Las posibles heridas en el camino de ser


por Pamela Lorca.

Nacemos, crecemos, envejecemos, morimos. En ese camino nos encontramos con otros y vamos armando nuestra vida. Necesitamos de los otros desde que llegamos al mundo, inicialmente desde la más inmensa fragilidad; así, bajo la mirada atenta de quienes nos rodean vamos construyendo nuestra propia identidad. Este proceso complejo a veces está marcado por la alegría, otras veces por el dolor.

Para crecer y llegar a saber quiénes somos necesitamos de los otros, al inicio de la vida nuestra dependencia para sobrevivir muestra de manera absoluta esa necesidad tan básica. Sin ese otro que nos acoge, ampara, protege y alimenta podemos llegar a morir. A lo largo de la vida algo de eso queda, ya no desde la sobrevivencia sino desde la capacidad de ser nosotros mismos.

Un niño pequeño inicia sus primeros pasos cargado de emociones y reacciones que no es capaz de comprender ni menos manejar; cuando es invadido por la tristeza, la rabia o el miedo requiere de la presencia y los brazos amables y firmes de alguien que lo acompañe y lo vaya ayudando a descifrar su mundo interno, alguien que lo vea seriamente, que se pregunte por lo que necesita y sobre todo por quién es -aunque sea una persona pequeñita-. Esa mirada profunda le va devolviendo como espejo quién es o quién puede llegar a ser.

Así, cada uno va desarrollando hacia sí mismo esas actividades que inicialmente provienen desde otros: aprendemos a observarnos con detención, a preguntarnos cómo estamos, a tomar en serio nuestros sentimientos y descubrir cuál es nuestro modo auténtico de ser y actuar.
¿Qué puede ocurrir cuando en la primera infancia no se cuenta con la mirada considerada del otro, cuando por esa misma falta de consideración ese otro no es capaz de ver mi valor como persona ni tratarme justamente? Es más difícil lo que viene; aunque no es un determinante absoluto, sí plasma nuestra existencia, nos hacemos más frágiles aún y para protegernos de eso a veces nos endurecemos y nos alejamos del resto.

Sufrimos así nuestras primeras heridas, algunas más profundas, otras más superficiales, y ese proceso habitualmente nos acompaña durante toda la vida. Porque ¿qué son realmente las heridas? Son huellas que calan en nuestra piel, y nuestra piel como seres humanos -no sólo como cuerpos- es aquello que nos delimita y protege, y también que nos define como únicos para poder mostrarnos hacia el exterior y resguardar el interior.

Algunas heridas se quedan en la piel, sin embargo otras llegan más adentro, atravesando nuestra intimidad. Algunas duelen tanto que nos pueden dejar sin sensibilidad, como una manera sabia de protegernos ante algo que en un momento determinado se nos vuelve insoportable. Otras nos dejan el recuerdo permanente por medio de una susceptibilidad especial frente a ciertas cosas.

¿Cuáles son las heridas más dolorosas? No podemos estimarlo ni calificarlo de manera objetiva, cada persona lleva sus heridas de acuerdo a su cuantía y valoración personal. A veces cuando sabemos del dolor de otros, sentimos que nosotros jamás podríamos sobrellevarlo, a veces sentimos que nuestras heridas son las más grandes que cabe imaginar. Todo eso es cierto, en la medida que las heridas en uno mismo son justamente eso: heridas propias de cada quien que las padece.

No ser visto por alguien que es importante para mí es doloroso -en mayor o menor grado- siempre. Experimentar esa sensación, una y otra vez, inevitablemente genera una huella profunda y una necesidad que busca ser respondida a toda costa y en cualquier lugar. Ser juzgado injustamente, ser criticado permanentemente, que nuestras capacidades y sentimientos sean puestos en duda, todas esas experiencias van dejando rastros en el centro de quienes somos y nos hacen dudar de nuestra propia esencia.

Acercarnos a esta realidad puede resultar muy desalentador, de la misma forma en que acompañar a quienes sufren por ello se puede llegar a convertir en un arduo trabajo que en un primer momento no nos permite ver frutos. Mucho más duro aún es ser uno el centro de ese sufrimiento. Sin embargo, es una parte del existir.

En este punto comprendo mi dificultad y reticencia inicial a escribir sobre esto: internamente me pregunto -una y otra vez, frente a la vida, a mis pacientes, a mí misma- ¿Dónde pueden quedar las posibilidades de algo mejor? ¿Cómo se curan las heridas? ¿Qué se hace con los dolores más profundos del sí mismo? ¿Cómo se hace para reconstruir?

Y entonces luego de la duda surge una voz interna que me devuelve una convicción irrebatible: todo aquello que otros no nos han podido dar (por ejemplo consideración, un trato justo, estima y aprecio) nosotros sí podemos dárnoslo a nosotros mismos, contamos con nosotros y por lo tanto de cada uno depende el no dejarse abandonado. Así también, la compañía y el apoyo de otros que no esperábamos nos puede ayudar en ese camino; a veces basta con haber sido visto una vez para decidir que eso es lo que merecemos y comenzar a mirarnos y cuidarnos de esa manera atenta y cálida que somos capaces de entregarle a un niño.

Algunas teorías plantean que aquello que no recibimos de nuestros padres nos determina negativamente para toda la vida, o que las experiencias en la primera infancia nos definen como personas. Sin embargo nuestra experiencia desde la fenomenología nos muestra que afortunadamente no todo está determinado en el ser humano, y por eso nuestro trabajo en el Análisis Existencial va acompañado de una fuerza y una motivación que es capaz de traspasar todo desaliento.

Y así, con un nuevo aliento, cierro este escrito. Una vez más con las respuestas claras que sólo soy capaz de encontrar cuando me permito la duda más radical. ¿Tiene sentido intentar curar las heridas? Por supuesto que sí, no sólo tiene sentido sino que también se convierte en un don hacia otros y hacia uno mismo.

Pamela Lorca Santander
Psicóloga Clínica de Adultos
Postítulo en Análisis Existencial
pamelalorcasantander@yahoo.com

Pamela Lorca

Psicóloga Clínica de Adultos
Formación en Psicoterapia Analítico-existencial

pamelalorcasantander@yahoo.com

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Nº 2 - 2013