La ADULTEZ MAYOR, socialmente fijada en su inicio sobre los 60 años de edad, no es necesariamente ni para todos quienes llegan a ese momento de sus vidas, un tiempo de reposo, quietud, reflexión o volcamiento hacia la búsqueda plenitud personal. Si bien podría pensarse (como un ideal social) que, en la medida que pasa el tiempo, la sabiduría y experiencia adquirida con los años nos permita adoptar posiciones cada vez más libres y personales y a su vez sirva de apoyo y ejemplo a los más jóvenes.
Por otro lado, E. Eriksson ha planteado el ingreso a la adultez mayor como una de las ocho etapas o crisis que el ser humano atraviesa durante su vida, caracterizada por cuestionamientos, inestabilidad, donde el sujeto lidia con la pérdida de vitalidad, salud, fuerza y relaciones. Todos estos movimientos internos ocurren dentro de contextos vitales de orden económico, de salud, familiar, de género, es decir en una relación dialógica con la vida y el mundo, y en este escenario, quien llega a la vejez, puede presentar una adicción.
Pero, ¿no es la adicción un tema de la juventud?
En efecto, la mayor incidencia y prevalencia del consumo de drogas, se presenta fundamentalmente en la juventud y adultez, que son las etapas más productivas de la vida. Pero un adulto mayor también puede presentar una adicción, como prolongación de un inicio temprano en la vida o un comienzo tardío.
De manera común, existen factores de riesgo que facilitan la aparición de adicciones en esta etapa, como lo son el dolor crónico, la discapacidad física, mal estado de salud en general, caídas, cuidados personales insuficientes, enfermedades crónicas, etc.
Desde el punto de vista psiquiátrico, la presencia de antecedentes de consumo de alcohol y drogas, problemas psiquiátricos previos y estilos evitativos de afrontamiento, facilitan la aparición de conductas de consumo.
¿Y la mirada del Análisis Existencial? El AE tiene mucho que aportar en este campo, en tanto que la adicción, considerada como una enfermedad de la voluntad, implica una pérdida de la libertad y la autodeterminación, una pérdida de la persona y lo personal.
El tratamiento de un proceso adictivo implica reestablecer el dominio de lo propio sobre lo automático y no determinado, sobre las conductas compulsivas de búsqueda y gratificación.
En general en la adicción, lo que vemos es el desarrollo de una búsqueda compulsiva de la sustancia que produce la gratificación, junto con el desarrollo de síntomas de abstinencia durante su suspensión, además de gran utilización de tiempo y recursos personales para la obtención de la sustancia de consumo.
Otra característica central en el proceso adictivo es el “desarrollo de tolerancia”, que implica la necesidad cada vez mayor de aumentar las dosis consumidas para alcanzar los efectos que antes se conseguían con dosis menores.
En la adultez mayor, estos fenómenos presentan algunas singularidades. Las sustancias de abuso son muchas veces los mismos fármacos prescritos para su uso médico, como lo pueden ser las benzodiazepinas, que son fármacos muy extendidos en su indicación, de alto potencial adictivo y seguidos médicamente con muy poco cuidado en su uso a largo plazo. O sea, el riesgo de generar una adicción desde una indicación inicialmente válida es muy alta, si no se realiza el debido control.
Por otro lado, las circunstancias vitales propias del momento personal, como pérdidas, duelos, problemas económicos pueden facilitar el consumo de drogas o alcohol, como un escape al momento vivido o como un sucedáneo de sentido encontrado.
¿Que ocurre en el sujeto que presenta una adicción? El diálogo con el mundo está interrumpido, no existe una otredad reconocida en su integridad. La comunicación, interrumpida, se transforma en un monólogo que escucha un si-mismo distorsionado con una comprensión del mundo externo no percibido en su totalidad e integridad.
Cuando existe un proceso adictivo, estas características de su momento vital (cambios físicos, familiares, sociales, relacionales) pueden ser percibidos como amenazantes, terribles e insoportables de ser vividos. Por lo tanto aparece un intenso deseo de evasión de esta realidad.
Este Poder Ser (ser capaz) en el mundo vinculado a la primera motivación fundamental de la existencia (AE) se ve vulnerado, produciendo un extrañamiento progresivo del sí mismo en su mundo, su contexto, llevando a generar ansiedad, sensación de vulnerabilidad y desprotección.
El consumo de drogas psicoactivas, con efecto más sedante, como benzodiazepinas y alcohol, llevan a un pseudo encuentro consigo y quienes lo rodean, y generan una calma transitoria percibida de forma inmediata.
Pero este efecto es ilusorio, ya que la acción farmacodinámica de las drogas en el cerebro y el devenir neuroquímico de la adicción, conducen a la persona a exigir cada vez más de aquello que se abusa. Resultado de ello es un desarrollo de tolerancia y dependencia.
La evasión se hace imposible. El consumo en sí mismo se transforma en una auto vulneración, y el entorno, es dañado también por las consecuencias de este consumo, lo al hacerse consciente es motor de una nueva recaída, cumpliendo el principio evasivo que la droga ha tenido para este efecto. O sea, progresivamente hay una pérdida del poder-ser, de la capacidad personal de realización, entregándose a la evasión.
Podría también plantear que en el proceso adictivo, de inicio reciente como en el de continuidad de consumo, una segunda motivación también se ve afectada: la vinculación con los valores de mundo está trastocada, desvirtuada, reemplazando estos por “pseudo valores”, que orientan el accionar hacia conductas de búsqueda de satisfactores inmediatos e impostergables. Reemplazan la relación con el mundo personal y de relaciones, de características personales, libres y responsables en condiciones normales, con una pseudorelación, con aquellos que en algún momentos fueron significativos.
Esto se manifiesta muchas veces en los demás, familiares, amigos, otros significativos, reacciones de alto disconfort y tristeza, ya que la autonomía del adulto mayor es utilizada por él mismo para mantener esta conducta que transgrede los valores habituales o comunes, en la búsqueda de la sustancia de consumo, pero no se resta muchas veces de la necesidad de auxilio o dependencia de otros, lo que es generador de rabia y frustración.
Si consideramos la dimensión de la ética y la autoestima, la pertinencia de ser así (con esa limitaciones físicas, intelectuales (tercera motivación existencial), es allí donde este ser, trastocado en la condición de consumo y adicción, busca una expansión y una realización casi sin límites, sin ver sus carencias ni las fronteras con los demás. Sus acciones transgreden las libertades de otros, como ocupar el tiempo de los demás en su cuidado e intentos de restringir la conducta adictiva pese a la negativa del adulto mayor en aceptarla, como también no dejan de manifestar necesidades de auxilio y compañía, pese a las acciones cometidas durante el consumo, que pueden haber dañado o agredido al familiar o familia cercana a quien se le pide ayuda, o hacen exigencias por las necesidades del momento.
No ve estas transgresiones cometidas ya antes mencionadas, las faltas perpetradas, lo que se manifiesta en una desconexión completa consigo mismo y con el mundo.
Lo característico de la transgresión ética en el consumo y adicción, es que resulta ser invisible para quien transgrede lo normado y esperado. Pareciera que el sujeto funciona en una ética particular del todo justificable y comprensible y exigible en su comprensión.
Es esta dinámica relacional singular lo que genera muchos de los conflictos, generando posicionamientos apersonales, no hechos en libertad y responsabilidad, sino hechos desde una voluntad comprometida (vulnerada, enferma)
Por todo lo anteriormente expuesto, resulta imposible vivir una vida con sentido, realización personal y trascendencia (cuarta motivación existencial), ya que solo existe una búsqueda de aquello necesario para mantener el consumo, pero lo cual está lejos de llevar a una vida plena, personal y posicionada. Se orienta la vida a la satisfacción de los pseudovalores en un pseudosentido, estrecho y mínimo, perjudicial para si mismo y para los demás con él vinculados.
En ausencia de conciencia, no hay freno para lo que se hace y no hay esperanza de delimitación de lo que se hará, ni siquiera hay planificación, porque la adicción se vive en un constante presente, ya que la satisfacción del impulso es inmediata.
El diálogo con el mundo personal y el mundo exterior interrumpido, un sujeto ciego en la existencia, que no contempla la temporalidad propia del ser, termina no existiendo en sus propias condiciones, sino en las condiciones dadas por la droga y sus relaciones y circunstancias.
Ya sea que la adicción evolucione en una crisis de corto tiempo, o cargue con una larga historia detrás, esta dinámica existencial se mantendrá de esta manera hasta que el sujeto se hace cargo de la propia historia y toma a la persona detrás de los hechos, e inicia un cambio, independiente del costo que esto significa.
Muchas veces el costo implica potenciar un tratamiento al que el adulto mayor no está de acuerdo, como lo es un proceso de rehabilitación en modelos cerrados o ambulatorios; significa confrontarlos con las pérdidas y los daños, pero también implica demostrarles de manera directa la preocupación, el cariño y la estima, que existe tras el intento de hacer ver el camino de la recuperación delante de él.
Significa, además, por parte de la familia, hacerse cargo de las consecuencias en ellos mismos de esta adicción, la que debe ser reparada en conjunto, con la finalidad de que el dolor, la rabia y frustración vivida no se transforme en agresión o abandono en el momento del cambio en desarrollo.