El componedor de huesos, por Lorena Jiménez


La próxima venida de Alfried Längle a Chile significaba mucho para mí. En el último tiempo, después de importantes eventos en mi vida, había vuelto a conectarme con el Análisis Existencial y revivían en mí, con fuerza, aquellos sentimientos originales que me llevaron a estudiarlo por años y a convertirlo en una forma de ver la vida y de aproximarme a mis pacientes en mi trabajo como psicoterapeuta.

Por eso, después de dos años sin ver a quien tantas veces inspiró profundos cambios en mí y hacia quien desarrollé gran admiración y cariño, la expectativa de asistir a su seminario abierto sobre fenomenología y a un seminario más íntimo con alumnos y ex-alumnos de la formación, llenó mi mes de septiembre.

Pensaba sentarme y observar. Tenía ganas de escucharlo y dejar que sus palabras me conmovieran. Pero fue, finalmente, mucho más que eso.

El pequeño seminario de dos días trató sobre el método central del Análisis Existencial, el Análisis Existencial Personal (AEP). Fue un seminario en el que se buscaba mostrar el AEP a través de ejemplos reales. El AEP es un método de acercamiento fenomenológico que busca ayudar a las personas, mediante cuatro pasos, a vivenciar libremente su emocionalidad y lograr encontrar posiciones personales auténticas para poder expresarse libre y responsablemente en el mundo.

Una vez allí, se ofreció la posibilidad de presentar una situación real para ejemplificar en el grupo y, sincrónicamente, me encontraba en una difícil y confusa situación profesional que involucraba relaciones de diversa índole y exigía de mí, urgentemente, una decisión responsable a la que yo pudiera dar mi aprobación interna. Así los hechos, levanté mi mano y dejé que las siguientes horas (sí, fueron horas) me llevaran en esta experiencia que dejó grabados en mi ser cada uno de los llamados cuatro pasos.

Después de haber estudiado y aplicado el AEP durante varios años, puedo decir que la autoexperiencia didáctica de la que hablo le dio al método una profundidad y tridimensionalidad insospechada, que lo enraizó de tal manera en mí, que hoy puedo afirmar sin duda que el método sí hace una diferencia y, aunque la incorporación de los conceptos del Análisis Existencial y la propia intuición son la esencia de mi trabajo psicoterapéutico, siento renovadamente que tengo en mis manos una llave maestra que me ayuda a abrir las puertas cerradas, de la manera más suave y respetuosa que he conocido.

Quiero relatar estos pasos brevemente desde el lugar que viví en ese seminario, que es el que toca a los pacientes. No intentaré darle una extensión justa a cada paso, sino que me centraré en aquellos que fueron más importantes en mi vivencia particular. Quienes me acompañaron en esta experiencia podrán aportar desde fuera quizá mucho mejor que yo y, para conocer la teoría sobre el AEP, Alfried Längle es el mejor exponente[1].

El AEP 0, ¿dónde estoy? Aunque con facilidad se olvida, lo primero es situarse en la realidad. Poder explicar el problema lo va definiendo también. Lo que me preocupa, por qué, de dónde saco la evidencia que lleva a mis conclusiones, qué fue dicho y qué no, etc. Es frecuente en terapia que los pacientes señalen que simplemente el poder hablar ya alivia la tensión o la ansiedad… y, claro, veo las cosas frente a mí, separo mis creencias sin fundamentos de lo que realmente es, y voy sintiendo que hay un lugar desde donde partir. Situados como observadores interesados y respetuosos, percibí el intento de mis colegas de llegar a sentir que la situación estaba clara y que no tenían por el momento preguntas que hacer. A la vez, sus preguntas me aclararon las contradicciones aparentes y trajeron a tiempo presente elementos que yo no tenía conciente.

Aún el sentirme dentro de la confusión de la situación causaba en mí una inseguridad inexplicable, difusa, pero el interés respetuoso de los otros me animaba a intentar explicar con claridad en dónde me encontraba. Entonces, luego de un buen rato de relatarles mi situación y responder las preguntas de todos, ya tuvimos un problema del cual conversar, una figura clara surgió en medio de nosotros y dejé por un momento el resto de mi vida y preocupaciones entre paréntesis.

El AEP 1 ¿Qué siento al respecto? No qué opino ni qué me gustaría hacer, simplemente cuáles son mis sentimientos respecto a aquello que me ocupa, cómo me toca, qué parte de mí es la que se mueve con ello… parece simple, acotado, pero no es fácil al principio. Sí, me conmovía todo ello, eso podía decirlo. El color de los sentimientos también me resultaba claro, pero… ¿a qué se debían esos sentimientos? ¿Podía comprenderlos? No todavía. ¿Qué movimiento, impulso espontáneo percibo en mí? Indudablemente la situación y lo que sentía despertaba en mí impulsos bien específicos que, en ese momento, no contaban con mi aprobación. Qué alivio permitirme decirlo sin darme inmediatamente el argumento correcto.

Vivenciar una emoción incomprendida por mí y quedarme simplemente en ella, sin intentar explicarla inmediatamente fue un gran logro del “equipo terapéutico” en el manejo de la situación. Fue una tremenda experiencia desde el punto de vista de mi aprendizaje como psicóloga. Fue como aislarme experimentalmente en una sala con emociones en el límite de la significación y permitirme mirarlas, tocarlas, incluso abrazarlas. Pude vivenciar la importancia de que el terapeuta pueda soportar esperar también y de darle a la emoción primaria un espacio especial.

Pero ¿comprendía lo que allí ocurría en realidad? Lentamente. Lo que estaba en juego para mí y lo que percibía de los otros se fue haciendo lentamente más claro. Sólo cuando me permití volver a mirar la situación global a la luz de lo que había percibido fenomenológicamente en mí, pude intuir de qué se trataba realmente. Volver a pararme en una realidad más rica y vital, volver a tener presencia en ella, comenzar a recuperar la soberanía de mi percepción y de mi emocionalidad ampliando el espacio… descomprimiendo lo que estaba aplastado por la confusión.

En mi caso particular, sin yo tener mucha conciencia de ello, había un bloqueo de la fase de impresión. Esto es, la forma en que la situación me tocaba, qué me estaba realmente pasando y por qué no podía avanzar en resolverla. Reconocer aquello que me era importante y valioso fue la claridad que necesitaba para que el resto del proceso se desenvolviera de manera fluida y natural. Tomar una posición personal, producto de mi evaluación y juicio de la situación (AEP 2) y definir una estrategia concreta de enfrentamiento de la situación, incluyendo acciones concretas (AEP 3) fueron las consecuencias naturales del proceso de clarificación y comprensión de los hechos, incluyéndome personalmente en ellos.

Llevaba cerca de dos semanas con una desagradable sensación de intranquilidad. Una vivencia conocida (afortunadamente no habitual) de haber perdido la brújula y encontrarme varada en playas ajenas. La sensación de recuperar la soberanía de mí misma fue reconfortante y sentía que todo era sorprendentemente fácil y evidente. Las respuestas venían a mi mente como si siempre hubiesen estado allí y lo que debía hacer era también obvio ante mis ojos.

¿Cómo me sentía? Cómo si alguien hubiese tomado una articulación desencajada y dolorida (entonces pensé en mi rodilla) y la haya puesto en su lugar, causando un alivio inesperado. Y luego, esa sabia parte de mí comenzó a funcionar sin problemas, como siempre lo había hecho y, haciendo uso de su sabiduría organísmica, acompañó al resto de mi cuerpo en la caminata que estaba pendiente.

Y pensé: “el AEP es como el componedor de huesos”. No se trata de enseñar a caminar ni explicar cómo tiene que funcionar aquello que está trabado, sino más bien de volver a poner en su sitio lo que se había salido, para que todo funcione como debía ser, como sabe hacerse. Lo mejor es que, bien aplicado, permite que la propia persona sea quien pone el hueso en su lugar, guiado por las preguntas y la presencia fenomenológica del terapeuta.

Mi experiencia fue un recordatorio vivencial de que siempre sabemos, aunque no lo sepamos. De que todo está en nosotros, esperando el diálogo fenomenológico con el mundo y que, cuando nos toca ser quien dialoga con otro para ayudarlo en esa búsqueda de sí mismo, la experiencia más  reconfortante es justamente el ver cómo lo confuso cobra forma, cómo lo oscuro se ilumina y cómo las respuestas surgen desde quien tenemos al frente, sorprendiéndonos y maravillándonos con la belleza del ser humano, con lo sano de su esencia y con el milagro de la propia conquista.


[1] Véase por ejemplo Aplicación Práctica del Análisis Existencial Personal (AEP). Una conversación Terapéutica para encontrarse a uno mismo,  publicado en www.icae.cl

Lorena Jimenez López

Psicóloga Clínica
Formación en Análisis Existencial

mljimenez2005@gmail.com

Más sobre

Tags:
Artículos
Chile
Diferenciación - Differentiation
Identidad - Identity
N° 1 - 2013