Cuando leí que “Chile tendrá en el 2020 la esperanza de vida más alta del mundo”, (77 años para los hombres y 82 para las mujeres) me llené de orgullo pero a la vez, decidí revisar que está pasando hoy.
Partí observando a la gran mayoría de ejecutivos de empresa que tienen de 50 años en adelante, preguntándome sobre cuáles serían sus motivaciones para levantarse cada mañana, ¿Será que en esta edad madura tendrán resuelto el sentido de sus propias vidas? ¿Será notorio ver la cercanía con la plenitud?
El saludo fue mi primer aviso porque hay un común denominador casi en toda mi muestra, un factor que está lleno de “glamour”, encanto y fascinación, del cual me siento seducido, como que si este elemento incrementara un placer especial:
– ¿Cómo estás?
– Bien “estresado”, con mucha pega, pero bien. Trabajando hasta morir para volver a vivir el fin de semana.
¡Linda respuesta! Con cuánto reconocimiento y valía se contesta casi automáticamente. Es como si se eliminara una culpa por estar fatigado o ansioso y ese mérito angustioso lograse elevar lo suficiente la hormona-neurotransmisor oxitocina en el cuerpo como para sentir un incremento de confianza y reducción del miedo social (1) .
¿Es que acaso hay algo que temer de la sociedad en este aspecto? Viviendo en un sistema económico que se basa en la idea de que somos un conjunto de individualidades compitiendo entre sí por los escasos recursos, claramente se puede identificar que el valor de la competición crea un mundo individualista donde el trabajo en grupo es creado como de “grupos individuales” y no de una cooperación real al servicio de un objetivo económico.
De hecho, últimamente no se habla de otra cosa que no sea competitividad y crecimiento, los que han dado lugar a un estado de “guerra” permanente entre empresas, estados y personas y que nos empuja con más vehemencia hacia “el hacer”, dándose de esta manera las condiciones para el “hombre que hace o fabrica”.
Frankl menciona que este “homo faber” del siglo XX y XXI es exactamente lo que hoy se denomina como “una persona de éxito”, es decir, aquel que llena de sentido su existencia produciendo. Así por ejemplo, un destacado yuppy caracteriza bien a quienes han optado en sus vidas por el hacer, por la fiebre de la producción, por autotrascenderse a sí mismos y realizarse únicamente a través de lo hecho.
Así dicho, el placer, el dinero, el éxito y el tener son como los cuatro puntos cardinales que constituyen el mapa de referencias, la carta de navegación por la que, aparentemente, optaron muchos para erróneamente tratar de encontrar un sentido a sus vidas, para conducir a un puerto seguro sus trayectorias biográficas personales.
¿Cómo una persona así podrá soportar la vida, cuando al ser separado de su hacer ni siquiera se le concede la posibilidad de tomar las riendas de su propio destino? Parece lógico que el ‘homo faber’ se desespere cuando la jubilación y las reducciones de personal por necesidades de las empresas llegan a su vida.
Retirado, jubilado o desempleado, en ese primer momento comienza un duelo cargado de ansiedad, culpa y tristeza exacerbada por una vida estructurada alrededor de la actividad laboral ¿Cómo no puede ser esta desocupación un caldo de cultivo para la neurosis? Si a los 65 años el hombre inaugura su tercera edad, ¿Qué sentido tiene entrar en la etapa de los deterioros y pérdidas? Lo que se hizo ya se hizo, lo que pasó, pasó y como dice Frankl “Lo que ha terminado, ha terminado definitivamente, pero también se queda definitivamente válido: permanece válido en su estado de haber terminado y por esto también persiste”.
En esta etapa de la vida empieza la “ansiedad normal” de la renuncia, de la seguridad inmediata a cambio de otras metas, para concluir con la muerte como etapa final. Pero a la vez se entra en conflicto entre el potencial estancamiento y la capacidad de generar, crear y hacer, es decir, empieza una búsqueda de sentido. Quizás en esta etapa, la persona queda extraviada y desorientada respecto de la propia identidad al punto de olfatear el vacío de la misma y es precisamente en este momento en el que la dimensión Personal (noética) obliga y responsabiliza del “ser” y el “hacer”, pues precisamente esta dimensión es la única que ayuda a conservar la libertad ante las diversas circunstancias.
Conviene entonces empezar una nueva mirada con el ánimo de consolidar una “Integridad Personal” apreciando la continuidad del pasado biográfico y aceptando el ciclo vital y el estilo de vida. Es decir, mirar esta “separación del hacer rutinario” como una nueva oportunidad de desarrollo y bienestar dirigiendo la conciencia hacia algo más duradero. Recordemos que el hombre descubre el sentido de su existencia, no lo inventa.
Esto es emprender, el encontrar un desafío nuevo que ayude a dejar huella en el mundo a través de un nuevo proyecto que obligue a ser creativo, a apostar por el talento y apoye en la constante búsqueda de realización plena. Si se considera que hay un “hilo de sentido” de vida para todas las edades y que cada edad tiene su propio sentido entonces es esta la edad en la que la toma de conciencia, de lo que se vivió versus cuán bien se vivió, mantiene una gran significación que ayuda a vivenciar una experiencia del acontecer personal, de progresión, adelanto, superación personal y trascendencia.
Este emprendimiento por la integridad gratificará, dará alegría por tener un motivo por el cual levantarse en la mañana y recuperará el entusiasmo para contagiar ganas de vivir, porque no hay edad para emprender, cada edad posee sus potenciales y reclamos, sus posibilidades y expectativas, sus recursos genuinos y vigorosos, su valor, y finalmente su “sentido”.
El envejecimiento, al igual que la muerte, es una de las pocas características “democráticas” y ecuánimes de nuestra condición humana. Más tarde o más temprano todos estamos envejeciendo y ésto lejos de ser una mala noticia, significa que estamos vivos y debería ser un motivo de celebración. Claro que en una sociedad orientada hacia la juventud, las arrugas, los dolores musculares y las canas, no son bienvenidas.
Llegar entonces al 2020 con la mayor esperanza de vida del planeta es un motivo de júbilo social pero individualmente este futuro tiene una sola mirada recomendable y es la mirada de la oportunidad. Si bien el sentido de la vida no puede concebirse sin el sentido de la muerte, la jubilación o “muerte laboral” en vez de ser limitante, puede ser una experiencia enriquecedora y feliz si nos apartamos de las pautas culturales restringidas y llevamos elementos nuevos a la cotidianidad.