En nuestra cultura actual la violencia está tan presente perturbando vínculos y realizaciones, que merece una revisión de sus orígenes y una mirada para su transformación.
¿Es posible controlar la agresividad?
¿Es lo mismo agresión que violencia?
¿Se puede direccionar la agresividad para constituirla en recursos de crecimiento, desarrollo personal y social?
Los griegos denominaban “paideia” a la educación de la persona en un sentido integral. Con ella se brindaba al educando las herramientas para desplegar armónicamente sus capacidades físicas, intelectuales y espirituales.
Toda persona tiene potencialidades y posibilidades. Cada uno podría ser consciente de lo que puede, así como también de la fuerza con que cuenta para llevarlo a cabo. Längle (2003) señala que es tan importante reconocer los recursos y las potencialidades, como la aceptación de los límites.
Nuestro tiempo existencial pone en evidencia los logros, éxitos, realizaciones pero es muy difícil la aceptación de los límites. El reconocimiento de los límites nos permite realizar un equilibrio adecuado. En palabras de Anlsem Grün (2006): “…quien sabe de sus límites, podrá acercarse al otro y encontrarlo verdaderamente” (p.4).
Todo lo que existe en la naturaleza tiene una fuerza que le es propia. Esto sucede con las mareas, el agua, la fuerza de gravedad, la tierra. La tierra no pareciera tener ninguna fuerza hasta que se desata un terremoto que arrasa con todo.
Esta realidad alcanza también a los seres vivos. Cada ser vivo, al margen de su complejidad y tamaño, tiene fuerzas que le son propias según su naturaleza. Esto en el ser humano se denomina pulsión de agresividad: es la fuerza, la energía que le permite concretar sus propósitos.
Esta cualidad natural, en la persona se encuentra atravesada por otras condiciones de la naturaleza humana como son la racionalidad, la libertad, la posibilidad de comunicarse, conectarse con otros, de proyectar su existencia y mejorar sus condiciones de vida.
La persona necesita de manera más o menos explícita, de una proyección, una finalidad para su vida. Cada ser humano precisa volcar su energía vital para establecer hábitos positivos, ser activo e invertir tiempo y esfuerzo, educación, constancia y dedicación para lograr las metas que se ha propuesto.
Las rutinas diarias, que son hábitos que se establecen para cada momento, ayudan a estar más organizados y canalizar la energía hacia fines determinados.
Este trabajo intenta definir y diferenciar los conceptos de agresión y violencia y analizar desde la mirada existencial las posibilidades de transformar la agresividad en recursos personales, en valores de vida, diferenciándola del concepto de violencia.
Agresividad y agresión provienen del latín “aggredi“, traducido habitualmente como “avanzar”, “ir hacia alguien”.
Agresividad es un término descriptivo con el cual se consigna una disposición de los seres vivos. En los seres humanos hay que destacar un componente conductual y otro vivencial.
El conductual es la agresión. Ésta puede ser física o psicológica. La agresión es una conducta que tiene transitividad y dirección. Lo vivencial es propio de cada ser humano.
¿De dónde surge nuestra agresión?
La agresividad tiene una base biológica, común con los animales. Se requiere de la conducta agresiva para alimentarse, defenderse, delimitar el espacio propio. La diferencia entre el animal y la persona es que en la persona, la agresividad no está determinada por los instintos, ni por las pulsiones. La persona es libre. Por la libertad podemos ejercer un grado de dominio sobre la agresividad, podemos disminuirla o exacerbarla. La agresividad se moviliza en el plano psicosomático (Traverso, 2019). La agresión surge cuando la supervivencia está amenazada, entonces la psique activa reacciones de coping para proteger la existencia, se trata de reacciones que surgen automáticamente frente a situaciones de riesgo. La agresión no pertenece a la dimensión personal, se mantienen en el plano psicosomático. La agresión supone un hecho anterior que la desencadena, se relaciona con el objeto del cual proviene el estímulo y llega a la personalidad por su disposición. La agresión es una reacción psíquica que: tiene un estímulo, conduce a un comportamiento, se relaciona a un objeto y contiene experiencias y aprendizajes. La psique tiene la potencia de reaccionar para defenderse, hay cuatro niveles: Movimiento Básico: minimización de la pérdida; Movimiento Paradójico: intento de dominación; Movimiento de Agresión: ataque, rechazo; Reflejo de posición de muerto: vivencia de estar parcialmente dominado. La agresión se activa en función del significado de la situación o del valor puesto en riesgo (Längle, 2010).
Desde la dimensión personal o espiritual en la que se ejerce la libertad, tenemos la posibilidad de controlar el impulso agresivo que se moviliza psicodinámicamente. Los animales no tienen esta posibilidad. En la persona la agresividad es dada por la naturaleza, pero puede ser modulada por la cultura (Traverso, 2019).
La violencia, por otro lado, no es una conducta natural en el ser humano, tampoco es parte del reino animal. La violencia es un comportamiento aprendido, premeditado, intencional, de origen cultural, a diferencia de la agresividad que es inconsciente (Traverso, 2019). En la violencia participan la voluntad y la libertad.
Lo más evidente es que la agresividad como energía, surge como consecuencia de la mayor o menor distancia entre una necesidad y/o deseo, y su satisfacción.
La agresividad es una fuerza ineludible de la condición humana; no es puramente un instinto, ni su objetivo se reduce a un plano meramente energético. La agresividad está también atravesada por lo propiamente humano, que es nuestra racionalidad. El ser humano es el único ser capaz de crear sentido, de buscar formas más complejas de vida humana, en búsqueda de libertad, creatividad, conectividad y de plenitud existencial. A partir de la integración de las dimensiones del ser humano: somática, psíquica y personal-espiritual es posible direccionar a la agresividad para generar más y mejor vida para el sujeto y para sus semejantes.
La violencia tiene dos características que la diferencian de la agresión: intensidad e intencionalidad. La intensidad la comparten los seres vivos y las expresiones de la naturaleza. La intencionalidad es patrimonio de los seres humanos exclusivamente.
La intensidad se relaciona con la fuerza puesta en juego en el acto agresivo, se utiliza para calificar una conducta (por ejemplo conducir un vehículo desaprensivamente) o una manifestación de la naturaleza (huracán, terremoto) y se refiere al potencial de destructividad que puede encerrar un hecho o fenómeno, pero no contiene intencionalidad.
La intencionalidad se relaciona con el deseo de dañar, independientemente de la intensidad del acto agresivo.
Por violenta puede entenderse una especie de agresividad maligna y ofensiva en la que se destaca su falta de sentido, su ilegalidad, su desproporción y su afán destructivo.
Susana Signorelli, (2002) expresa la siguiente distinción:
En la agresión todavía sabemos contra quién o contra qué nos enojamos, en la violencia, el otro se desintegra, la mente se nubla y la percepción del otro pierde claridad, se desvanece la situación, se vuelve irracional.[…] En otros términos la persona es poseída por la violencia o por el pánico, en vez de ser dueña de la situación. (p. 38).
Dos conceptos que ayudan a regular la conducta y nos orientan a hacernos responsables de nuestros afectos y los efectos que éstos producen en nuestro entorno son los de ética y moral.
Ética corresponde a la voz que hemos internalizado del entorno cercano como por ejemplo padres, familia, escuela, contextos sociales donde sentimos pertenencia (Traverso, 2019). La ética tiene un carácter normativo y adaptativo. Prescribe y proscribe modos de comportamiento.
Moral se refiere a la voz interna, de carácter más íntimo, la denominamos Conciencia Moral (Traverso, 2019). No generaliza como la ética, responde a lo que a uno como persona le parece correcto en cada situación concreta (Längle, 2013). Tiene carácter personal.
Nuestro mundo actual nos ofrece un panorama preocupante respecto de la violencia. La violencia humana parece no tener límites.
Desde una mirada Analítico Existencial se plantea la importancia de reorientar nuestra agresividad, ese gran poder que habita en nosotros, esa fuerza que cada día nos permite levantarnos y orientar nuestra energía hacia grandes metas de la existencia.
Längle, a través del desarrollo de la teoría de las Motivaciones Fundamentales (MF) de la existencia plantea cuatro tareas existenciales que se presentan a cada ser humano en su relación con el mundo, en la medida en que pueda desplegar armónicamente cada pilar de la existencia podrá vivenciar una vida plena, pudiendo direccionar la agresividad para transformarla en recursos para el despliegue saludable de su vida. Estas cuatro tareas básicas consisten en:
- Primera MF: Alcanzar las condiciones para ser y estar en el mundo
- Segunda MF: Relacionarse con la propia vida
- Tercera MF: Alcanzar las condiciones para lograr la identidad personal.
- Cuarta MF: Abrirse para disponerse a entrar en relaciones con un contexto mayor desde el cual surge el sentido personal
Revisemos ahora, sucintamente, estas cuatro tareas fundamentales y la psicodinámica agresiva que se activa en cada una, cuando aparecen riesgos y peligros para su despliegue.
En primera instancia para poder ser y estar en el mundo, necesitamos cierta seguridad para sobrellevar posibles amenazas en los diversos ámbitos de nuestra vida. Las condiciones necesarias para lograrlo son: protección, espacio y sostén (Längle, 2003). Es fundamental poder percibir de forma adecuada para no considerar potencialmente amenazante una situación que no lo es. En este nivel cuando algo amenaza nuestra supervivencia, la dinámica agresiva se manifiesta como odio, el que intenta aniquilar o eliminar lo amenazante.
No es suficiente estar en el mundo sino que también cuenta la “calidad” de vida, y esta calidad de vida la captamos en los sentimientos, los afectos. Las condiciones para el sentir son: relación-sentimiento, tiempo-valores, cercanía- movimiento interior. (Längle, 2003) La elaboración de estas condiciones permite acceder al valor de la vida, es la relación más profunda que puede tenerse con la propia vida, surge el sentimiento de que la vida merece ser vivida. En este nivel cuando el valor de la vida está en riesgo la dinámica agresiva se manifiesta como rabia, intenta proteger la relación. El fin defensivo es diferente del que tiene el odio, se trata de conectarse con la vida, de salvar la relación.
No sólo basta con poder ser y con valorar la vida, pues surge una nueva necesidad que es la importancia de permitirme ser como soy. Esto implica tomar en serio la propia individualidad, el carácter intransferible de la existencia. En este despliegue de la existencia, el yo se encuentra con un tú; ambos (yo y tú), son esenciales para el verdadero encuentro. Las condiciones necesarias para el encuentro son: recibir consideración, trato justo y apreciación valorativa (Längle, 2003). En este nivel ante la vivencia de impedimento para ser uno mismo, la dinámica agresiva que se activa se expresa en enfado, en fastidio, en ira, intenta introducir una distancia entre el otro y yo, delimitarse para ser visto en su individualidad.
Cuando se ha podido responder satisfactoriamente a las tareas fundamentales de poder ser, valorar la vida y ser auténtico, surge la orientación al sentido: ¿para qué es bueno que yo exista? (Längle, 2003). Las condiciones para encontrar y desarrollar sentido son: contexto, campo de actividad y valor en el futuro. En este nivel ante la pérdida de sentido la dinámica agresiva que se activa se manifiesta como agresión lúdica, cinismo, sarcasmo, vandalismo.
A partir de este trabajo se plantea la importancia de que cada ser humano puede desarrollar lo más plenamente posible las cuatro tareas fundamentales de la existencia, pudiendo sacar a la luz lo ciego en la pura psicodinámica de la agresión, comprendiendo que intenta proteger cada vez que aparece, intentando pasar del plano psicodinámico al plano de elaboración. Desde la mirada del Análisis Existencial cada agresión tiene algo positivo, protege la supervivencia. Una reacción agresiva puede ser de gran ayuda, por ejemplo motivando el cambio en una relación. Sin embargo, las reacciones agresivas implican un riesgo, pues la agresión de por sí no mira al otro, no lo toma en cuenta, por eso es imprescindible intentar comprender qué valor está en riesgo.
La meta de este trabajo consiste en abrir un espacio de reflexión personal para redescubrir la esencia dialógica del ser humano con sí mismo y con el mundo, y desde este paradigma reorientar las fuerzas psíquicas hacia un desarrollo integral de la persona en armonía con el mundo.
A continuación se ejemplificará a través de un caso clínico el trabajo psicoterapéutico a través del Método de Análisis Existencial Personal (AEP) creado por Längle, a través del cual se revisaron las reacciones psicodinámicas agresivas, pudiendo ser comprendidas y elaboradas, posibilitando una existencia más plena.
Pablo, de 12 años, fue derivado por el colegio para iniciar psicoterapia pues presenta reacciones agresivas hacia sus compañeros. En su última reacción agresiva había clavado una lapicera en la cara de un compañero, en medio de una discusión durante el recreo.
La familia de Pablo está constituida por su padre, madre y una hermana de 9 años. Sus padres se habían divorciado cuatro años antes de la consulta, luego de haber tenido episodios de violencia conyugal, incluso delante de los hijos.
A la primera sesión asistieron los padres porque Pablo se negaba a concurrir. Según expresaron a sus progenitores, les había manifestado sentirse harto de psicólogos que sólo hacen cosas tontas, como hacer preguntas, dibujar.
Los padres refirieron en la consulta que tanto Pablo como su hermana han sido dejados de lado por ellos, quienes continuamente atraviesan situaciones de crisis de pareja que continúan a pesar de haberse separado. En la entrevista, el padre hizo referencia a reiteradas infidelidades de su esposa, desatándose en el consultorio agresiones verbales entre ambos: él recriminando infidelidades y ella reprochando el mal que ha hecho el padre al participar a los hijos del problema.
Luego de la separación y de haber tenido varias parejas, la madre había llevado al hogar a convivir con los niños a un hombre que era su pareja, quien era adicto, y que en varias oportunidades la agredía llegando a golpearla. En una oportunidad intervino para defenderla Pablo, con un cuchillo amenazó al hombre para que no la golpeara más.
Luego de ese incidente, a partir de una denuncia policial, el hombre abandonó la casa.
A la sesión siguiente asistió Pablo, quien expresó: “ahora quiero venir para que me ayudes”… “Me llevo mal con todos mis compañeros, me enojo con ellos, los trato mal. Tengo sueños feos, soñé con la ex pareja de mi mamá, que se peleaban y yo entraba de repente y le metía un puñal en la cabeza. Lo he soñado muchas veces. Quiero verlo muerto a ese maldito”.
Mediante el método del Análisis Existencial Personal se intentó un acercamiento a la problemática para guiar a Pablo a tomar posiciones personales ante situaciones que lo desbordaban.
En primer lugar se buscó describir los hechos, se le pidió que describiera, que cuente lo sucedido (AEP 0).
Terapeuta: ¿Qué pasó ese día que agrediste a tu compañero?
P: No sé, yo no me sentía bien, estaba muy enojado. En mi casa hubo otro problema, no sé qué pasó.
Terapeuta: Intenta focalizarte en ese día.
P: Creo que hubo una discusión… Mi papá nos invitó a tomar un helado y cuando regresamos tenía las manos pegoteadas y mi mamá no lo dejó entrar para que se lavara.
Terapeuta: ¿Y entonces qué pasó?
P: Con mi hermana estábamos adentro, mi mamá gritaba y afuera mi papá insultaba y pateaba la puerta.
Una vez descrita la situación avanzamos a intentar acceder al AEP 1, para comprender el contenido esencial en la impresión.
Terapeuta: ¿Cómo te sentiste en ese momento?
P: No sé, nada…
Terapeuta: ¿Te molestó algo de la situación?
P: Todo… Tenía muchas ganas de matarlos a los dos. También bronca por mi hermana y por mí.
Terapeuta: ¿Y por tus padres?
P No sé…no sé. Los odio (llora desconsoladamente)
Se permite que aflore su emocionalidad…
Terapeuta: ¿y en el colegio qué pasó?
P: Los chicos también empezaron a discutir, me discutían a mí también y no pude aguantar más. No sé en qué momento casi le saco el ojo con la birome (lápiz). Tenía ganas de aniquilarlo, me decía tranquilo, tranquilo y había sido él el que comenzó el problema. No es justo con todo lo que me pasa todavía aguantar chistes idiotas de este compañero. Me dice gordo, pesado, ácido…
Se intenta ayudarlo a pasar al próximo paso del AEP que es el juicio y la toma de posición personal (AEP2).
Terapeuta: ¿Qué podrías hacer con todo esto? ¿Algo para superar este estado de tanto enojo?
P: No sé. No sé. .. Tal vez acercarme a mi hermana, a mis amigos, compartir con mis primos y dejarlos a ellos (padres) que se peleen hasta que se cansen o qué se yo a dónde pueden llegar.
Se intenta guiarlo para que reconozca sus capacidades, conectarse con la imposibilidad de controlar la situación de sus padres, de lo que los demás hacen.
Terapeuta: ¿Qué podrías hacer?
P: Me gustaría entrar al colegio de la universidad. Creo que con esfuerzo lo puedo lograr. También quiero tomar clases de canto aunque mis compañeros me carguen. Ir al club también podría ser.
A partir de estas sesiones el trato comenzó a ser más cálido, cercano, distendido. Se fue abriendo espacio en el proceso psicoterapéutico para flexibilizar sus modos rígidos de reaccionar, y mediante la elaboración de las reacciones de coping acompañarlo para lograr una toma de posición más personal. Pablo pudo comprender para qué se activaban las reacciones de coping, qué intentaban proteger. En la relación con sus padres, las reacciones de coping de agresión, en forma de odio, se activaban intentando proteger su espacio, delimitándolo frente a las reacciones violentas de sus padres entre ellos, y hacia él, también para resguardar la vida de su madre ante la agresión de una de sus parejas. En esos momentos el vivenciaba que en esas condiciones él no podía ser, perdía las condiciones básicas para sentirse protegido, resguardado. Esta psicodinámica reactiva, se pone en marcha a nivel de la Primera Motivación Fundamental para intentar proteger su ser.
En la relación con sus compañeros la agresión se presentaba en forma de fastidio cuando sentía amenazada la posibilidad de ser el mismo, de ser auténtico. La reacción de coping agresiva se activaba cuando sus compañeros atacaban su modo ser personal a través de burla y descalificaciones, cuando se veían afectadas las condiciones para el desarrollo armónico de la Tercera Motivación Fundamental.
Finalmente se pudo arribar al paso que Längle denomina AEP3, que es el intento de ejecución y toma de posición exterior, implica expresar en el mundo la posición personal a la que se ha podido arribar.
Pablo comenzó a compartir espacios con su hermana, dejando de lado los malos tratos de los padres. Buscaban actividades para compartir los dos, con primos y tíos, asistían juntos al club.
El siguiente verano asistió a una colonia de verano donde logró buena integración con sus compañeros y se enamoró de Camila, su amiga de la infancia, su confidente, quien conoce sus problemas y lo acepta con sus cambios de humor.
Logró ingresar al colegio de la universidad que se había propuesto. Durante el primer año del colegio asistió semanalmente a psicoterapia. Luego del año las sesiones se llevaron a una periodicidad quincenal.
Actualmente está finalizando sus estudios secundarios. Sigue muy unido a su hermana, a Camila y sus primos. Realiza actividades deportivas en el club y está pensando la posibilidad de seguir abogacía. “Creo que de alguna forma voy a reivindicar el derecho de los niños a ser felices”.
Bibliografía:
Grün, A. y Robben, M. (2006). Límites Sanadores. Estrategias de autoprotección. Buenos Aires: Bonum.
Längle, A. (2003). The art of involvinng the person. European Psychotherapyl 4, 47-58
Längle, A. (2010). Agresión¿impulso, necesidad o mal carácter? Comprensión y tratamiento existencial de la psicodinamia agresiva. Conferencia dictada en la Universidad del Aconcagua. Mendoza, Argentina.
Signorelli, S. (2002). Educación en crisis. Una propuesta para la no violencia. Ramos Mejías: Capac.
Traverso, G. (2019). Ética y moral en la sociedad actual ¿Una crisis en desarrollo? En Croquevielle, M. (Ed.), Encuentros existenciales. Práctica y perspectiva desde el Análisis Existencial contemporáneo (pp.117). Santiago de Chile: ICAE.