Por Michèle Croquevielle
El ser humano es esencialmente un ser social, y eso significa que estamos a cada momento compartiendo mundos: cuando reflexiono comparto mi mundo personal conmigo mismo (yo-conmigo) y cuando estoy frente a otro, frente a lo otro, comparto con el mundo circundante (yo-contigo). Por lo tanto, dialogar existencialmente debiese (pudiese) ser parte de una forma de vivir, una forma de ser con otros y consigo mismo.
Si se fijan en este gráfico, la persona está siempre compartiendo, interactuando entre dos mundos. Es como estar con un pie en cada uno, y existir es moverse armónicamente con ambos pies. Como una danza. Si estoy solo con mi pie en y para el “otro”, me abandono a mí; si estoy sólo en mí, causo sufrimiento a el/los otros. Y en ambos casos puedo perder el equilibrio. En esto consiste el diálogo existencial: en estar en perfecta armonía entre ambos mundos (sin que ninguno de mis dos pies se me acalambre). Y escuchar la música que a veces me requerirá más de un lado que de otro.
Hace unos días atrás conversando con unos jóvenes les pregunté qué les parecía el próximo gabinete y las opiniones de dos representantes del movimiento estudiantil (una de ellas criticaba ácidamente al nuevo ministro y la otra decía que tenía reparos, pero que iba a esperar a verlo actuar). Ellos se sumaron a las críticas de la 1ª chica: que el pasado de este ministro, que su historia, etc. Yo no alcancé ni a decir pío y ya estaban sobre mí. De ahí pasamos al tema de los portuarios (que tuvieron mi apoyo al igual que el movimiento estudiantil, por tratarse de causas, a mi parecer absolutamente justas). “Lo lamentable, les dije, es que ni la derecha ni la izquierda, ni los de arriba ni los de abajo, dialogan. No dialogan los estudiantes, ni el gobierno, ni los mapuches, etc. Lo que se llama mesa de diálogo, no es tal”. Lo interesante es que me dijeron que ya no se llama mesa de diálogo (ya no se usa ese concepto), sino mesa de trabajo, equipos de trabajo, comisiones, etc. “Qué pena, les dije, pues es ahí donde se nota que en nuestro país no hay cultura de diálogo. Que yo pueda sentarme frente a otro, escucharlo, poderlo comprender, que me escuche, y que él me pueda comprender a mí”.
Lo más insólito vino de uno de ellos: “¿y por qué necesitas comprender?” Traté de explicarlo pero solo obtuve comentarios entre deslegitimadores y condescendientes.
Demás está decir que tras esa conversación quedé muy triste, pues me sentí absolutamente desvalorizada en mi ser persona: que más allá de los estudios que tenga, de la edad o rol, mi opinión no tenía ningún valor (quizás por no ir a las marchas o participar de las comisiones). El mensaje recibido (subjetivamente, claro está, pero no por eso menos real) fue: tú no opines, tú no sabes. Es decir que no basta con ser ciudadana para tener una opinión valedera, legítima.
¿Qué es dialogar? El Análisis Existencial se define como un enfoque dialógico. Pero ¿qué es eso del diálogo? Primero quiero aclarar que la palabra diálogo, erróneamente a lo que se cree, no significa que sea de a dos. Es una palabra griega cuyo prefijo Diá es una preposición que significa ‘por, a través de, de un lado a otro de’.
Y logos, significa, entre otras cosas, “estructura lógica, contrario al caos” lo que permite la comunicación de conceptos dentro de un contexto. También se traduce como orden o sentido. Es decir Diálogo sería algo así como un orden, una armonía producida a través de conceptos.
Lamentablemente cuando una idea, un anhelo, pasa a ser dogma, en ese instante se acaba el diálogo y por ende, desaparece la persona. ¿Por qué? Pues los dogmas sirven de escudo, para parapetarse, para segurizarse cuando no me siento lo suficientemente válido o preparado para dar una opinión o respuesta. ¿A quién, cuando eran niños, no les respondieron sus padres o profesores: “porque sí”, o “porque yo lo digo”? Nunca supimos el porqué, sólo debimos obedecer. Nunca hubo diálogo. Nos perdimos quizás de algo bueno: saber qué significaba para ellos, qué importancia tenía. ¿Quizás ni ellos mismos lo sabían…?
Quizás mi tristeza además se debió a que no hubo lo “común” (propio de toda comunicación, pues yo me sentí echada fuera de esa conversación). Pero ¿qué hace que alguien quiera imponer su mirada, ocupando todos los espacios y no dando lugar a la mirada y opinión del otro?
Bueno, creo que esto nos toca a todos y en todos los niveles: en la pareja, entre padres e hijos, amigos, jefes y subalternos, profesores y alumnos.
El verdadero diálogo se da entre “personas”, esto significa que debo sacarme las investiduras (muchas veces protectoras) del rol, para salir al encuentro de la persona que está al frente. Sin embargo para poder hacerlo necesito en primer lugar salir al encuentro de mi propia persona.
Si tengo hambre, si tengo miedo, no va a haber ni una posibilidad que pueda salir al encuentro del otro. (Por eso, me dijo uno de estos jóvenes, es que no hay diálogo: a los portuarios les adeudan dinero, y los empresarios temen no poder comerciar y perder clientes).
Entonces, para poder dialogar requiero aclararme yo en primer lugar: ¿Puedo ser y mantenerme en mi ser frente a este otro? Yo con mis capacidades y debilidades; yo con mis conocimientos, mi edad, mi biografía; yo en este contexto, en esta situación concreta.
Claro, si el otro me puede despedir, o asaltar, o menoscabar, voy a estar más ocupada en sobrevivir física o psíquicamente que en escucharlo. Y eso tendrá siempre prioridad.
Pero si eso no está en riesgo, requiero de otro elemento no menos importante: que haya algo de lo que el otro quiere decir que me interese, que me capte, que me toque. O, por el solo hecho de apreciarlo, de estimarlo, quiero saber de él/ella. Sin aquello, no le daré el tiempo que se requiere para que esa persona y su tema se vincule conmigo. Aquí entran los sentimientos. Es como que el otro tirara un guijarro en una laguna y produjese algún tipo de movimiento en mí. Si nada se mueve, entonces significa que estoy cerrada al otro. Y debo volver a la fase anterior, pues el cierre puede vincularse a algún temor o inseguridad, pues los seres humanos estamos naturalmente semi abiertos (físicamente y psíquicamente).
¿Por qué te interesa comprenderlos (a los de la derecha, a los empresarios)?, me preguntaban. Porque comprender me permite reconocer algo en su contexto, de manera que su esencia se haga visible. Comprender significa, conocer los motivos movilizadores, reconocer el significado subjetivo, poder ver qué es lo que ellos ven o necesitan y que desde mi vereda no logro ver. Aunque piensen diferente a mí, me interesa, me importa, necesito ver a la persona que está frente a mí, y sólo si comprendo se me hace visible lo más esencial de ella. Y comprendiendo puedo aportar a salir del entrampamiento que suponen, por ej. dos monólogos.
El diálogo existencial no puede darse si no es desde la apertura (igual que la actitud fenomenológica o intuitiva): requiere que desde mi ser persona, mi legitimidad y dignidad por el solo hecho de Ser, me disponga a recibirte (escucharte, ser tocada por lo que me dices) y ver cómo eso resuena en mí. Para lo cual debo estar en armonía, en coherencia con mi esencia.
Y desde ahí yo puedo mostrarte eso que me llega de ti. Pero, a su vez necesito el reconocimiento de mi ser por parte tuya, de mi dignidad, de mi derecho a ser, tanto como te otorgo el tuyo.
Finalmente se nos aparece el horizonte de desarrollo ¿qué de bueno, con qué puedo yo aportar en este diálogo, en esta situación, sin perderme a mi misma, y sin que tú te pierdas a ti? Aceptar lo que tú me dices no implica necesariamente que me guste o que yo concuerde (con-cordar = con corazón). Aceptar es recibir, ver lo que tú me dices como una opinión más dentro del infinito mar de infinitas miradas que pueden haber. Y recién ahí ver cómo resuena en mí, para ver qué de ello tomo y lo hago mío, y qué no.
La invitación que les quiero hacer es dialogar. También se puede dialogar en acciones. Lo importante es que tenga una disposición a abrirme a mi misma y al otro también- y a recibirme, a no temer ser tocada por lo percibido; que me permita estar en coherencia conmigo, y te permita a ti lo tuyo; (por ejemplo, en mi caso al percibir mi tristeza tuve que tomarme unas horas para abrirme a mí y mirarlos a ellos para comprenderme y comprenderlos: lo mío era dolor por revivir historias antiguas de deslegitimación, y al mirarlos a ellos era tristeza por sus posibles inseguridades y temores).
Como dice mi frase favorita: Una existencia plena se fundamenta sobre la base del diálogo. Una buena vida no se tiene a partir de sí mismo, pero tampoco sin uno mismo.
Michèle Croquevielle
Psicóloga Clínica
Directora ICAE
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