Por Michèle Croquevielle.
Desde siempre, para el ser humano la libertad ha sido esencial en su vida. La ha disfrutado, la ha perdido, la ha buscado.
Ha sido tema ampliamente desarrollado por los filósofos, incorporado en las sociedades (recordemos el grito en la revolución francesa: “Libertad, igualdad y fraternidad”) y también como mecanismo punitivo: en la mayoría de los países, el mayor castigo penal (salvo donde existe la pena de muerte) es la pérdida de la libertad: cárcel.
No por casualidad utilizo el concepto de “esencial”, pues la libertad es parte de lo esencial de la existencia humana. Sólo a través de ella el ser humano está posibilitado de desplegar lo que ES.
Ya en el siglo pasado, Viktor Frankl decía que la dimensión espiritual -que en Análisis Existencial denominamos Personal-, es “lo libre”. Y desde esta dimensión es que se ejerce la voluntad, la responsabilidad, las decisiones…la libertad. Las otras dimensiones (psíquica y corporal) muchas veces nos determinan, nos atan. Por ejemplo, cuando no puedo evitar reaccionar de tal manera, o sentir de tal manera, o fumar, o comer, etc. O cuando me es impedido acceder a determinado lugar, o realizar alguna actividad. Sin embargo, cuando con esta capacidad de ejercer mi voluntad, me opongo, no me doblego a esos mandatos, ahí aparece algo muy esencial: ésta, mi Persona. Lo que habla en mí (Längle). Aparezco yo con aquello que me hace individuo (in-divisible), único, y singular.
Como ya se puede vislumbrar, el ser humano transita entre dos mundo: el mundo interno y el mundo externo. Y mi libertad puede verse amenazada en ambos ámbitos de la existencia.
Desde el mundo externo: que no se me dan las condiciones, no se me posibilite.
Desde el mundo interno: que yo no pueda soltar mis reacciones y determinismos.
Ambas pueden ser “cárceles” que impiden el despliegue, el desenvolvimiento de mi Persona.
Sin embargo, no siempre somos concientes de ello y/o culpamos a otros (biografía, genética, contexto, etc) por nuestras imposibilidades ¿Quiere decir esto que somos omnipotentes, que lo debiésemos poder todo, si lo queremos, en aras de la libertad? No, definitivamente no. Pues es muchísimo más lo que humanamente no podemos que lo que sí podemos, pero, incluso ahí, donde no puedo, aún puedo elegir y decidir qué otro camino tomar.
Erich Fromm desarrolla los conceptos de “Libertad de” y “Libertad para”.
La libertad de, por ejemplo, cuando el adolescente dice: quiero irme de casa para que mi padre no me coarte más, o la esposa que abandona al marido para no sentirse más subestimada, deslegitimada. También, cuando alguien quiere librarse de fumar o de algunos kilos de más. En todos estos casos, hay la búsqueda de librarse de algo que impide, pesa, encarcela, se siente como un lastre. Pero…¿son suficientes esos actos para que esas personas alcancen una vida plena?, ¿es propiamente una libertad existencial? Si esto fuese suficiente, no podríamos concebirnos como existentes, pues existir implica una autotrascendencia, es decir, no sólo quedarme conmigo (y resolver mis necesidades y prisiones), sino que salir al encuentro del/de lo otro;
como lo dice Heidegger, ser-en-el-mundo.
Es verdad que se experimenta cierta libertad cuando me libero de algo, pero recién ésta se realiza cuando aparece en mi horizonte lo que Fromm denomina la “Libertad para”. Libertad significa también, ser libre ante algo. Así la persona nunca se encuentra desconectada de todos los demás, sino que está solamente en relación de intercambio con el otro, en permanente diálogo. Ser persona significa ser uno – ante la vista del/de lo otro.
Entonces no basta con liberarme de algo, sino que debo mirar hacia delante y descubrir y realizar mis capacidades, valores en los cuales comprometerme, y descubrir mi autenticidad para que esos actos de libertad tengan un sentido.
Y ¿qué es lo auténtico? Viene de “autor”, de algo hecho por mí mismo, expresa lo único e irrepetible, lo esencial puesto en esa obra, un acto, una expresión. Y para la expresión de mi autenticidad requiero de la libertad. Que yo pueda decidir qué, cómo, cuándo, dónde. Por lo mismo, no se debe confundir autenticidad con impulsividad (a veces denominada espontaneidad), de la misma forma que no se debe confundir libertad con libertinaje. En lo impulsivo (espontáneo) al ser reactivo, no estoy decidiendo, eligiendo libremente. Por eso, algunas veces causo daño, hiero. Pues no considero al otro, no veo al otro, por sólo tener ojos para mí. Lo mismo que en el libertinaje.
Algunas personas dicen, “si yo soy tan espontánea, tan transparente, digo lo que pienso, no sé por qué los otros no me quieren”.
Desde este paradigma de intercambio y diálogo, el otro no me es indiferente, invisible, y yo no me soy transparente ni invisible. Por lo mismo, debo ver al otro, quién es, cómo es, y verme a mí, qué necesito, y desde una elección y decisión (posibilitada por esta libertad esencial de ser ser-humano), elijo qué, cómo y cuándo digo. Ahí aparece lo auténtico en mí.
Cuando yo les he preguntado a esas personas, que tras un acto espontáneo/impulsivo dejaron algún “herido” a su alrededor, si era ésa su intención (causar dolor), siempre me dicen que no, que no querían maltratar al otro, sino expresar algo de sí….
El ejercicio de la libertad, entonces requiere de ciertas condiciones tanto externas como internas:
• Que sea factible de hacerse aquello que he elegido hacer, es decir, que sea fácticamente posible, tanto porque yo tengo las capacidades así
como porque el mundo me lo posibilita. Y debo agregar que es muy liberador vivenciar mi poder de actuar.
• Que además el acto en cuestión yo lo sienta, vivencie como valioso. Anclarse en uno mismo permite salir de la dependencia de los demás lo que
facilita que pueda defender eso valioso escogido libremente por mí.
• Que considere, legitime al otro y a mí mismo, de modo que me puedo sostener frente al otro y el otro frente a mí en esa decisión elegida.
• Que sea un aporte de mí mismo, es decir que algo mío pueda desplegarse de modo que enriquezca el contexto (que tenga sentido).
Pero el que las elecciones y decisiones surjan desde la libertad, no significa que estén exentas de consecuencias. Por eso, éstas deben contener todas las dimensiones de la existencia, para que sean propiamente existenciales. Una decisión libre, es una decisión con Sentido. Esto es que debe ser incorporada en un contexto mayor, más amplio, trascendente.
Por ejemplo, una mujer me dijo una vez que si ella pudiese elegir, se iría al sur a criar vacas. Yo le pregunté por qué no lo hacía. Me dijo que tenía a su hijo pequeño por lo que debía quedarse en Stgo. Ante eso yo le pregunto ¿estás eligiendo entonces quedarte en Stgo? y ella me dice, no. Si pudiese elegir me iría al sur. Nuevamente le pregunto, entonces ¿estás eligiendo quedarte en Stgo por tu hijo?… Debo decir que fue una conversación sin fin: ella nunca pudo verse en la decisión que estaba tomando, pues sólo se veía aprisionada, determinada, condenada, sin captar que en ese acto, había una decisión de ella. Claro está que tampoco pude profundizar más, entonces tampoco supe si se estaba “prestando” (es decir no era propiamente una decisión, pues al prestarse uno se pasa a sí mismo por alto, uno actúa a costa de sí) o dando su “consentimiento” a esa elección.
Para finalizar, subrayar que sólo desde mi propio consentimiento ejerzo mi libertad, la que lleva en sí misma una responsabilidad por mi mismo y por el/lo otro.
Y la paradoja de la libertad existencial, es que la pierdo cuando la ejerzo, es decir, cuando entre dos o más posibilidades escojo una de ellas, me decido por una de ellas y me comprometo, – y aparezco yo en plenitud en ese acto libre,- justamente ahí también la pierdo, al comprometerme con ese valor elegido.
Así es también en el amor. Recién leí una entrevista a una persona públicamente conocida en la que dice que no le gusta la monogamia, que “si uno va a vivir 50 años con una pareja no es ley que si a uno le pasan cosas con otra persona, tenga que terminar con la pareja”. Ante eso yo digo, claro, como todos los seres vivos, los seres humanos estamos expuestos, abiertos a ser impactados por lo que nos rodea, y aquellos seres que carecen de esta dimensión (espiritual/personal), no tienen acceso a la libertad que conlleva un compromiso por el valor elegido – y dejar de lado los otros. Ese acto requiere una tremenda fuerza de voluntad sólo posible desde la libertad existencial. Por eso es una tremenda diferenciación la que introduce Viktor Frankl al develar esta dimensión del ser humano, pues como dije anteriormente, no puedo evitar sentir lo que siento (por ejemplo una atracción, un enamoramiento), sin embargo sí puedo decidir qué hago con ello, posibilitado por la libertad que tengo.
Michèle Croquevielle
Psicóloga y Supervisora Clínica
Directora ICAE
michele@icae.cl