Estimadas y estimados
Hoy 1º de mayo se celebra el Día del Trabajo. Uf! Cómo nos encuentra este país en esta fecha. Tan malheridos físicamente (incendios, aluviones, volcanes) y psíquicamente (corrupción, ética pisoteada, etc).
Mi país sangra. Mi país me duele.
¿Cómo hacemos a partir de ahora?
Estamos habituados a lo primero, pero en los temas de corrupción nos creíamos inmunes…
Y encima de este segundo dolor…la desconfianza. Ya no sólo basta con que se haga justicia, sino que además nos miramos entre nosotros con recelo. ¿Será que tú también…?
Una querida amiga (Eugenia) me recuerda que “si uno se remonta en la historia del hombre, el trabajo nace con los primeros seres humanos como una actividad que tenía fundamentalmente que ver con la sobrevida de la tribu: unos cazaban, otros fabricaban flechas y cuchillos, otros curtían las pieles, otros cocinaban, etc. y la motivación era la vida y el bienestar de la tribu mucho más allá que el interés individual.
Desde el momento en que apareció el dinero-más bien dicho la injusta distribución del dinero- el mercado, el comercio, el consumismo, el trabajo se ha ido desvirtuando cada vez más y lo que predomina actualmente es el poder, el abuso (en cualquiera de sus acepciones) y finalmente el interés por lo mío a cualquier costo, aún si eso significa la explotación de los otros.
Actualmente solo unos pocos privilegiados pueden realizarse a través del trabajo, y encontrarle un sentido que vaya mas allá de su propio beneficio. Pero independientemente de la labor realizada, la actitud de la persona en la ejecución misma de su trabajo, en muchos casos puede influir enormemente en cómo éste se lleva a cabo.”
Ella menciona a “la injusta distribución del dinero”. Pero ¿es ése el único problema?
En realidad nadie dice que la vida sea justa, o ¿qué significa la justicia? ¿significa que todos tengamos las mismas cosas, experiencias, aptitudes? Más bien es como ella dice: la injusta districbución…pero no sólo eso.
Yo pienso que no es ése el único problema, sino que también, dada la vida en la que estamos incertos, dada la realidad en la que estoy y sus condiciones, ¿cuánto me considero a mí y mis necesidades, capacidades, gustos, etc y cuánto también a los demás? La actitud de la persona en la ejecución del trabajo y que sea dirigido al “bienestar de la tribu”… ¿Cuándo dejamos de ser tribu?
No quisiera que este escrito sea un tratado socio-histórico, sino más bien actualizarlo a cada día como un nuevo comienzo de cada uno de nosotros en nuestras propias realidades.
Cuando despierto por la mañana ¿despierto conmigo? Y además ¿despierto con “mi tribu”? (léase la comunidad a la que pertenezco)
Si no despierto conmigo, y sólo lo hago para y por los otros, para y por una meta/logro, corro el riesgo de pasarme por alto, olvidarme de mí, no considerarme en mis límites, sentimientos por lo que hago, sentido por lo que hago, articulando un severo maltrato hacia mí. ¿Resultado? Lo que actualmente conocemos como Burnout (antiguo Surmenage. Cambiamos de idioma pero padecemos lo mismo). Alejandra Fonseca nos describe muy claramente este doloroso proceso en su artículo: Burnout, una actitud utilitaria hacia la vida.
Y si despierto sólo conmigo, dejo de ver a los demás, a la tribu, lo que puede resultar en un pasar por alto a los otros, herirlos, no considerarlos, etc., además del aislamiento, también surge soledad respecto a mí, pues ¡necesito de los otros para saber de mí!. Necesito de mi tribu para ser mejor persona, desarrollar todas mis potencialidades, y del espacio que ellos me ofrecen para que mi vida tenga sentido!
Una profesora de mi hija cuando ella era pequeña, estimulaba la competencia entre sus pares: “deben ser competitivas pues el mundo al que van a salir es así”, les decía. Esta niña no comprendía pues no era eso lo que había aprendido en casa y en su otro colegio, que era ayudarse, compartir, apoyarse, para que todo su curso pudiese llegar bien a fin de año.
Obviamente conversé con la profesora: infructuoso. Conversé con la directora. Finalmente se cambió de colegio. (Actualmente es titulada de una de las más prestigiosas universidades del país, cursando un magíster, y muy feliz con su vida, sin haber tenido que pisotear, ni competir con nadie).
¿Qué marcos, pautas nos deben/pueden guiar para no perdernos a nosotros mismos ni pisotear a los otros? Los hay externos – la Ética – (leyes acordadas por todos, normas, etc) que están presentes en nuestra vida para que nuestra socialización sea adecuada: normas de educación, leyes del tránsito, etc. Pero no deben ser los únicos parámetros que nos orienten, pues como ya he mencionado, no se trata sólo de los otros, sino también de mí. Y aquí tenemos a la Conciencia Moral: esa guía interna, “pepito grillo” que me hace feliz o molesta, según si lo escucho o no. En ¨Ética y Moral en el ámbito laboral”, Gabriel Traverso, describe con gran precisión y claridad estos conceptos que nos atraviesan en todo proceder.
De todo lo que ha ocurrido en los últimos meses en nuestro país, en este ámbito, algo que me ha causado mucha reflexión es aquello de “ser un peligro para la sociedad”. Más allá de si se está de acuerdo o no con ese argumento para castigo de privación de libertad.
¿Por qué? ¿Cuál es el peligro? ¿Cuál fue el daño causado por estas y otras personas aún no pesquizadas?: El daño psico-espiritual a mi tribu. Claro, no hay material robado, no hay sangre…al menos no visible. Pero en mis diferentes ámbitos de existencia, los integrantes de mi tribu están dañados. Nos miramos entre nosotros con desconfianza, dudamos de la veracidad de quien habla, y menos aún podemos sentirnos tranquilos frente a la idea de una figura que alguna vez se percibió como confiable (al menos en su quehacer, ya sea político o económico). Es una tremenda fisura, quiebre al sentimiento de “poder ser” en este mundo. Aparecen la incertidumbre y la inseguridad. La legitimación por el otro se cuestiona y frente al Sentido de la vida, de nuestra vida proyectada y compartida, se diluye. El daño es tremendo, pues quienes nos fallaron son figuras públicas que se han, además, arrogado el derrecho a dictar o promulgar pautas (docencia universitaria, docencia empresarial, docencia en política).
Byung-Chul Han, en “La sociedad del cansancio” desarrolla una análisis acerca de las consecuencias que tienen en nuestra vida (y en nuestra muerte también) las normas culturales propias del mercado neoliberal, nos dice Elisa Broussain en su reseña de este excelente libro. Y son justamente esas normas culturales las que no sólo estas personas públicas sino también nosotros en cada pequeña acción diaria, adaptamos muchas veces a nuestra conveniencia, para nuestro beneficio. Ahí comienza este individualismo acérrimo en el que está nuestra comunidad: cada vez hacemos más leyes, justamente por carecer de un eje moral interno, suficiente para guiar mis actos (“todo lo que no está prohibido está permitido”, al más puro estilo adolescente).
Y de ahí a que nuestra existencia se reduzca a vivir para trabajar (en lugar de lo opuesto) hay un mínimo paso, como Constanza Iturriaga nos regala por su propia experiencia en “ Modos de vivir el trabajo ¿Una obligación o un gusto?”.
Otra experiencia de vincularse a su trabajo pero reorientándolo al encuentro de sentido nos lo comparte Juan Pablo López, abogado, en la entrevista que le hacen Carolina y Eugenia. Él fue alumno del Diplomado en Análisis Existencial, justamente al andar en búsqueda de lo más humano en su profesión.
Yôjirô Takita hace esa distinción en su película “Final de partida” que Mauricio Rodríguez reseña, pues es un gran regalo estético y gran profundidad y que invita a asomarse a la realidad de que no importa qué hagas, sino cómo lo haces, cuánto te involucras, cuánto de ti se sumerge en esas labores, para que finalmente, sea lo que sea, descubras su sentido.
Sí, aún sangra mi tribu.
Sí, aún yo misma sangro.
“La vida no puede ser sin mí, pero tampoco puede ser sólo conmigo” (Längle)