El tiempo de ocio como expresión de aprecio a sí mismo y al otro


Por Carolina Jiménez

Una vez que comienza diciembre, se planifica en familia qué haremos en navidad y año nuevo, la cena compartida, los invitados, la decoración, y ponemos en juego nuestros deseos más profundos respecto a nuestros seres queridos; y, al mismo tiempo, vaticinamos o planificamos acerca de qué haremos en enero y febrero.

En primer lugar, convendría enfatizar que en vacaciones suele ser una buena idea considerar los deseos de todas las personas que vayan a compartir, dado que en ese sentido se explicita el afecto, y la valoración del otro como legítimo ser, con sus necesidades emocionales, y de vivencias también. Mal que mal, a todas y todos no nos gusta lo mismo, no deseamos lo mismo, y nuestras búsquedas pueden diferir. Así, por ejemplo, una familia que dialoga en torno a qué hacer en el día a día de vacaciones, y que negocia los diferentes panoramas en los que se participará, no sólo resuelve de un modo bastante democrático la gestión del día a día en el lugar que se visite: también esos padres enseñan a sus hijos el valor del diálogo, escuchar al otro, a respetar los gustos y necesidades del otro, y además, un profundo sentido de autonomía personal y autenticidad.

Por ejemplo, si un/a adolescente, miembro de la familia, no desea ir por una vez a la playa con el resto, y sí hacer otra cosa con sus amigos, al relacionarse con él como sujeto, como una persona válida que también requiere satisfacer legítimamente sus inquietudes, abriendo espacios nuevos, los padres le tratan con equidad. Asimismo, afianzan el vínculo. Además, en dicha etapa percibirá que es apreciado, por lo que es y lo que piensa, y con ello se fortalece su autoestima. Esa/e joven, dado que se ha sentido considerad@, también logra honrarse a sí mismo/a, y aprende los adecuados límites que cobran relevancia en cuanto al autocuidado, tanto en la exploración del cuerpo y sus sensaciones, como en la relación con el consumo de sustancias, un riesgo potencial en los balnearios y sitios vacacionales.

El sol, y la presencia una temperatura más amigable promueven, asimismo, que nos motive estar al aire libre, con menos ropa que en invierno, y con una disposición diferente ante el entorno. No es casual, en ese sentido, que a los niños y jóvenes les surjan deseos de explorar un poco más. De pasear en un bosque, de ingresar al mar, de tenderse en la arena, o sentir la brisa marina con mayor atención. La capacidad de explorar el entorno es clave en el desarrollo infantil. Y del ser humano. Esto, pues cuando percibimos información desde el ambiente se configuran esquemas internos de organización sensorial, y por otro lado, se puede manifestar incipientemente la capacidad de disfrute del niño, de gozar con las sensaciones que el sol, el agua, o la arena, o el pasto, le provoquen. Con lo cual su cuerpo es vivido de un modo más integral.

De acuerdo a lo anterior, en aquellos momentos que socialmente aceptamos la existencia y perentoriedad de condiciones de relajo, de diversión, no sólo se pone en juego la distensión antes mencionada, sino un cúmulo significativo de vivencias sensoriales que cabe destacar. Y dependerá de cuál perfil sensorial tenga una persona el cómo va a experimentar el contacto con los estímulos externos. Somos diversos. Al respecto, es crucial mencionar la diferencia entre cómo habitan el espacio quienes presentan alguna dificultad en cuanto a integración sensorial, y quienes no viven dicha situación, ya que en el primer caso tales personas pueden tener sentidos afectados, y estímulos que buscan, o que por el contrario, evitan.

Pienso en mis pacientes con dificultades de integración sensorial. Y en detalles que pueden ilustrar momentos críticos a la hora de pensar en las vacaciones. ¿Ir con los niños a la playa? ¿si se resisten a sentir la arena en sus pies? ¿cómo manejar la negativa del niño a tener contacto con la arena?. ¿Cómo pueden los niños poco a poco establecer alguna relación táctil con el pasto? ¿si la evitan? ¿y les incomoda?. En ambas situaciones, será preciso que los padres conversen con mucho respeto entre sí, y que como adultos acojan la ansiedad que a esa pequeña o pequeño puede generarle el contacto con la arena o el pasto. Y necesario que el niño o niña pueda comunicar sus apreciaciones, pues puede simplemente no estar dispuesto a ir a un sitio en que haya arena o pasto, o bien, estar dispuesto a exponerse paulatinamente a tal estímulo. Pero su particular vivencia de la arena o el pasto, es fundamental que sea respetada, honrando la intención de ese/a niño/a de ponerse en juego en el aspecto sensorial, aunque sea un ámbito en el que se encuentra configurado de un modo diferenciado.

Considerando ello, el ritmo y la velocidad con que cada niño se expone al contacto con aquello que le perturba también es esencial que sea cautelado, en tanto que es una experiencia que puede serle incómoda. Si un niño tiene una significativa sensibilidad visual, ir a un lugar muy iluminado sin lentes para el sol, le podría ser displacentero. O a un sitio con ruido, si evita los estímulos auditivos.

El cuerpo como vivencia subjetiva nos permite construir la mismidad y la otredad, y aspectos identitarios que nos diferencian de los demás. Que el ocio sea en último término asociado a placer, bienestar y salud sin duda alguna estará vinculado a cuánto me representa, a cuán sintonizado está este momento que estoy viviendo con lo que me hace sentido, con lo que anhelo, con lo que valoro positivamente. Y por cierto, con la comodidad que siento estando en cierto espacio y lugar. Con todo lo que soy, y con el cuerpo que habito, que me ofrece la posibilidad de configurar una respuesta sensorial ante ese entorno.

Lo propio de mí, y de mi acercamiento al ambiente, va a incidir en mi experiencia y si llego a sentir placer al formar parte de ese contexto. Tanto en el caso de quienes presentan algún perfil sensorial diferente, como en el de quienes no viven esto. Por lo cual las vacaciones son un espacio también para aprender acerca de la diversidad con que vivimos en los distintos lugares habitados por el ser humano.

Pero aún más. Si tenemos la posibilidad de viajar fuera de Chile, podemos tener una aproximación a universos sensoriales nuevos. Otros pueblos cocinan, huelen y sienten distinto. Basta pensar en el uso del picante en Perú. O los aromas de la Amazonía y de Brasil. En esto, la dimensión cultural incide notoriamente y cada comunidad intenta perpetuar las tradiciones sensoriales heredadas de sus antepasados. Con lo cual la cultura local se mantiene. Pero no sólo eso. Cada persona que se aproxime a tal realidad se podrá sorprender, y al mismo tiempo, configurar perceptual y sensorialmente de un modo distinto al anterior, porque los viajes nos transforman, y abren ante nuestros ojos aspectos de nosotros que desconocíamos, o puede suceder así.

En síntesis, las vacaciones son una tremenda oportunidad de autodescubrimiento. También, para conocer mejor a los seres amados. Y comunicar la importancia del respeto al Otro. Para relacionarnos de un modo acogedor, que posibilite la escucha y la curiosidad ante lo nuevo. Pero también para promover el cuidado del cuerpo, de su bienestar y salud, respetando las diferencias sutiles que puede existir en una familia respecto a cómo percibimos el entorno y cómo lo habitamos. Por este motivo, este tiempo es privilegiado y tan valioso para el desarrollo personal y de la com-unidad familiar.

Carolina Jiménez Pizarro
Psicóloga
Diplomada en Terapia Floral y en Psicomotricidad Educativa
caro.jimenez.pizarro@gmail.com

Carolina Jiménez


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Chile
Nº 4 - 2014