vivido en el miedo y la angustia. Los trastornos de ansiedad de la población, el estrés y el alto consumo de ansiolíticos y barbitúricos dan cuenta de ello.

En segundo lugar, en el gustar vivir. La calidad de vida no guarda relación con el PIB del país. Jornadas laborales muy extensas, interminables horas para transportarse a su lugar de trabajo y regresar. Competimos el primer o segundo lugar del país con mayor número de casos de depresión en el mundo. Y los casos de suicidios han ido en aumento, especialmente entre adolescentes.

En tercer lugar, en la legitimación de ser uno mismo, como alguien único y singular, considerado, tratado con equidad y justicia, valorado, respetado y apreciado por el otro, en especial, por las instituciones del país, incluidas las del sistema estatal. Aquí también hay una enorme carencia. Tanto en el ámbito educacional como en el laboral, se fomenta la competitividad y el individualismo, en lugar de la cooperación y la comunidad. La soledad, el aislamiento y la baja autoestima son padecimientos cada vez más sufridos. Los trastornos de personalidad del sí mismo se ven en todos los consultorios cotidianamente. La dignidad personal ha sido pisoteada y ahora aparece con fuerza la legítima indignación popular.

En cuarto lugar, el actuar a diario con pleno sentido, con autoaprobación personal producto de auténticas toma de posición, es muy escaso. El vacío existencial se intenta llenar con un sustituto del sentido, llamado consumo. Los grandes centros comerciales son verdaderos templos en que se le venera. La mayoría de la población está sobre-endeudada en varias veces su ingreso mensual. Muchos de los que no tienen acceso a las marcas que anhelan, roban o se convierten en micro-traficantes de droga o directamente en drogadictos. Las adicciones y el vandalismo son algunas señales de vidas carentes de sentido.

El slogan “Chile despertó”, tan repetido desde el estallido social, quizás es lo que mejor simboliza el valor y propósito de éste. Un despertar del sueño (o pesadilla) de 46 años, los 17 primeros bajo el terror y los 29 siguientes con la anestesia de “la alegría ya viene”. Y en este solo despertar, ya hay alegría. La alegría de encontrarme con otros que despiertan conmigo, que marchan a mi lado y claman conmigo por justicia y equidad. Es verdad que junto a la enorme muchedumbre que marcha en paz, hay grupos violentos, que destruyen, queman o saquean todo a su paso, es un vandalismo no visto antes en esa intensidad y cantidad. Esos grupos son diversos en sus motivaciones. Están los más postergados de la sociedad con un enorme odio y resentimiento acumulado por décadas y generaciones. Hay antisociales y delincuentes habituales que aprovechan la oportunidad para saquear. Hay también a quienes les sirve provocar el desorden extremo, p.ej. para desestabilizar la democracia.

Heidegger decía que sólo un Dasein (ser-ahí) tiene existencia, es decir, un ser que se interpreta (o significa) a sí mismo y a su mundo. Las personas tienen un Dasein, y también las organizaciones humanas, aunque sean tan complejas como una nación. Chile se enfrenta al difícil desafío de resignificarse existencialmente. Para ello debe reencontrarse consigo mismo y con su otredad planetaria. El vehículo del encuentro es el diálogo genuino, en el que veo y escucho al otro y también a mí mismo. La iniciativa de los cabildos es un buen comienzo, aunque hubiese sido preferible llamarlos espacios de diálogo o conversación. Debemos aprender a conocer y dominar ese vehículo, lo que no es fácil, ya que se ha perdido la cultura dialógica de co-construcción de significados compartidos.

Ahora, en el intertanto, los profesionales de la salud mental debemos estar atentos a los daños que este proceso va dejando en muchísimas personas: traumas, angustias, depresiones, duelos, crisis de todo tipo, descompensaciones en personalidades más inmaduras o poco estructuradas, entre otros.

También debemos procurar ser buenos intérpretes al llamado de Chile. No es un llamado al aire ni un grito al vacío. Me llama a mí, me interpela a mí. ¿Qué me llama, en qué me siento interpelado, qué me conmueve, cómo me predispongo a responder a ese llamado? Y cada uno de nosotros tendrá una respuesta propia para este Chile que despierta, y cuyas primeras palabras son de una fuerte y dolorosa queja.


[1] Como decía el antipoeta Nicanor Parra: “Hay dos panes. Usted se come dos. Yo ninguno. Consumo promedio: un pan por persona.”

Gabriel Traverso

Psicólogo Clínico, supervisor acreditado
Director Académico de ICAE

g.traverso@gmail.com

Más sobre

Tags:
Artículos
Chile
N° 28 - 2019
Psicosocial - Psychosocial